lunes, 11 de julio de 2016

CRÓNICA DE LA MUERTE DE UN TORERO


... por Kurt Schleicher

   Teruel. Fiestas del Ángel. Sábado 9 de julio de 2016. Las siete de la tarde. El sol está  todavía pegando fuerte, pero con breves ráfagas de viento que refrescan el ambiente. Todo parece perfecto. Es la corrida grande; ¡estamos en fiestas!  El día anterior se había celebrado otra poco habitual, pues se les dio una oportunidad a seis toreros, no a tres, para enfrentarse cada uno a un toro. Dieron todo lo que daban de sí, que era mucho. Los seis dieron grandes muestras de profesionalidad y saber hacer, dejando el listón muy alto.
   Con esos antecedentes, el sábado había gran expectación en la plaza. Tres diestros consagrados: Curro Díaz y Morenito de Aranda, madrileños, y Víctor Barrio, segoviano. Salen los alguacilillos, alguacilillo y alguacililla; ésta acapara las miradas, al ser guapa y sonriente. Detrás se colocan los tres toreros, dos de ellos de rojo, Morenito y Víctor, muy altos y espigados; uno es muy moreno haciendo honor a su apodo y el otro, el de Segovia, es más pálido;  el tercero, Curro, de blanco, es algo más enjuto. Los tres se abrazan y se desean suerte; bonito detalle. Paseíllo con música hasta la presidencia. En el tendido de sol, arriba del todo, una banda de una de las peñas anima el cotarro con su música de fiestas. El público viste mayoritariamente de blanco, igual que en los sanfermines, con sus pañuelos rojos y rojinegros.
   El festejo promete; se llama el “Desafío de Santa Coloma”, al parecer por las dos ganaderías. Los dos primeros toreros en orden de intervención, Curro y Morenito, despachan a sus cornudos oponentes tras una faena aliñada y clásica; al matar tras un primer pinchazo, no se les concede la ansiada oreja.
   Antes de salir el tercer toro, un pálido y espigado torero vestido de rojo se dirige lentamente, pero con paso decidido y largas zancadas, a la puerta de toriles. ¿Qué querrá hacer? Se arrodilla con el capote ahí mismo, a unos diez metros de la puerta, dando a entender por señas que ya se puede abrir. Hay que tenerlos bien puestos para hacer eso; su acción recuerda al portero que se coloca bajo los palos para que le tiren un penalty, sólo que en este caso lo que está en juego es la vida y no un miserable gol. El tercer toro, Lorenzo, de la ganadería de “Los Maños”, se hace de rogar; no quiere salir, haciendo que estar de rodillas y en esa tesitura no parezca ser muy agradable. A más tiempo, más angustia. Sale por fin el morlaco, menos negro que los dos anteriores; duda una décima de segundo ante aquél torero de rodillas delante de él, pero enseguida le embiste cuando ve cómo se agita levemente el paño rosado; en el último momento, el torero se aparta un poco a un lado haciendo una ventolera con el capote, pasándole por encima aquél animal de 529 kg. Uuuf.
   Víctor se quiere lucir y encadena varios pases con el engaño a dos manos. La fiesta se anima. Al toro le cuesta entrar al picador y muestra cierta preferencia por el torero, que por fin logra llevarle ante el caballo. Empuja entonces con fuerza metiendo bien los riñones. Víctor, tras probarle una vez, decide que le den un puntazo más, pero sin exagerar; no quiere que se le escape el éxito. Salen los banderilleros; bien todos. Víctor coge la muleta y va encadenando una buena faena, sin aspavientos, muy correcta. Suena la música. Son las ocho de la tarde. Las sorpresivas ráfagas de aire molestan al diestro, que se mueve entre la sombra y el sol, algo que quizás dificulte su visión. Encadena varios pases muy ceñidos; el toro embiste bien y sigue al capote. Demasiado, pues una inoportuna ráfaga lo hace flamear más cerca de las largas piernas del torero; en plena vuelta, el toro gira algo más la cabeza y engancha al sorprendido diestro por una pierna, levantándolo sin dificultad y tirándole al suelo. Allí se ceba con él y embiste con la cabeza ladeada, de forma que, aunque el torero trata de protegerse con el brazo derecho, logra clavarle el pitón izquierdo atravesándole el pecho casi de lado a lado. Lo vuelve a levantar y lo vuelve a tirar al suelo, encelándose con él y dejando al torero inconsciente, tirado como un guiñapo cabeza abajo y con la mirada perdida. Se oyen gritos entre el público. La cuadrilla le quita el toro de encima, pero es demasiado tarde; el torero ni se mueve. Le cogen entre varios, pero lleva la cabeza caída contra el pecho y se le ve mucha sangre en el lado derecho; no reacciona. Corren con él a toda velocidad hacia la enfermería; el torero está muy, muy pálido y lleva la pechera