lunes, 22 de febrero de 2021

PASEO ASTRAL

...por Kurt Schleicher

 

    Al final me he decidido a contar esta historia, a sabiendas de que muchos me tildarán de fantasioso o hasta de embustero, pero he pensado que podría ser útil para alguien. Es complicada de relatar al estar alejada del racionalismo convencional y de bastantes referencias médicas; más de uno la calificará de “imposible”, pero historias más extrañas han sucedido. Hay muchas cosas extraordinarias en este mundo sin explicación plausible; ésta es una más. Al final presento una serie de opciones para explicar lo que me ha sucedido; cada cual se puede quedar con la que más le convenza.

  Advierto que yo ya estaba diagnosticado de fibrilación auricular (consecuencia de arritmias auriculares); esto hace que tuviera el doble de papeletas de sufrir un ictus o un derrame cerebral. Para contrarrestar esto, se supone que estoy protegido con medicación, pero es que esa protección es una banda relativamente estrecha: si te quedas corto te puede dar un ictus y si te pasas, un derrame. Así llevo años y, claro, al cabo del tiempo te relajas.

   Todo empezó un día cualquiera a fínales de 2019.

   Estaba preocupado por una serie de problemas que no vienen al caso en el despacho en mi casa. De repente noté que algo me estaba pasando, pues empecé a sentir un hormigueo extraño en un brazo y una pierna. Yo ya estaba prevenido, pues sabía que eso era uno de los síntomas de un posible derrame cerebral o un ictus. En aquél momento me encontraba solo; como tenía el móvil al lado, llamé al 112 y les dije que estaba sufriendo un accidente cerebro-vascular a la vez que les daba mi dirección. Me levanté para dejar la puerta abierta y permitir el acceso; noté que estaba cojeando, con lo que aún me asusté más. Me senté en mi sillón favorito a ver si se me pasaba, pero no. Empecé a no ver bien por un ojo, a la vez que una extraña sensación me invadía en la cabeza; era como un dolor punzante. Al poco tiempo empecé a no ver bien tampoco por el otro ojo; intenté con todas mis fuerzas mantenerme despierto, pero con mi ceguera me resultaba difícil y al final noté que perdía lentamente la consciencia y que me sumergía en la oscuridad. Me rebelé; no quería quedar inconsciente. No quería aceptar que todo aquello fuese el final, pero el proceso seguía su curso y percibí que me sumergía en la inconsciencia. Así estuve no sé por cuánto tiempo.

     Dentro de aquella oscuridad, pude ver a lo lejos un punto de luz que se acercaba a mí y se hacía poco a poco más luminoso, mostrando lo que parecía ser un túnel. ¡Claro! ¡El famoso túnel que se veía poco antes de morir! O sea, que me estaba muriendo de verdad…

     Al cabo de unos instantes noté que mi dolor de cabeza desaparecía, a la vez que mis percepciones sensoriales aumentaban, dándome perfecta cuenta de lo que sucedía. Empecé a sentir una extraña clarividencia; recordé que lo que ahora debía pasar es que pudiera ver  retazos de mi vida pasada, a mis ancestros fallecidos o imágenes espirituales. Pues no; aquello no sucedió. Noté que algo me impulsaba dentro del túnel; la sensación era como si fuese un conductor de metro que se ponía en marcha y aceleraba, pero sin que yo tuviera que hacer nada. Hasta me pareció ver las vías; ¿me estarían llevando en un vagón de metro a alguna parte? Eso no era lógico. La velocidad aumentaba de tal modo que era mucho mayor que lo que pudieran dar de sí unos vagones de metro, tanto que la sensación era más bien de despegue de un avión; ¡no era posible despegar dentro de un túnel! Éste se abrió de repente y me vi rodeado por un paisaje que no reconocía. ¡Aquello no era ningún recuerdo! Era un paisaje extraño, que me recordaba algo a Islandia o a la isla de Lanzarote, pues se veían zonas calcinadas y algo que parecían fumarolas o volcanes. De repente, empecé a ascender; la sensación era clarísima, y además mi velocidad fue aumentando todavía más, aunque aquella impresión se compensaba con la vista del paisaje, cada vez más lejos de mí. Mi altura sobre aquél extraño terreno era cada vez mayor, pudiendo disfrutar de las vistas.

