lunes, 8 de septiembre de 2014

LA FUNDAMENTACIÓN DE LA MORAL

por José Enrique García Pascua.


La contemplación de los murales del Museo Religioso del “Ramiro de Maeztu” hizo que me percatase de que lo que es malo para una generación se convierte, fácilmente, en bueno para la siguiente; sin embargo, multitud de filósofos han buscado un único fundamento para la moral, puesto que ésta lo demanda, ya que se configura como una normativa válida para todos los hombres, luego ha de fundamentarse en un principio universal, que pueda y deba ser aceptado por todos los hombres. Si todos los hombres son animales racionales, el principio universal ha de tener carácter racional, porque lo racional es objetivo.
Platón (428/427-347) propuso como fundamento racional de la moral la misma Idea de Bien, un concepto definible, que sea comprendido por todo intelecto, pero ni él ni su escuela lograron nunca acuñar la necesaria definición, al contrario, fue su discípulo Aristóteles (384-322) quien determinó que no hay un Bien, sino muchos bienes, que son apetecidos por los hombres; a pesar de ello, Aristóteles afirmó que entre los bienes se da un bien mejor, que es llevar una vida conforme a la razón, lo que se convierte en la señal de que tu vida será una vida  correcta, pero semejante conclusión no permitió avanzar mucho, porque faltaba establecer el principio en función del cual una vida pueda ser calificada de racional.
En búsqueda de este principio, un aristotélico medieval, el dominico Santo Tomás de Aquino (1225-1274) acudió a la Inteligencia y Voluntad divinas como garantes de la moralidad de los actos humanos; ahora bien, ¿cómo sabemos los simples mortales qué es lo que quiere Dios de nosotros? Tomás de Aquino había separado nítidamente los dos campos, el que es propio de la fe y el que es propio de la mera razón, y dictaminó que un filósofo, trabajando como tal, no se puede apoyar en la fe y, por tanto, debe prescindir del recurso a las Sagradas Escrituras e indagar únicamente con su entendimiento. Su entendimiento le hace saber a Santo Tomás que la Inteligencia y la Voluntad divinas se manifiestan en la ley eterna que rige el mundo, el cual fue creado por Dios. Como participación de la criatura racional en la ley eterna, existe una ley natural inscrita por Dios en nuestra naturaleza que permite a la razón conocer qué actos de los hombres son los queridos por Dios, esto es, aquéllos que no contradigan la ley natural.
Inmediatamente se pone Tomás a estudiar la naturaleza humana, para descubrir los preceptos que conforman la susodicha ley natural.  Su estudio le lleva a escribir el artículo 2 de la cuestión 94 de la Summa Theologiae (I-II), en donde cabe leer que el primer principio de la razón práctica –la ordenada a la operación– es: «bonum est quod omnia appetunt» (“el bien es lo que todos los seres apetecen”). De este primer principio se sigue el primer precepto de la ley: «bonum est faciendum et prosequendum, et malum vitandum» (“el bien ha de hacerse y perseguirse; el mal ha de evitarse”). Continúa Tomás de Aquino afirmando que sobre este primer precepto se  fundan los demás preceptos de la ley natural y que «omnia illa ad quae homo habet naturaliter inclinationem, ratio naturaliter apprehendit ut bona» (“todo aquello a lo que el hombre tiene natural propensión, la razón naturalmente lo aprehende como bueno”). Después, considera el autor que en el hombre se dan inclinaciones propias de su naturaleza animal, y que pertenecen a la ley natural todas las cosas que la naturaleza ha enseñado a los animales, «ut est coniunctio maris et feminae, et educatio liberorum, et similia» (“como es el ayuntamiento de macho y hembra, la cría de los hijos y cosas parecidas”). Tomás de Aquino era miembro de la Orden de Predicadores y, como tal, obligado por  su voto a la castidad: no hay prueba histórica de que antepusiese la ley natural a la ley positiva –la regla de su Orden– y abandonase el convento para buscarse una coima con la que engendrar numerosa prole.
Llegamos así a la ética de Manuel Kant (1724-1804), quien también está de acuerdo en descubrir el fundamento de la moral por medio de la razón, de la razón práctica, por supuesto. Kant estableció que la ley moral toda se resume en el imperativo categórico: «obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal» (Crítica de la razón práctica, libro primero, capítulo primero, § 7 “Ley fundamental de la razón pura práctica”). Lo que pretende expresar Kant es que el fundamento de la moral no es un principio material, que dé contenido a las máximas o preceptos de aquélla (por ejemplo, constituye un principio material la ya mentada ley natural, de la que se desprende el precepto de la procreación), sino un principio formal, que dé forma a la ética de cada cual, y eres tú quien te impones a ti mismo las máximas con que guiar tu vida, bajo el mandato del imperativo categórico, que únicamente te ordena la forma de actuar: que quieras que los demás obren igual que tú; en otras palabras, te ordena obrar con buena intención, con buena voluntad, de acuerdo a lo que consideras tu deber.
La dificultad con que nos encontramos a la hora de poner en práctica el imperativo categórico es que cualquier actuación es lícita a condición de que actúes con buena intención, queriendo que los demás obren igual que tú. En estos días los milicianos del Estado Islámico están llevando a cabo en Irak una guerra estrictamente ética, puesto que no quieren otra cosa que los demás se comprometan, igual que ellos, en una guerra santa contra el infiel, al cual degüellan sin la menor consideración cuando se niega a aceptar su deber de convertirse al Islam, negación, sin embargo, basada en la convicción de que su auténtico deber es permanecer fiel a su propia religión: conflicto de deberes –según entiendas cuál es la religión verdadera–.