manchada de sangre. Los que lo vemos de cerca según entra en volandas, nos llevamos una mala impresión; no tiene buena pinta y está desmayado. Hay dos policías que tienen orden de no dejar pasar a nadie y menos a la prensa, que estaba cerca y lo intentan. Se apartan cuando aparece una joven que dice que es enfermera y que puede ayudar. Parece ser que el padre de torero también accede a la enfermería, pero no le reconocemos. Pasan los minutos y desde el callejón a la puerta de aquélla no se oye nada; de vez en cuando el encargado de la plaza pasa por allí con la mano tapándose la boca, como no creyéndose lo que estaba pasando. Todos sentimos una gran congoja y ya no nos fijamos en lo que sucede en la plaza. Allí la fiesta sigue, pues pocos se han dado cuenta de la dimensión del desastre y probablemente esperan a que vuelva a salir el torero por sus propios pies como suele pasar, aunque flota un extraño malestar de mal augurio en el ambiente. Curro Díaz da cuenta de Lorenzo, pero su faena pasa casi desapercibida.
   Sale el cuarto toro. Es para Curro de nuevo. Le hace una excelente faena, mata bien a la primera estocada y se le concede una oreja. Saber sobreponerse al recuerdo de la cogida de su compañero en el toro anterior tiene su mérito. Entretanto, los minutos van pasando. Muchas personas y sobre todo los diversos toreros y sus cuadrillas intentan pasar o al menos saber algo sobre el estado del herido, pero los dos policías en la puerta de la enfermería no se lo permiten y tampoco les dicen nada, probablemente porque tampoco están informados. El encargado de la plaza, con la mano todavía en la boca con gesto grave, recorre el callejón ante la enfermería, entrando y saliendo de la misma; les dice algo a algunos de los que preguntan y los murmullos se van corriendo. “Está muy grave”, dicen. Aparece una cara famosa, la del apoderado de Morenito, Ortega Cano, al que tampoco dejan pasar. Coincidiendo con la muerte del cuarto toro, se oye una voz estentórea, ronca y desgarradora entre sollozos que sale desde el fondo de la enfermería: “¡¡No puede ser!! ¡¡Esto no puede haber pasado!!” y que nos hiela la sangre a los que la escuchamos. Los que estamos cerca ya nos figuramos lo que había sucedido; Víctor Barrio ha muerto. Por lo visto, el cuerno le había atravesado el pulmón y le ha había roto la aorta, entrando ya en la enfermería con parada cardiaca; allí intentaron todas las maniobras posibles de recuperación, pero el destrozo era demasiado grande. En el parte médico posterior figura que murió a las ocho y veinticinco. La noticia ya sí que se transmite como la pólvora; incluso le llega a Curro Díaz, que acaba de matar al cuarto toro, y sale corriendo hacia la enfermería. En la puerta del callejón estaba ya Morenito apoyando la cabeza sobre el burladero sin poder contener las lágrimas, al igual que el resto de las cuadrillas y el público cercano. Uno de los médicos, enfundado en su bata azul, el pantalón blanco manchado de sangre y con el pelo todavía completamente empapado de sudor, sale al callejón pidiendo un cigarrillo para relajar la tensión; alguien quiere regalarle un paquete, pero no acepta, con la mirada todavía perdida.
   El presidente del festejo pasa brevemente por la enfermería y tras reaparecer certifica la muerte del diestro, informando de paso a la prensa. A petición de los dos toreros, se suspende la corrida, decisión aplaudida por el público, que ya empieza a darse cuenta de lo que había pasado. Asimismo, también se suspenden los festejos de vaquillas y el “toro de fuego” previstos para aquella noche en la plaza de toros.
   Más de treinta años han pasado desde el último torero muerto en una plaza española, el recordado El Yiyo; quizás también por eso, muchos de los presentes no se lo pueden creer todavía.
    Finalmente, los dos policías reciben la orden de dejar pasar a las cuadrillas a la enfermería, donde podrían dar el último adiós a su infortunado compañero.
    Está visto que no siempre ganan los toreros. La muerte siempre acecha cuando se la roza, sea en los toros, en las carreras de motos o en las de los coches de competición, cosa que hace reflexionar sobre las reacciones humanas y su capacidad de adicción por el riesgo, especialmente cuando es el medio para ganarse la vida o, mejor dicho, no para ganarla, sino para perderla.
     Descanse en paz Victor Barrio, torero hambriento de triunfos, con su joven vida truncada tan pronto y de una manera tan brutal. ¿Qué de quién es la culpa? Pues no lo sé, quizás de todos y de nadie. Del toro, desde luego que no.