     Me dejé llevar por la visión del paisaje; era agradable desde aquella altura. Razonando, pensé que debía sentirme asustado, pues viajar sin saber en qué viajaba y tampoco tener la menor idea de dónde iba, no debiera resultar muy confortable, pero el hecho es que tampoco sentía miedo. Lo que tuviera que pasar estaba sencillamente pasando y no tenía forma de evitarlo.

     De repente noté que la velocidad aumentaba de forma exponencial y que me alejaba cada vez más; aquello ya no era la sensación de viajar en un avión, sino en un cohete. ¿Me habría convertido en astronauta? Eso era absurdo; tenía que ser un sueño. Lo malo es que tener un sueño y ser consciente de que se está soñando, debía de ser algo muy extraño; no recordaba yo soñar y ser consciente de ello.

     La velocidad aumentaba cada vez más, a la vez que el entorno se volvía más oscuro. ¿Estaría saliendo de la atmósfera? Ya estaba rodeado por estrellas. “El universo es maravilloso” me vino a la mente. Me froté los ojos. ¡Todo aquello era cada vez más absurdo e irreal! Durante bastante tiempo pude disfrutar de sentirme en el espacio exterior; incluso pude ver la Tierra y su curvatura en el horizonte, alejándose de mí. Era exactamente igual que la visión que se nos ofrecía desde la estación espacial. Pero como yo no era un astronauta, es que debía estar soñando…

      Estando ya muy lejos sumergido entre un mar de estrellas, observé que éstas empezaban a moverse. ¡Eso no era posible! Recordé lo que sabía por mi afición a la astronomía y la física teórica; ¡la única manera de visualizar estrellas en movimiento es que estuviese moviéndome cerca de la velocidad de la luz y que estuviese entrando en un agujero de gusano! En efecto, eso debía ser, pues las estrellas se movían a tal velocidad que ya no podía verlas. De nuevo tuve la sensación de entrar en un túnel.

    Me volví a asustar. ¿A dónde me llevaban y quién? Según me hacía esa pregunta, empecé a vislumbrar que estaba rodeado por algo que parecía una cabina de avión, pero deduje que eso me sucedía porque mi consciencia me lo hacía ver de esa forma. Recordé lo que sabía de la consciencia; era algo engañoso, pues nos podía hacer ver algo que no fuese real. Ejemplos había a cientos; ¡lo real, lo que vemos, no tiene por qué coincidir con lo que nuestra propia consciencia nos hace ver! ¡Eso es lo que debía estar pasando! ¡Una mala pasada de mi consciencia!

    Al cabo de algún tiempo volvieron las estrellas, pero ahora brillaban más. Lo que veía eran racimos de estrellas, como si estuviesen unidas entre sí por algo tenue. De nuevo me asaltaba la duda sobre lo que veía. Las estrellas nunca se unen; eso era imposible, pues entre estrellas hay distancias de miles de años luz. La velocidad era todavía muy alta, y aquellos racimos o lo que fueran desaparecieron, junto con las propias estrellas. Ya no veía ningún túnel; todo indicaba que estaba en un espacio vacío y por ello, al carecer de referencias, ya no tenía sensación de velocidad. Me rodeaba una extraña oscuridad y el silencio resultaba opresivo. Aquello ya dejaba de ser divertido para convertirse en angustioso. Me llegué a pellizcar para constatar que seguía vivo, cosa que tampoco me lo garantizaba; para que me fuera pasando todo aquello, lo lógico es que estuviese muerto.

    De repente sentí unas extrañas vibraciones y sacudidas, como si entrara en un mundo desconocido y esa sensación se debiera a la entrada en una atmósfera; lo extraño era que no percibía nada que indicase que estaba frenando, estuviera donde estuviese. La oscuridad quedó reemplazada por una extraña claridad. Veía algo que parecían montañas de colores imposibles y que pasaban por debajo de mí con explosiones volcánicas, volando todavía a gran velocidad. Gracias a esa luminosidad comencé a distinguir por fin en dónde me encontraba; en efecto, se trataba de una especie de cabina con mucha visibilidad por delante de mí. Me volví para saber qué había detrás, pues la “cristalera” terminaba en una especie de marco redondo. Estaba oscuro, pese a que el exterior iluminaba hacia adentro, pero aun así no era capaz de distinguir nada del interior.