Siglos de perplejidad han arrastrado a la civilización occidental (una de cuyas referencias siempre ha sido la filosofía) al nihilismo, que es el estado en que se encuentra el que se ha quedado sin nada (nihil), sin fundamento alguno que le informe de cuáles son los caminos vitales acertados. Federico Nietzsche (1844-1900) se hizo cargo de tal estado de decadencia del hombre europeo y atribuyó la responsabilidad de ello, por un lado, a Sócrates y a Platón, empeñados en que prevaleciera la racionalidad y mesura del espíritu apolíneo sobre la irracionalidad de los profundos instintos que configuran el espíritu dionisíaco, y, por otro lado, a la tradición judeocristiana, valedora de la moral del rebaño, la moral de la compasión, cuyo objetivo no es otro que proveer de consuelo a los débiles, a los que Nietzsche tiene por una raza inferior, de siervos.
Frente a la moral de los siervos, Nietzsche predica la moral de los señores, de los que él considera hombres superiores, como manera de sobreponerse a la postración de Occidente y, en la medida en que Occidente impone sus categorías, del mundo entero.
No se entretiene demasiado el filósofo en exponer en qué consiste la moralidad superior, aunque algunas pistas nos da. El señor es duro, es egoísta, es cruel, en vez de compasivo: compasivos son los integrantes del rebaño –que gimen reclamando el amor al prójimo, para que la comunidad alivie sus temores e inseguridades–. El señor es autosuficiente, se crea sus propios valores, y esto nos permite entender que la ética nietzscheana es, a semejanza de la de Kant, una ética autónoma, pero acaso sea preciso mostrar cuál es el principio formal en que se apoya la propuesta de esta moral superior.
La metafísica de Nietzsche se reduce a explicar el mundo como un conjunto de fuerzas que luchan entre sí por someter al resto; el ser humano se encuentra en medio de esta lucha e interviene en ella, sólo que quiere conscientemente lo que a otros entes mueve ciegamente. La única realidad que subyace es la voluntad de poder, el impulso de dominio, esencial para cada fuerza. El principio en que se apoya la moral de los señores no emana de la razón práctica, sino del trasfondo dionisíaco en que residen los recónditos sentimientos del alma humana, y allí se encuentra esta voluntad de poder, a la que la moral superior no enmascara, como hace la moral del rebaño, sino que la asume plenamente.
¿Está justificada una moral de la voluntad de poder? La humanidad se dio cuenta pronto de que el hombre es un lobo para el hombre y de que, si le dejamos guiarse libremente por su personal voluntad, la convivencia resulta imposible. Esta certeza está a la base de la ley positiva, de la regulación de la vida en sociedad, y, si se quiere, es también el origen de la denostada moral del rebaño. Algunos optimistas, empero, prefieren imaginarse que el individuo humano es naturalmente bueno y que es la sociedad la que le corrompe, pero precisamente la sociedad, en cuanto que nos sentimos constreñidos a la vida en común, procura el equilibrio entre ambiciones contrapuestas, como la selección natural logra que la lucha por la existencia equilibre las fuerzas vitales en un ecosistema estable, eso sí, a costa de los peor adaptados. El equilibrio social, análogamente, no evita la desigualdad y, de hecho, hay unos que dominan y otros que son dominados, lo que desemboca en la coexistencia de dos morales, una de la concordia y otra del imperio. Nietzsche reconoció (cf. Más allá del bien y del mal, aforismo 260) el hecho de que esta duplicidad de morales es una constante en la historia, pues siempre actúa la voluntad de poder, aun en los tiempos de esplendor de la moral cristiana, y podemos añadir que también en sociedades teóricamente igualitarias, como la de nuestra civilización occidental.