KS, Julio de 2016      (testigo casual aquél infausto día al estar sentado al lado del callejón de la enfermería en la plaza de Toros de Teruel).

lunes, 4 de julio de 2016

EL “OTRO” TOUR DEL BERNABÉU

 …por Laura Ramos y Rafael Gª-Fojeda

… o la Odisea de una Persona de Movilidad Reducida para acceder al Concierto “Plácido en el Alma”

Desde el mes de marzo, que recibimos por parte del Real Madrid el anuncio de que iba a haber un concierto homenaje al gran tenor y madridista Plácido Domingo el 29 de junio, decidimos que no nos lo queríamos perder y nos pusimos en contacto, en primer lugar, con la oficina de Atención al Socio del Real Madrid y en segundo lugar, con la Fundación del Real Madrid, que era quien gestionaba las entradas.

El motivo de ponernos en contacto directamente es que mi marido, Rafael, socio del Real Madrid desde hace más de 50 años y persona de movilidad reducida, ha experimentado un enorme descenso en su movilidad y queríamos asegurarnos de que podíamos conseguir unas entradas lo más accesibles posible.

La persona que nos atendió nos aseguró que no estaba previsto el que hubiera entradas especiales para personas de movilidad reducida, pero que lo hablaría y lo estudiarían para conseguirnos las entradas más adecuadas.

En aquel momento, mi marido se movía con muleta, aunque contemplamos la posibilidad de ir en silla de ruedas y así se lo hicimos saber a esta persona. Desgraciadamente, el día 12 de mayo, tuvieron que operarle de una rotura en la cabeza del fémur, con lo que ahora sí que tiene que desplazarse en silla de ruedas.

Tras varios correos –un total de 10 o 12- de ida y vuelta entre la Fundación y nosotros, nos comunicaron que, efectivamente, nos habían reservado unas entradas idóneas, al lado del pasillo para que pudiéramos acceder fácilmente.
Las entradas son: Puerta 6 – sector 102 – fila 20, asientos 1, 3 y 5.

Cuando llegamos a la Puerta 6, lo primero que nos encontramos son dos escalones irregulares y que hay que acceder por un torno. La persona que está validando los códigos de barras nos dice que por allí no podemos pasar de ninguna manera. Tras un encendido diálogo, aparece un guardia de seguridad, indicándonos que el único medio de acceder en silla de ruedas es que nos dirijamos a la puerta 51… que está “aquí al lado” (sic).

Tras recorrer más de medio estadio por fuera, sorteando miles de espectadores que se dirigen a las 31 puertas de acceso que hay entre la 6 y la 51, empujando la silla de ruedas y rebanando más de una espinilla, nos recibe una señora “de armas tomar”, diciéndonos que nuestras entradas son para acceder por la puerta 6 y que, de ninguna manera, podemos entrar por allí. Además, en el caso de que hubiera algún sitio disponible en aquella zona, solo podría entrar el minusválido con un acompañante; de ninguna forma podría acompañarnos una tercera persona, como era nuestro caso… y el de varias familias que se habían acumulado detrás de nosotros.

Nos negamos en rotundo a movernos de allí mientras no aparezca alguien que nos permita el acceso por donde sea, pues hemos pagado una cantidad respetable por las 3 entradas. En ese momento, aparece un guardia de seguridad asegurando que ya se ha cubierto el aforo en aquella zona y que les podrían denunciar si nos dejaran pasar.

En vista de ello, y ya casi sobre la hora de inicio del espectáculo, volvemos sobre nuestros pasos, empujando la silla y atravesando las riadas de espectadores, y nos “plantamos” nuevamente ante la tan mencionada puerta 6. Y digo “plantamos” literalmente: Habíamos pagado por ver el concierto y nada ni nadie nos lo iba a impedir.

Ante nuestra actitud, uno de los empleados de Prosegur –nuestro ángel de la guarda- nos tomó bajo su protección y llamó a sus jefes, quienes, walkitalki en mano, nos llevaron ¡otra vez! hacia la puerta 51, pero, a mitad de camino, se ve que hablaron con algún superior y nos guiaron a través de las cocinas de la zona VIP para acceder “por la trastienda”. Una vez dentro, y con la silla de ruedas a buen recaudo, nuestro ángel de la guarda llevó en volandas a mi marido por tres tramos de escaleras, bien empinadas y de no menos de 15 peldaños cada uno, más un tramo de pasillo a nuestras localidades. ¡¡¡Por fin!!!

Me parece no solo una falta de sensibilidad absoluta sino una burla cruel vender unas entradas “de fácil acceso a un minusválido” a las que solo se puede acceder a través de: dos escalones + torno + dos escalones + tres tramos de empinadas escaleras, dos de bajada y uno de subida + más pasillo y pequeño escalón-trampa junto al asiento.

Al final del espectáculo, solo tuve que buscar a nuestro particular “guardaespaldas” para que nuevamente ayudara a mi marido a salir a la calle. Si no es por él, aun seguiríamos frente a los tornos del Estadio Bernabéu… Desde aquí, nuestro reconocimiento y agradecimiento hacía él.
Tras tamaña “perfecta” organización, el concierto -más de cuatro horas de música variada sin intermedio- una pasada, hasta tal extremo que casi nos hizo olvidar a Laura, a mi hermana y a mí la tensión acumulada antes y durante el acceso al estadio; incluyo el enlace por si apetece escucharlo y verlo.




Después de la fatal experiencia de organización vivida, estoy pensando en hacerme “colchonero”.