    Me analicé yo mismo; me sentía extraordinariamente bien. Recordé los últimos síntomas que había tenido, pero ya no tenía ninguno de ellos. Ni estaba ciego, ni tenía hormigueos en la pierna o en el brazo. ¡No recordaba haber estado mejor en toda mi vida, ni siquiera con cuarenta años menos! Eso tampoco tenía una explicación lógica. Como mi “clarividencia” iba en aumento, me encantaba seguir razonando conmigo mismo. Si era verdad que me estaba muriendo o que ya había muerto, a lo mejor es que esa sensación era inherente al “after death”; si uno está muerto, ¿Qué sentido tiene estar enfermo o sentirse mal? Eso sí tenía cierta lógica, y habría que considerarlo. Desde luego, me sentía tan bien que el mero hecho de poder estar muerto ya no me preocupaba en absoluto; ¡me sentía incluso muy contento! También podría ser que esa felicidad se debiera a que estaba en el Cielo, donde se supone que uno debe sentirse feliz sin saber por qué.

    Habiendo llegado a este nivel de reflexiones, me pregunté a mí mismo si quería seguir muerto o morirme si no lo estaba todavía. La respuesta aparentemente lógica debía ser afirmativa, sintiéndome tan bien como me sentía, pero no era así. Algo en mi subconsciente me impelía a que, como toda persona que no tenía necesidad ni ganas de suicidarse, debía seguir aferrándose a la vida; en el fondo tampoco me hacía gracia que alguien desconocido tomase decisiones por mí llevándome por todos aquellos andurriales tan extraños, si es que la consciencia no me engañaba. Lo único positivo de todo aquello era lo bien que me sentía.

    De repente me estremecí. ¡La Consciencia! Había leído algo sobre ella y era consciente de que había muchos puntos oscuros. Más aún: ¿Cómo podría distinguir mi “YO” de mi consciencia? ¡A ver si todo aquello que estaba percibiendo no era más que una “gracia” de la consciencia hacia mí, por algún motivo! La idea de que me estaba muriendo podía ser verdad o no; ¡era mi razonamiento, es decir, algo inherente a mi consciencia, lo que me podía causar todo aquello! Y no sólo eso; la consciencia estaba ligada a superposiciones cuánticas, que incluía la indeterminación de mi localización, por lejana que fuera; a eso se le llama entrelazamiento cuántico. ¡A ver si todo aquél especie de “viaje” tenía que ver con este entrelazamiento! Era razonable, pero poco posible, aunque también podría ser lo recíproco, que fuese posible pero no muy razonable. Empezaba a sentirme confuso, pese a mi estado de clarividencia, pero eso se podría muy bien deber a mi falta de comprensión sobre lo que era todo aquello del entrelazamiento. Decidí que no ganaba nada con seguir dándole vueltas inútiles y rechacé mentalmente seguir elucubrando sobre ello. Era lo mismo que la fábula de “galgos o podencos”: lo importante era a dónde iba, quién me llevaba y por qué y no qué clase de perros eran.

    Entretanto, el tiempo seguía pasando y el paisaje exterior también. Decidí no perder la oportunidad de disfrutarlo.  ¿Cuánto había durado el viaje hasta ése momento? “Si había atravesado un agujero de gusano, vaya uno a saber…”, me decía. En fin, daba igual; si estaba muerto no tenía la menor importancia –sobre todo si la muerte estaba ligada a una eternidad─ y si estaba vivo, algo poco probable viendo el entorno, lo que importaba sería en todo caso lo que faltase para que despertara. Me estremecí: ¿Y si no estaba ni muerto ni vivo y me había convertido en un fantasma como el capitán del barco “El holandés errante” condenado a vagar por los océanos eternamente? No estaba precisamente en un barco, aunque tampoco tenía claro en qué estaba volando. No pude evitar una sonrisa amarga conmigo mismo; si alguien me hubiera dicho hace un par de días que andaría con tales disquisiciones, me hubiera tomado por loco.