Hoy la situación anímica de nuestra civilización occidental es consecuencia  del desconcierto ocasionado por el nihilismo, y la actual duplicidad moral viene dada por la prédica interesada por parte de los que controlan la sociedad de una moral del rebaño de raigambre cristiana, la ética de los Derechos Humanos, que sirve primariamente para engañar a los desgraciados y secundariamente para anonadar a tu rival político (por ejemplo, acusándole de racista por haber llamado “negro” a un negro), y, por encima de ella, una fáctica moral de señores, encarnación de la voluntad de poder, que es el criterio con que se resuelven en última instancia los conflictos, sea en el terreno de la economía, sea en el terreno de las relaciones internacionales. En cuanto a los que se atreven todavía a ocuparse del fundamento de la moral, éstos caen en el relativismo moral de admitir que todas las éticas son equivalentes, puesto que no hay principio universal, o, si piensan un poco más, se refugian en una ética del consenso, que los moralmente válidos son los juicios en que coincide una mayoría cualificada de la asamblea. Tampoco esto es solución, puesto que nos podemos encontrar en similares circunstancias a la de una hipotética (o no tan hipotética) colectividad de aficionados a las bebidas alcohólicas en cuyo seno un abstemio fuese fuertemente censurado por negarse a participar en una borrachera. No es de extrañar que el Papa emérito, Benedicto XVI, se declare enemigo del relativismo moral.

 A pesar de la evidencia de que la sociedad posmoderna es nihilista y de que con ella se acabó el espejismo ilustrado del progreso moral, nos encontramos por doquier gente que aún cree que la humanidad recorre una vía de perfección, unos opinan que el libre mercado proveerá eternamente de riqueza y que la sobreabundancia se repartirá de manera espontánea entre los hombres, habrá para todos, incluso aunque siga el crecimiento exponencial de la población, mientras que otros, no tan satisfechos con el presente estado de cosas, afirman que otro mundo es posible, a través de algún tipo de revolución transformadora, pero lo cierto es que la preponderante voluntad de poder es autodestructiva en potencia, ya que implica la lucha de todos contra todos.
La humanidad es una rara especie dentro de la biosfera, porque su inteligencia le permite subvenir a sus necesidades explotando el medio más allá del límite que la lucha por la existencia marca al resto de las especies y, al final de su ciclo vital, ha alcanzado en nuestra época un inmenso poder, una capacidad de destruir y de autodestruirse que no encuentra barreras naturales. La tecnología (¡ah, la tecnología!) provee a los ejércitos de armamento ante el que no cabe defensa alguna y el desarrollo económico está lanzado a una huída hacia delante que agota uno tras otro los recursos de la naturaleza y las fuentes de energía y amenaza con aniquilar el entorno natural en que vivimos. Destruimos el planeta que nos acoge y nos autodestruimos entregándonos a guerras inmisericordes, y más aun lo serán cuando la escasez se extienda. Aquellos ilusos, sin embargo, se consuelan con la idea de que la tecnología (¡ah, la tecnología!) encontrará soluciones y continuaremos habitando por siempre en ese “mundo feliz”, un mundo sin base moral, pero en el que los agraciados ciudadanos de los países poderosos disfrutan noche y día de placeres sin cuento… mientras puedan. 
Si el equilibrio de la naturaleza no puede poner freno a la voluntad de poder de los humanos, ¿será la sociedad la que se imponga a sí misma límites a su afán suicida? Pero, para esto, sería necesaria una moral que no fuera de señores, una nueva moral y una nueva política a las que –me temo– se opondrán los señores con todas sus fuerzas, que son muchas, y para las que seguimos sin encontrar fundamento objetivo, sin principio universal aceptable por todos, porque nosotros, los nihilistas, todavía no sabemos qué es el Bien: se contradicen entre sí las cosas que unos y otros apetecen. ¿Qué hay que hacer, iniciar las prospecciones frente a las costas de las islas Canarias, con el fin de mitigar la disminución de las reservas mundiales de petróleo, como quiere el ministro de Industria, o no iniciarlas, con el fin de preservar las aguas oceánicas y el litoral del archipiélago, como quiere el gobierno de esa comunidad autónoma?, ¿qué principio objetivo nos permitirá elegir el bien mejor?, o ¿se resolverá el dilema con un puro enfrentamiento de voluntades?


