...Cuento por Manolo Rincón
Desde muy pequeño había sentido
mucha curiosidad por el funcionamiento de la Bolsa de Comercio. Nunca supe como
vino a mí ese interés, pues en mi casa era un mundo desconocido y que no se
tenía intención de conocer. Alguna vez oí a mi madre decir que mi abuelo, ya
fallecido, compraba alguna acción, ante el reproche de su mujer.
Al llegar del colegio a la hora
de comer teniendo siete u ocho años, escuchaba diariamente le programa “La mañana
en la Bolsa de Madrid” de Antonio Martínez Aedo, que en Radio Madrid comentaba
a diario la sesión bursátil.
En un principio nada entendía,
pero poco a poco de manera autodidacta comencé a conocer cuáles eran las
principales empresas cotizadas (Telefónica, Iberduero, Unión Eléctrica
Madrileña, Banco de Bilbao, Banco de Vizcaya, Urbanizadora Metro, Nueva Montaña
Quijano y un largo etcétera de compañías, casi todas hoy desaparecidas) y lo
que valían sus acciones.
Más trabajo me costó comprender
el concepto de entero y su equivalencia a pesetas, pero después de un par de
años de oír el programa lo manejaba correctamente. Entonces ya pasé a leer la
información bursátil (muy reducida por cierto) del periódico vespertino Madrid,
que traía mi padre por la noche y pese a que llegaba tarde a mi casa le
esperaba para leerlo y cotejar con la información de Antonio Martínez.
En el Colegio muchas veces no
prestaba atención a las aburridas explicaciones que D. Luis nos daba sobre
aquellas vetustas enciclopedias que a mí me parecían textos del siglo XIX y me
ponía a discurrir sobre como iría transcurriendo la mañana en la Bolsa y cual
sería el comportamiento del corro bancario. Esto me supuso más de una vez que
al ser preguntado por lo que se estaba explicando, nada pudiese responder a D.
Luis que me mandaba al último puesto de la clase con total razón del mundo por
supuesto.
Había visto que con ningún
compañero podía compartir estas inquietudes y las guardaba para mí mismo. Estos
pensamientos me impedían en general ser bueno en los deportes que allí se
practicaban.
Al pasar al Instituto veía como
asignatura más útil las matemáticas pues me daban herramientas para hacer ya
algunos cálculos como reglas de 3 o proporciones totalmente aplicables al mundo
bursátil. Gracias a ello comprendí que eran las ampliaciones de capital, como
se calculaba el valor de los derechos o como se obtenía una rentabilidad por
dividendo.
Probablemente esto era más
aburrido que los tebeos de Supermán pero no eran cosas para nada incompatibles,
pues yo las combinaba. Así continué varios cursos y para mi sorpresa en sexto
curso y en una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional, había
un maravilloso libro de Fuertes Quintana que además de Macroeconomía, explicaba
el funcionamiento del las Bolsas. Ni que decir tiene que conservo ese libro de
editorial Doncel como un tesoro.
Cuando tuve que decidir qué
carrera escoger miré los planes de Ciencias Económicas pero no me parecieron
suficientemente atractivos, por lo que me fui a una ingeniería, ya que otro
gran interés que me asaltaba también desde pequeño era la transmisión de
información a distancia, afición que incrementó un magnífico Taller de
comunicaciones que realicé en el Instituto. Despreciaba entonces (signo de gran
incultura), el latín, el griego y las lenguas, no así la filosofía que me
fascinaba tanto como las teorías matemáticas de conjuntos.
En la Escuela de Ingenieros hube
de trabajar bastante para poder obtener en cinco años el título y dejé a un
lado mis inclinaciones bursátiles. Pero de nuevo tuve otra sorpresa. Había en
el último curso una asignatura de economía donde me reencontré no solo con la
Bolsa si no con el mercado de capitales y divisas. Nuevamente resurgió mi
antiguo interés, pero con otra perspectiva. Cuando comenzase a ganar dinero
vería como era la inversión real.
Las acciones entonces me parecían
carísimas. El nominal era de 500 ó 1000 pts., totalmente fuera de mi alcance.
Comencé a ahorrar al mismo tiempo que trabajaba en informática (en el proyecto
de reserva de billetes electrónicamente, de RENFE). Y compre mis primeras 10
acciones de Unión Eléctrica Madrileña.