    Empecé a fijarme en el paisaje; ya no se veían colores extraños ni explosiones volcánicas. La verdad es que era bonito, inspirando paz y tranquilidad. Me recordaba a  un paisaje andino en el sur de Chile. Precioso. Me dije que debería aprovechar la oportunidad y no darle vueltas a la situación si no podía hacer nada para modificarla; en algún momento llegaría a un final, ¿o no? Me fijé en las estrellas; eran diferentes y además casi todas disponían de una especie de “halo” alrededor; también se veía una constelación, similar a la Vía Láctea. No encontré la Luna, aunque eso no me sorprendió. ¿Dónde podría estar? ¿Por qué estaba allí? ¿Para qué alguien se había tomado la molestia de llevarme? Estas preguntas me volvían a asaetear mis meninges ¿o las de mi consciencia?


    De repente me di cuenta que pasaba indiscriminadamente de una situación “desde dentro” a otra “desde afuera”, o sea, que era capaz de verme desde el exterior, pero estando en el interior. Era como una película con diferentes planos. La sensación era muy curiosa; podía ver el maravilloso paisaje en situación de estar flotando en el aire, alternando con otros momentos en que estaba dentro de mi “vehículo” o lo que fuera “¡Qué idea! ¡Ahora podría ver desde fuera en qué estaba volando!”, me dije. La verdad es que sentía una enorme curiosidad por saber dentro de qué aparato había llegado hasta  allí; primero me pareció un vagón de metro y más tarde tuvo que ser un avión o un cohete, capaz de despegar y volar. La verdad es que sólo podía ver la cristalera o lo que fuera y nada más. Como si me hubiese escuchado alguien, me vi de nuevo en el exterior de mi “nave” o lo que fuera aquello, “volando” sobre el paisaje. Esta vez aparté la mirada de los lagos y las montañas más abajo y traté de mirar hacia atrás. Me volví a estremecer. ¡Por fin pude ver el “objeto volante no identificado”! Era una nave nada aerodinámica, llena de luces. Se podría vagamente asimilar a un platillo volante en el que la parte inferior era toda ventana, una cristalera enorme, que debía ser el lugar en el que había estado volando. Teniendo en cuenta que había pasado de dentro a fuera con tanta facilidad, no podría tratarse de una “cristalera” de cristal, valga la redundancia, sino de una materia traslúcida que no impidiera el paso. ¡Otra cosa imposible! ¿Cómo iba a viajar yo a tales velocidades sin tener delante una protección sólida?

    Me dije que era hora de volver a mi “nave” y que además era el momento de investigar las interioridades de aquél “platillo” o lo que fuera y conocer a la tripulación; hablando con ellos podría al menos saber dónde me llevaban y por qué.

    Entonces fue cuando pasó: sentí una especie de empujón brusco que me alejó de la “nave” y me encontré volando y descendiendo hacia “tierra”. ¡Estaba cayendo lentamente! ¡Debía ser que la fuerza de gravedad en aquél “planeta” o lo que fuera era considerablemente menor, como si fuese la Luna o menor todavía!



    Era como si los ocupantes me hubieran leído el pensamiento y hubieran decidido “prescindir” de mi presencia. ¡Me habían expulsado, lisa y llanamente! Me sentí frustrado; ¡ya me había acostumbrado a aquél viaje y no me hubiera molestado seguir! Y lo peor: estaba cayendo en medio de aquél bonito paisaje; terminaría dándome de bruces sobre una llanura que veía debajo de mí y completamente abandonado. ¿Y luego qué? Sin nave, ¿Cómo podría volver?

    Tomé tierra bruscamente, por decir algo; caí de espaldas dándome un buen culetazo sobre la blanda tierra, muy cerca del borde del lago. Y ahí me quedé sentado, algo atontado por el golpe. ¿Qué podía estar haciendo allí? Encima tenía hambre, por lo que empecé a dudar de si realmente estaba muerto; ¡los muertos no sienten hambre! Aquello se resolvió enseguida; muy cerca de allí vi que había una especie de huerta solitaria y salvaje, en la que se distinguían tomates, pimientos y melones. “Con eso ya podría apañarme”, me dije. Así lo hice; todo tenía muy buen sabor, ligeramente diferente al que estaba acostumbrado.

   La nave con sus antenas y lucecitas ya estaba lejos; no parecía que tuviese intención de volver. Sentí pena y frustración; ¿por qué me habrían abandonado? Y además, ¿Qué futuro iba a tener tirado allí y alimentándome durante una eternidad de tomates y melones? ¡Vaya panorama!