Torrecaballeros, 25 de agosto de 2014.

lunes, 1 de septiembre de 2014

LA VENGANZA CATALANA


...DE ILDEFONSO ARENAS


Nuestro compañero Alfonso Arenas, ha publicado su quinto libro titulado LA VENGANZA CATALANA.


El tema no puede estar más de actualidad (el origen del estado catalán) y el libro trata de la gran epopeya mediterránea de los almogávares, guerreros catalanes y aragoneses de la Baja Edad Media. La acción comienza en Trinacria (hoy Sicilia) en 1298, y concluye en Atenas en abril de 1311, cuando tras aniquilar un ejército grecofrancés que les triplicaba en número fundan la República Militar Catalana (al año prefirieron llamarla Ducado de Atenas; las repúblicas no estaban demasiado bien vistas por entonces), tercer estado catalán independiente de los situados en el Mediterráneo (los otros eran el reino de Trinacria y el de Mallorca). Le dieron una legislación redactada enteramente en catalán (basada en los Usatges de la Ciutat de Barcelona), y se las apañaron para extender su vida setenta años más, hasta que vinieron los turcos y se lo llevaron todo por delante. No es una historia inventada. Como en todo lo anterior que ha escrito, los diálogos y los pensamientos de los personajes, que son todos ellos históricos, son 'la novela', pero los hechos, empezando por su constitución en estado catalán independiente, son rigurosamente ciertos y plenamente históricos.

Le deseamos que tenga otro gran éxito con este libro, y nos tememos que la editorial confía cada día más en él, pues la primera tirada será de 10.000 ejemplares.

Alfonso siempre nos comunica con anticipación sus publicaciones, previamente a la publicación de las reseñas de prensa, como primicia para todos los viejos amigos. Estará en todas las grandes librerías muy pronto.










BARCELONA. EMBLEMA DEL MEDITERRÁNEO, PASADO Y PRESENTE

...POR JOSÉ LUIS CERDÁN



LES CORTS


 Plaza de la Concordia
 Centre civic Can Deu

 La Maternitat
Edificios Trade
 Caixabank y Edificios Trade
Centro comercial de Rafael Moneo en L´Illa 

Monasterio de Pedralbes




SANTS-MONTJUIC

 El monte a la vez maldito y bendito
 Simulación de defensas antiaéreas
 Refugio de la última guerra civil
 Fuente de Carles Buigas para la Exposición Universal de 1929
 La fuente mágica de Montjuic


 Plaza de toros de las Arenas, reconvertida en centro comercial por Richard Rogers


 En la subida al Palacio de la Exposición: Monumento a Francesc Ferrer i Guàrdia
 Monumento a Francesc Ferrer i Guàrdia. Pedagogo anarquista. Se le acusó de haber instigado los sucesos de la Semana Trágica de 1909 y fue fusilado tras un juicio condenatorio lleno de irregularidades. Hubo innumerables protestas en toda Europa
La anella olímpica


 Palau de Sant Jordi de Arata Isozaki y Torre de Comunicaciones de Santiago Calatrava


Fundación Joan Miró

Obra arquitectónica de Josep Lluis Sert 



Museu de Arte de Cataluña
Situado en el Palacio de la Exposición de 1929, alberga una Impresionante colección de los frescos románicos trasladados de las pequeñas iglesias de la región pirenaica 



Estadio Olímpico
Para las Olimpiadas de 1992, se adecuó el existente de 1929



 Esculturas de Pablo Gargallo

Pabellón de Alemania de Mies Van Der Rohe


 En la inauguración en 1929, Alfonso XIII comentó que entendía que a los alemanes no les hubiera dado tiempo a terminar el pabellón

Caixa-Forum

Se ubica en una antigua fábrica textil proyectada por Puig i Cadafalch









 Exposición de Richard Rogers


EL EIXAMPLE
Al derruir las murallas medievales con motivo de la Exposición de 1929, se acomete la ampliación de la urbanización bajo las ideas de Ildefonso Cerdá. Malla cuadrangular con manzanas que acaban en chaflán y con espaciosos patios interiores. Posteriormente se fueron aumentando las volumetrías y los patios interiores convirtiéndose en garajes.

