martes, 25 de diciembre de 2018

LLEGABA LA NAVIDAD Y...

...por Nicolás Pérez-Serrano


            Sí. Notaba algo. Sabía que eso respondía a las fechas del momento. No le pasaba a lo largo de las otras estaciones del año. Cada una imponía su ritmo y sus sensaciones, colores y hasta olores. Pero, en estos finales del otoño y comienzos del invierno, el sentimiento difería notablemente. Se sumaban muchos factores. Especialmente las ausencias, que se hacían casi visibles. Irrumpían con fuerza, como un barrunto tan pronto se anunciaban las vacaciones escolares. Las iluminaciones de las calles deberían tener el efecto de disipar las sombras, alejar las nieblas, deshacer las dudas, mostrar caminos y sendas, jolgoriearlo todo, polinizar con polvo de felicidad y salud a todo lo viviente...
             Pero...No era así. En cuanto veía esa luces, pensaba en paquetes de regalo que ese año no tendría ya que hacer.
             Claro, daba atrás en el tiempo. Y se fijaba en el más cercano. Antes, incluso en esos momentos duros, aún dentro de lo que era una forzada normalidad, la apariencia de festejo seguía haciendo su función. Todos nos dejábamos llevar por esa tarea. Pensar qué podría apetecer, ir de compras, o de descubierta, imaginar cómo podrían ser esos días, mantenía la mente ocupada, por mucho que el corazón no acompasara esos deseos de hacer lo de siempre, como si nada hubiera pasado y nada empañara el porvenir.
              La verdad profunda, esa que ninguno quería mostrar, era que el miedo, el temor ante la certeza se había apoderado de todos. La zozobra, el no saber, o la duda, incluso la mera sospecha, o simplemente imaginar un síntoma nuevo...te destrozaba por dentro, y hacía aún más daño cuando te esforzabas para que ese ánimo pesimista no aflorase al exterior, ni siquiera en un mínimo gesto de la cara, del cuerpo, y menos todavía con una frase reveladora de tu estado de ansiedad. La enfermedad severa mostraba a todas horas su cruda realidad.
             Con todo, lo mejor era su actitud ante la vida. Porque él siempre era así, voluntario de la vida, voluntarista capaz de no dar importancia a ese mal, corrosivo en otras naturalezas, generador de conductas autocompasivas. El no. Hacía fácil a los demás lo que él soportaba. Y esa forma de estar, o ser, impedía que nos venciera el agobio, la crueldad de ese inhabitable territorio por el que teníamos que transitar. Por la mañana cada uno se levantaba a duras penas. La noche no había sido buena, no podía serlo, apenas podíamos conciliar sueño duradero o reparador. Sabíamos lo que nos esperaba. Pero ninguno quería que siquiera una ojera nos delatara. El paripé de nuestra vida diaria, sabedor de cuánto sentimiento amargo y doloroso ocultaba, seguía cumpliendo su finalidad. ¿Engaño recíproco? Todos lo consentíamos, nos nutríamos de él más que de alimentos o fármacos, placebos al fin y al cabo.
            Así pasaron hasta seis años. 
             Pero su ausencia, tras ese camino desierto, lúgubre, sombrío hacia nuestro interior, de una profunda tristeza, nunca superable por la fuerza de cada uno, tenía, y sigue teniendo, un Pepito Grillo que sonríe, que nos trasmite el espíritu de su mejor Navidad, esa que él conocía, que aplicaba desde su acariciadora mano voladora, de su muñeca en que lucía su reloj de un tiempo que él supo aprovechar, incitándonos a contemplar cualquier paraje, cualquier ciudad, cualquier continente desde lo profundo, eso que el ojo no ve, pero que se hace realidad viva con otra manera de afrontar cada instante: la inefable sonrisa de su rostro.           
            Las luces, así, vienen de dentro. Hay que dejar que brillen, a pesar de nosotros mismos. Ya no hay apariencia que valga. La ausencia no logra esfumarse del todo. Compensar tampoco es palabra exacta, ni revela la magnitud de las cosas que poner en el otro platillo de la balanza hasta hacer que venza lo bueno de lo tangible que tenemos a nuestro alcance. Esa sonrisa, ese trascender de uno mismo para acariciar inteligente y elegantemente al otro, a mí al menos me alienta. En especial cuando pienso que no tengo regalo preparado para el que se nos fue. ¿No será, me digo, que no tengo regalo para nadie?
             Compraré, pues, ese que no puedo darle, y generosamente pensaré a quién debo entregárselo, con un gesto de la muñeca en que luzca ese tiempo en forma de reloj ... y sonriendo.

Kolia. Navidad de 2018.

4 comentarios:

  1. Qué cosa tan bonita has escrito, Nicolás. Tan extraordinaria.

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  2. "Al mal tiempo, buena cara", como la mejor expresión de generosidad. Nada fácil. A nadie le suele gustar la compasión de los demás, aunque en el fondo la anhele sin querer admitirlo. Ojalá que nunca se convierta en algo real y permanezca así, etéreo y escondido, como se nos aparece en este magnífico escrito.

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  3. Yo, mi querido Nicolás, como no soy tan creativo como tu he de usar las palabras de otro.

    DEFINICIÓN DE HIJO
    "Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de como amar a alguien más que a nosotros mismos, de como cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje. Si. ¡Eso es! Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado. ¿Perder? ¿Cómo? ¿No es nuestro? Fue apenas un préstamo...El más preciado y maravilloso préstamo ya que son nuestros solo mientras no pueden valerse por si mismos, luego le pertenece a la vida, al destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos pues a nosotros ya nos bendijo con ellos"

    JOSÉ SARAMAGO
    Premio Nobel de Literatura

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  4. Gracias Kolia por compartir esa lección de aprender a pasarlo mal sin desesperar. Que Dios te bendiga a ti y a tu familia. Un gran abrazo
    Félix

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