   Ya saciado, me sentí con ánimos de explorar aquél territorio. No veía señales de habitantes por allí, fueran humanos o no; lo que era cierto es que el lugar era verdaderamente paradisíaco; construirse una casa al borde del lago debía de ser una gozada. Decidí sentarme allí mismo y mirar hacia aquél precioso cielo y todo el panorama que tenía delante de mí. Cerré los ojos. ¡Qué bien me sentía! Si eso era estar muerto, no estaba nada mal, pero también me sentía muy solo. El éxtasis por aquél paisaje se pasaría en breve. ¿Volverían a recogerme? ¿A qué había venido aquella expulsión tan brusca y hasta desagradable, sin ninguna explicación? Sí, todo era precioso, pero, ¿y después? La sensación que me embargaba empezó entonces a cambiar; me sentía triste y abandonado. Hacerme yo solo una casa en aquél sitio tan bonito sería todo lo maravilloso que fuera, pero ¿Cómo lo iba a hacer? Allí no había ni árboles, ni bosques, ni gente que me ayudara, ni herramientas. Es decir, era un imposible. Pensar en un futuro alimentándome de pimientos y melones, no era nada atrayente tampoco. Reflexioné. ¿Qué es lo que deseaba? Pues lo que quería realmente era VOLVER.

    Decidí pasear por la orilla sumido en mis tristes reflexiones, mirando de reojo hacia donde había desaparecido la nave que me había traído hasta allí, con la secreta esperanza de verla aparecer y que me llevase de vuelta. Había dejado atrás a mi familia. La verdad es que era un desagradecido; no había pensado en ellos hasta ése momento y eso aún me entristeció más. Me entraron ganas de llorar, pero tampoco podía hacer nada. Era chocante; sólo hacía unos instantes me estaba sintiendo feliz y ahora lo único que me quedaba de aquellos exultantes momentos era que me sentía muy bien de salud. A lo mejor había sufrido un derrame cerebral, pero si había sido así, desde luego no me quedaba ni rastro. ¡A ver si todo había sido imaginación mía! No, tampoco, pues el hecho real -¿real?- es que estaba allí, lejos de todo.


   Empecé a notar frío; al no haber ni Luna ni Sol, no tenía ni idea de cómo evolucionaría el clima allí, aunque ciertamente la claridad anterior había desaparecido, siendo reemplazada por un atardecer algo menos iluminado y de un singular tono verdoso. De repente me fijé que de las aguas del lago surgían vapores, como en un balneario; ¿sería agua caliente? Me acerqué al borde metiendo la mano en aquél líquido que se suponía era agua y ¡sí! ¡Estaba agradablemente cálida! No pude resistirme a la idea de bañarme, pues así también me calentaba. Me quité toda la ropa –nadie me iba a ver─ y me sumergí en el lago. ¡Qué delicia! Recobré algo de ánimo; total, no tenía ninguna prisa. Al tragar algo de agua, me di cuenta que no sabía igual; debía tratarse de otro líquido. “Da igual”, me dije. Podía nadar, disfrutar y calentarme; lo malo sería el salir, pues no tenía toalla ni nada para secarme, como no fuera mi propia ropa. Decidí quedarme allí, haciéndome “el muerto”, al calorcillo de aquél líquido. Sonreí para mis adentros por el mal chiste, ya que seguía sin saber si estaba vivo o muerto.



   Y entonces ocurrió. Sentí un empujón hacia abajo, haciendo que me sumergiera. ¡Me iba a ahogar! No podía subir a la superficie; aquella extraña fuerza me lo impedía. Primero retuve la respiración, pero cuando ya no pude más, tuve que inspirar. “Total, de algo hay que morir y podría ser la segunda vez en poco tiempo…”, pensé, resignado. Sorpresa mayúscula: ¡podía respirar aquél líquido, como si me hubiese convertido en un “sireno”! No pude evitar reírme y observé que no me salían burbujas de la boca; ¿sería oxígeno o aire líquido? Sea como fuere, podía disfrutar del baño y ni siquiera tener la necesidad de salir a respirar. Fantástico. Decidí disfrutar del momento, así que me “tumbé” horizontalmente como si fuera un submarino, respirando con toda normalidad. Tan relajado me sentía que me entró un sueño tremendo; claro, habían sido muchas emociones seguidas. Sin darme cuenta, me debí quedar dormido, respirando plácidamente, igual que si hubiera vuelto al líquido amniótico de mi madre.