Casa Milá o La Pedrera de Antonio Gaudí. 
Quizá lo más "minimalista" del arquitecto













































Fundación Antoni Tapies. Situada en el edificio de la antigua Editorial Montaner y Simón obra de Lluis Domenech i Montaner.
 
















 L´Illa de la Discòrdia. Ocupa una manzana del Paseo de Gracia y debe su nombre a que aquí rivalizaron cinco arquitectos modernistas catalanes (Lluis Domenech i Montaner, Antonio Gaudí, Josep Puig i Cadafalch, Enric Sagnier y Marsellià Coquillat)

Casa LLeó Morera de Domenech i Montaner


 Casa Amatller de Puig i Cadafalch


 Casa Batlló de Antoni Gaudí. ¿Expresionismo-Surrealismo?
Un pez en el tejado



¿Goteras?


Profusión de tauletes



Palau de la Música















Obra inicial de Lluis Domenech i Montaner, con una ampliación intentando compaginarla con el espíritu inicial de la obra. La visión no es total en todas las localidades y la acústica no parece muy conseguida

Sagrada Familia

ç

 Templo en construcción según las directrices de Antonio Gaudí
Puerta de Pasión de Subirats. Rompedora del espíritu de Gaudí
Detalle de la verja
CIUTAT VELLA

EL RAVAL

Museo de Arte Contemporáneo (MACBA) de Richard Meier


Centro de Cultura Contemporánea


Monestir de Sant Pere i Sant Pau








Palacio Güell de Antoni Gaudí



La estética se aproxima al romanticismo wagneriano o es una alusión a los Cárpatos








Las Ramblas
La arteria más heterogénea de Barcelona divide el  Raval del Gótico


La fuente del Barça




Plaza del Ángel


Mercado de San Josep o de la Boquería 
Plaza de Catalunya, comienza el Eixample
Ruta señalizada del modernismo
EL GÓTIC


 Els Quatre Gats. Café frecuentado por artistas al principio del S. XX, entre ellos por Pablo Picasso

Plaza del Rei y la Seu al fondo. Excavaciones en el subsuelo de la Barcelona antigua
 Entrada al salón del Tinell y a la capilla de Santa Águeda
Torre del Mirador de Sant Martí


Torre y ábside de Santa Águeda

Casa Palladós




 Acceso directo del Palacio Arzobispal a la Catedral





La Seu

 Fira de Santa Llucia (Nadal)

 Cagatió
 Caganers
 Ayuntamiento
 Palau de la Generalitat
 Palau de la Generalitat. Sant Jordi

LA RIBERA


 Mercado de Santa Catalina, su nueva cubierta la proyectaron Enric Miralles y
Benedetta Tagliabue




 Calle Moncada, en élla está el Museo Picasso con la serie de las Meninas





 Santa María del Mar
Port Vell

SAN MARTÍ
Distrito vertebrado por la prolongación de la Avenida Diagonal desde la plaza de las Glorias Catalanas hasta el Forum en la desembocadura del río Besós.


 Torre de Aguas de Barcelona de Jean Nouvel


 Teatro Nacional de Catalunya de Ricardo Bofill
 Auditorio de Rafael Moneo

 Prolongación de la Diagonal desde la desembocadura del Besós







  Edificio del Forum


 Instalaciones del Forum

HORTA-GUINARDÓ





































 





Antiguo Hospital de Sant Pau i de la Santa Creu de Lluis Domenech i Montaner




El monte del Guinardó
La Mare de Deu de Montserrat

El niño del aro
Subida a la parte alta del barrio
Sant Martí


Sant Martí
El Eixample y la Ribera
Sant Andreu y Badalona
El Tibidabo
GRACIA
Parque Güell


















 Colorista e interesante concepción para un parque














Casa de Antoni Gaudí en el parque Güell

Barrio de Gracia





En las fiestas del 15 de Agosto los vecinos derrochan un aluvión de creatividad adornando las calles a low cost







 Casa Vicens de Antoni Gaudí, aquí se derrochó mucho azulejo y hierro forjado

La mayoría de las fotos del Hospital de Sant Pau i de la Santa Creu son de Ignacio Cerdán