Luego al casarme, tener que pagar
un piso y por tanto un nivel alto de gastos, tuve que acudir al pluriempleo
para tratar de hacer un pequeño capital. En aquel entonces las noticias
bursátiles tardaban mucho en conocerse y solo los “barandilleros” que iban a
diario a la plaza de la Lealtad podían hacer dinero.
Me di cuenta de ello y decidí
abandonar “sine die” el mundo bursátil, quedándome con mis 10 acciones de Unión
Eléctrica (que ya eran 15 por el efecto multiplicador de las ampliaciones de
capital) y 50 acciones de la Compañía Telefónica Nacional que había adquirido.
Hubo muchos vaivenes económicos
que yo no seguía, preocupado más por la inflación, el día a día del trabajo,
los viajes y los proyectos. Entré a trabajar en Price Water House (PWH) y como
se vivía prácticamente en la empresa, conocí a un grupo de auditoría que tenía
información privilegiada y por las tardes después de terminar nuestros trabajos
estudiábamos posibles movimientos especulativos.
Unión Cervecera era una empresa
que iba a sufrir una OPA, por lo que me arriesgué a comprar una cantidad
respetable de títulos. Se hizo la OPA y en dos días las acciones estaban al
doble. Yo sensatamente vendí, ante las regañinas de mis amigos que decían iban
a sacar mucho más dinero y me llamaban cobarde. El 16 de octubre de 1987 había
realizado beneficios con unas plusvalías del 100%. Y el 19 de octubre que se
conoce como lunes negro vino la tragedia. Para entonces ya conocía bien lo que
era el Down Jones (Índice de industriales de Wall Street) que esa tarde (hora
española) se desplomó en un breve intervalo de tiempo, más que en 1929,
arrastrando a los mercados mundiales. Yo había salvado mi capital pero muchos
compañeros se arruinaron por bastante tiempo y aún se acordarán de Unión
Cervecera que pasó a valer solo un 10% en muy poco tiempo y ya nunca se
recuperó.
Nuevamente dejé el tema bursátil,
pues pasé a un cargo directivo en otra empresa y me dedicaba solo al trabajo.
Únicamente utilizaba unos bonos convertibles que se compraban a fin de año y te
permitían desgravarte.
Ya a comienzos de los 2000 di con
otro grupo inversor pero poco invertía pues no podía seguir las sesiones, así
que me pasé decididamente a la Renta Fija que daba muy buenas rentabilidades.
Ya en aquel entonces comenzaban las plataformas on-line y al salir del trabajo
seguía en tiempo real el mercado americano.
Me picó de nuevo el veneno
especulador y comencé a hacer “trading” es decir compras y ventas muy rápidas.
Aprendí que eran los derivados, las CFD y las opciones. Y me propuse hacer un
pequeño club inversor. Cada miembro de la familia cercana ponía una cantidad
libremente y con el capital adquirido me puse como objetivo hacer entre un 8 y
un 10% de ganancia semanal. Lo conseguí mediante opciones y durante 6 meses
daba semanalmente ese reparto que ponía contentísima a mi familia. El riesgo
era pequeño, pero existía. Un terremoto en Chile hizo que se disparara el
precio del cobre y por primera vez perdí dinero. No pasé la factura negativa a
mi familia les devolví su capital y yo con el mismo método en 6 meses que no
tuve ningún fallo recuperé lo perdido. Entonces lo dejé definitivamente.
Vino luego el Crash de Lehman Brothers.
Era en 2008. Un par de días aposté a la baja, era fácil entender que eso iba a
suceder. Luego decidí que había muy buenas oportunidades y me hice una
cartera selecta de acciones a bajo
precio y que todas daban dividendos.
Y aquí terminó mi carrera de
trader aficionado. Desde entonces mantengo esta cartera con mucha tranquilidad.
Algunas como Telefónica y Santander han bajado significativamente su dividendo,
pero otras como Gas Natural lo han subido. Son paguitas que recibo de vez en
cuando que se agradecen ahora con los sueldos de jubilata y que en el futuro
disfrutarán mis hijos, a condición de no vender las acciones, solo obtener los
dividendos.
Feliz noche de Reyes a todos. 5.01.19
Sin moraleja, para que el lector saque la suya propia.
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