    Llegando a este punto, no recuerdo nada de lo que pasó a partir de ahí; sólo sé que me desperté en una cama amplia. Allí estaban mi mujer y mi hijo, ambos sonriéndome y un tipo vestido de blanco, médico o enfermero; debía ser un hospital.

    ─ ¿Cómo se encuentra? ─ me preguntó el de blanco, que debía ser efectivamente el médico.

     Me auto-examiné; me sentía igual de bien que en mi sueño, o lo que hubiera sido. Desde luego, muerto no estaba.

    ─ Si le digo la verdad, estupendamente bien ─ respondí ─ ¿Podría contarme lo que me ha pasado? No recuerdo nada…

    ─ Pues mire, le trajeron aquí desmayado, con síntomas de derrame cerebral, cosa que luego se confirmó, afectando localmente a una zona de la corteza frontal del cerebro. El problema fue la tardanza en traerle aquí, pues el derrame podría ser importante y podía perder neuronas con rapidez, ya que usted estaba tratado con anticoagulantes, que en este caso aceleraban el daño. El riesgo de muerte también aumentaba en este caso. Le hicimos una RMN y observamos que la sangre se estaba extendiendo a otras zonas peligrosas, al poder producirse un paro cardiaco y por tanto, la muerte. Ésta suele coincidir con la muerte cerebral ─ el médico pasó a mostrar una actitud vacilante ─ pero en su caso hubo una serie de sorpresas. Nada más llevarle a su habitación tras la resonancia, su corazón se paró. Intentamos reactivarlo, pero no lo conseguimos; usted estaba ya muerto. Supusimos que la sangre en el cerebro se había extendido demasiado.

     El médico hizo una larga pausa. La verdad es que todo lo que me había contado no me sorprendió, pues ya suponía que debía haber muerto.

    ─ ¿Y después qué pasó? ¿Cuáles son esas sorpresas? ─ le pregunté.

    ─ Pues que estaba usted muerto y no conseguíamos recuperarle. La primera sorpresa es que observamos que su cerebro mostraba síntomas de funcionamiento, pese a la falta de oxígeno que debería haber sufrido y no había rastro tampoco de muerte cerebral. Aquello nos intrigó y, como tampoco podíamos “resucitarle”, le llevamos de nuevo a la RMN para ver la extensión del daño; hablando en plata, suponíamos que todo su cerebro debería estar inundado de sangre. Pues no; ¡no se veía ni rastro! ¡Su cerebro parecía estar “normal”, sin daños y funcionando, pese a que había fallecido! Eso no era lógico tras el tiempo que ya había pasado, más de media hora, desde el momento de su fallecimiento! Decidimos, pues, volver a llevarle a su habitación donde todavía debía estar el equipo de reactivación. Hubo mala suerte, pues ya se lo habían llevado; obviamente lo trajimos otra vez con urgencia. Tras ponérselo de nuevo, ya con pocas expectativas tras el tiempo transcurrido, ¡logramos recuperarle!

     ─ ¿Entonces me desperté? ─ inquirí.

     ─ ¡No, qué va! Usted seguía inconsciente y se mantuvo a partir de ahí en coma. Eso es normal, hasta cierto punto, claro, y en ese estado suelen pasar días, semanas o meses, así que ya no nos preocupamos.

      ─ ¿Cuánto tiempo estuve entonces en coma?

      ─ Pues otra sorpresa: ni días ni semanas ni meses; despertó usted a las dos horas a partir de ese momento. Y lo sorprendente es que no muestra usted ningún daño cerebral, por lo que observo.

      ─ ¿Me puedo ir a casa entonces?

      El médico enarcó las cejas; dar el alta a un tío que había estado clínicamente muerto tres horas antes, parecía muy atrevido, por bien que estuviera.

      ─ Hombre, no tenga tanta prisa; le voy a hacer un análisis, también podría repetirse otro derrame, tengo que ver los daños, etc. Lo único que le prometo es que si todos los resultados son buenos, le daré el alta, pues aparentemente se encuentra bien…

     “Eso suena bien”, me dije. Poco a poco, empecé a recordar cómo empezó todo aquello. El túnel, la nave, las estrellas, el viaje espacial, la expulsión, el precioso paisaje…

    ─ Ah, me olvidaba ─ prosiguió el médico, mirándome inquisitivo por encima de sus gafas ─ aparte de su milagrosa recuperación, también observamos hace un rato, poco antes de despertarse del coma, que estaba usted transido de sudor y echando líquido por la nariz, como si se hubiese ahogado. Lo curioso es que no parecía estar usted afectado por ello; ¿ha tenido alguna pesadilla que le hiciera sudar de esa manera? Por cierto, veo que ya está seco. Curioso de verdad…

    Me estremecí. ¡Claro! ¡El líquido templado del lago que podía respirar! ¡No fue un sueño! Pero, si fue algo real, ¿Cómo había vuelto allí? Decidí no contar nada; ya se lo contaría después a mi familia. Nadie iba a creerme y tampoco quería que se me considerase un chiflado de ésos que afirman haberse muerto, el túnel, etc. Tenía que enterarme si existían antecedentes de esas experiencias bordeando la muerte. Eso ya sería asunto mío. En cualquier caso, había gran cantidad de incertidumbres. Decidí quedar con el médico en privado una vez que mi familia se hubiera marchado; quería saber más de lo observado por él durante el coma; me daba la sensación que me ocultaba algo.

    En efecto, por la tarde tras la merienda vino a verme.

    ─ Hola doctor ─ le espeté nada más verle ─ tengo la sensación de que no me lo ha contado todo, ¿verdad?

    El médico se permitió una leve sonrisa.

    ─ Ya le he dicho que es usted un caso curioso. Ha entrado usted con un claro derrame cerebral, no lo olvide. Otra cosa es que ha sido usted capaz de “reabsorber” toda la sangre del derrame, en un tiempo sorprendentemente corto, por cierto. Y ahora viene lo más gordo, de lo que no he querido informar ni siquiera a su familia ─ el médico tomó aire y me miró por encima de sus antiparras con verdadera curiosidad ─ ya le he dicho que entró usted en muerte clínica y no sé si cerebral durante lo menos tres cuartos de hora. Más allá de unos minutos podría –debería─ haber daños irreversibles. Repito: usted “murió” a efectos clínicos. En cuanto al cerebro, pese a la falta de oxígeno, daba señales de funcionamiento, aunque no tuvimos tiempo de confirmarlo. El cerebro precisa de oxígeno, y si el corazón no late, al cabo de algún tiempo, breve naturalmente, deja de funcionar. En su caso, algo funcionaba, desde luego… El corazón no respondía, pero el cerebro sí, sólo en parte al parecer. De eso no estamos del todo seguros. Luego entró usted en el coma durante aproximadamente dos horas, desde que trajimos los equipos de asistencia para mantenerle con vida. No entendemos cómo sobrevivió usted a esos cuarenta y cinco minutos en los que estuvo “muerto”  y sin la debida asistencia. De estudios recientes, sabemos que las neuronas son capaces de "resucitar" por bastante tiempo, lo que podría ser una explicación, pero usted es el primer caso que veo. Después supusimos que seguiría usted en coma asistido por mucho más tiempo, pero no, al cabo de dos horas ya despertó usted, coincidiendo con la llegada de su familia, a la que le dije que su coma fue solamente de unos minutos. Lo que tampoco nos explicamos es cómo se ha recuperado usted durante este periodo, “volviendo” en un estado de salud excelente, mucho mejor que antes de entrar en coma, por lo que intuyo al verle.

     La verdad es que sonreí para mis adentros; estando muerto, no se debería estar enfermo. No será muy científico, pero era la única explicación que se me ocurría.

     ─ Yo diría ─ continuó el médico ─ que ha tenido usted una ECM (experiencia cercana a la muerte) de libro, pero también muy especial. ¿No recuerda usted nada, no ha tenido experiencias espirituales o algo así?

      Me dije que mis experiencias eran privadas y que no le interesaban a nadie, así que lo reduje a sólo el principio.

    ─ Si se refiere usted al túnel y a la luz de fondo, sí, lo he visto. Pero recordar escenas de mi vida pasada o tropezarme con divinidades, la verdad es que no…

       El médico pareció decepcionado

    ─ Pues es una pena; me hubiera gustado disponer de una ECM y de sus recuerdos…

     Puse cara de inocente y ya no repliqué. Lo primero que tenía que hacer era unir en mi mente lo que contó el médico y mis recuerdos para tratar de encontrar una correlación.

     Aprovechando mis restos de clarividencia, empecé a reflexionar. Los momentos más peligrosos fueron al principio, en los que estuve realmente muerto; esto debió coincidir con la experiencia de la luz y el bien conocido túnel, repetido en los supervivientes de las ECM. Lo que sucedió después, salir del túnel, volar, ver estrellas y constelaciones, entrando después en un agujero de gusano, debían ser alucinaciones de mi mente. O quizás no; también podría tratarse de un viaje real de mi consciencia, ya separada de mi cerebro buscando el lugar donde aposentarse en el multiverso y su destino final tras la muerte. Lo que no me explicaba era el hecho de que la tripulación de mi nave, la que nunca pude ver, decidió que yo no era merecedor de continuar el viaje y expulsarme, echándome sobre un planeta similar a la Tierra, pero con una gravedad mucho menor. No era un castigo ni tampoco el infierno, pues el paisaje y el entorno eran maravillosos. Cómo volví al hospital tras quedarme dormido dentro del lago caliente, no lo sé, pero no es imposible que los del platillo decidieran que volviese a mi vida anterior; yo había expresado claramente mis deseos de no morirme y volver. Me debieron de recoger entonces del lago haciendo el viaje de vuelta conmigo dormido. Parece algo cogido por los pelos, lo reconozco, pero no olvidemos que si mi razonamiento era correcto, todo aquello estuvo orquestado por mi propia consciencia (y “yo” entonces no era otra cosa que mi consciencia) haciéndome ver algo que no era real, sino mi propia imaginación, capaz de fabricar todo aquello. También podría ser que “yo=mi consciencia” me regalase la experiencia de un mundo existente en la realidad. Podría haber sido cualquiera de estas opciones. En cuanto mi consciencia volvió a su lugar de origen en la corteza prefrontal, sencillamente desperté absolutamente consciente.

   Había otra opción, congruente con la anterior de mi ”consciencia viajera": si asumimos que “consciencia = alma”, no sería ninguna sorpresa que el alma abandonase mi cuerpo tras la muerte y que a partir de ahí ya fuera “yo = mi alma”. Entonces, como consciencia, se encargó de toda la organización del viaje, mis visiones, y como alma me estaría llevando al Cielo o Dios sabe dónde, nunca mejor dicho. Todo indicaba además que podría estar ya en otro universo; sitio desde luego hay de sobra. En un momento determinado, mi “alma” decidió interrumpir el viaje y me echó con cajas destempladas al notar que yo quería realmente “volver” pese a mis maravillosas experiencias. Sea consciencia o alma, se lo agradezco…

    A lo que no encontraba explicación era a mi milagrosa curación, salvo que lo orquestara mi consciencia tras volver a “enchufarse” al cerebro; si ha sido capaz de traerme de vuelta y librarme de la muerte tras efectuar aquél increíble viaje astral por dos veces, curarme le habrá sido mucho más fácil. Por cierto, el médico me dio el alta en el mismo día tras ver los resultados de mis análisis, que fueron de libro. Parece ser que mi experiencia ha pasado a engrosar la ya larga lista de ECM´s, aunque sin los detalles de mi largo paseo astral.

   No sabré nunca quiénes fueron los tripulantes de mi nave, real o ficticia; ¿serían ángeles encargados por el alma de cuidar de mí? ¿Sería otra función de mi consciencia? Me temo que sólo lo sabré cuando muera por segunda vez…

   Lo bueno es que en cierta manera había vuelto agradecido y veía las cosas de este mundo de otra manera, por malas o estúpidas que fueran, sin enfadarme. Y otro regalo: tras aquella experiencia, no tenía ya ningún miedo a morir; estaría encantado de repetir aquél maravilloso paseo astral…

 

                                                                                                K.S., febrero 2021

2 comentarios:

  1. Pues como dices al principio, queda la duda de si hablas en primera persona o si es ficción; en todo caso éxito en tres aspectos: idea, desarrollo y desenlace.
    Francisco González García

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  2. Gracias.
    Hablar en primera persona no excluye que sea ficción o en parte un sueño. Si lo detallo, se perdería algo del halo de suspense...

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