martes, 7 de enero de 2020

CUENTO DE AÑO NUEVO


...Por Manolo Rincón



Hay otros mundos pero están en este (Euard)
El misterio de las pirámides. Cuento corto dedicado a una Historiadora.
El siguiente manuscrito lo encontré en el maletín de mi padre, ilustre ingeniero que vivía para su profesión, tras el extraño accidente que terminó con su vida. Me fue entregado por la embajada de Egipto. Estaba acompañado por unos esquemas de lo que parecía ser una trompa sonora. Lo transcribo literalmente, junto con un recorte de prensa, por si alguien pudiese aportar alguna luz sobre el caso.
Al llegar a una determinada edad es necesario mirar hacia atrás y hace balance de todo lo realizado en la vida y es lo que me dispongo a hacer en estos momentos en los cuales aún me acompaña el vigor físico y no me falla la inteligencia, aún cuando todas las puertas de realizar proyectos se me hayan ya cerrado por mi edad.
Había tenido una niñez feliz, en la cual pocas cosas materiales tuve, pero tampoco las necesité. Apartado de las aficiones de mis compañeros, como el futbol o el baloncesto, desde muy pequeño me preocuparon ciertos aspectos de la Física, aunque dada mi edad mis padres o profesores no me tomaron en serio nunca. Algunas preguntas que me hacía tendrían respuesta en años posteriores, pero había algunos temas para los que no existía aún ninguna respuesta, al menos en el marco de la ciencia ortodoxa, cuando me los replanteaba cincuenta años después. Varios temas me han perseguido durante estos 50 años de ejercicio de la ingeniería, sin poder tener explicaciones convincentes. Pero uno en especial me intrigaba sobre manera desde mi infancia hasta el día de hoy.
Se refería a la construcción de las Pirámides de Egipto. Con el paso de los años había conocido algunas extravagantes teorías, como las de Peter Gay, que atribuía su construcción a seres extraterrestres que las usaban como cosmódromos. Otras teorías aludían a que los faraones disponían de miles de esclavos para su construcción.
Independientemente del contenido esotérico del que algunos autores querían dotar a estos monumentos, para mí las pirámides eran un misterio arquitectónico insondable al que no se le había dado una solución válida aún.
Si se planteaba el problema en términos físicos, resulta que los constructores debieron de transportar miles de bloques de peso superior a las diez o doce toneladas, desde las canteras, a los emplazamientos en el Valle de los Reyes, a través del desierto, recorriendo decenas de kilómetros, y solo usando rodillos de madera, sin ayuda de la rueda que aún no conocían. Se me antojaba imposible transportar tales bloques solo con ayuda de rodillos de madera que de destruirían con solo poner ese enorme peso sobre ellos, a parte de la dificultad de la arena que presentaba mucha resistencia al rodamiento de los mismos y por tanto al transporte.
Pero no era el único problema inexplicable. Para que los bloques estuviesen en su emplazamiento, diseñado meticulosamente por sus arquitectos, había que colocarlos en lugares  exactos, a decenas de metros de altura con enorme precisión. La teoría clásica de usar montañas de arena para subir los bloques, me parecía absurda, pues tales pesos se hundirían en la arena.
Siempre pensé que la ciencia convencional no tenía ninguna respuesta a tales enigmas, y que la solución debía de proceder de hipótesis más arriesgadas.
Aunque no era creyente desde hacía bastante tiempo, siempre me había interesado la Biblia como un compendio de saberes y tradiciones, a veces muy antiguos, pero con un fondo de autenticidad, razón por la que la leía con frecuencia, para tratar de remontarme a tiempos más lejanos y encontrar explicaciones a hecho inexplicables, como el que acabo de enunciar.
Por la Biblia conocía que el pueblo de Israel estuvo cautivo de los egipcios y que José, Moisés y otros muchos habían sido altos dignatarios egipcios.
Pudieron tener acceso a la ciencia que entonces guardaban celosamente los sacerdotes, y conocer secretos, como el de la construcción de las pirámides. De hecho los hebreos tuvieron gran relación con la casta sacerdotal, aunque a veces no les mirasen con buenos ojos.
Con referencia a al tema en el que me he centrado, mi teoría se basa en suponer que los sacerdotes egipcios manejaban instrumentos que producían ondas sonoras.
Todos sabemos que esas ondas soportan energía y esta energía debidamente controlada, sería suficiente para elevar al menos un bloque de la piedra para las pirámides, transportándolo hasta su emplazamiento, desde la cantera a la construcción, y permitiendo elevarlo a su emplazamiento definitivo.
De esta manera se daría una explicación científica válida, al enigma de la edificación de las pirámides.
Esta ciencia física, se perdería con la civilización egipcia, pero los israelitas la conocían, y gracias a ella derribaron las murallas de Jericó, al sonido de las “trompetas”, según la narración que nos ofrece la Biblia.
Mi teoría me satisfacía, en todos sus términos, pero como toda teoría, para que sea cierta ha de ser demostrada. Siempre he sido muy escrupuloso con las demostraciones experimentales que validan teoremas y ecuaciones que de otra forma no serían más que una abstracción.
Empecé a interesarme por el tipo de instrumentos que podían ser capaces de producir tales fenómenos físicos.
No era corriente en una civilización regida por la técnica, que ideas semejantes fuesen fácilmente aceptadas por una comunidad científica carente de la imaginación y del talento necesarios para poder llegar a comprender esta parcela tan específica de la Física.
Por tanto comencé a interesarme por las civilizaciones más antiguas, para intentar encontrar elementos que pudiesen avalar mis hipótesis.
En las altiplanicies de Perú, florecieron las civilizaciones precolombinas inca y anteriormente la maya, que construyó pirámides, más sencillas que las egipcias, pero con ciertas similitudes, tanto en el desplazamiento de bloques ciclópeos, como en su colocación exacta en el lugar preciso.
 Eran escalonadas y su altura menor que la de las egipcias, así como los bloques que eran la base de la construcción también resultaban más pequeños.




Me trasladé hasta Perú, con la idea de investigar más sobre el terreno estas hipótesis.
Pude verificar que al igual que los egipcios, los mayas eran adoradores del Sol. Sus construcciones eran también grandiosas, y aparentemente habían tenido los mismos problemas para el traslado de las piezas que componía sus pirámides escalonadas, más pequeñas, como ya he dicho, que las de Egipto y de un tipo de construcción diferente.
En el museo etnológico tuve la suerte de ver un instrumento de viento antiguo, que me parecía podía haber sido el adecuado para producir los sonidos que yo estaba estudiando.
El Dr. Morales, un inca auténtico, era el conservador. Me presenté como investigador, y él me dijo que contaba con toda su ayuda para mi investigación. Me interesé especialmente por el instrumento, catalogado con un epígrafe genérico como un “objeto para el culto”.
Pude verificar que el instrumento podía tener una antigüedad superior a los dos mil años.
El Dr. Morales tuvo la amabilidad de invitarme a cenar a su casa. Y allí en la sobremesa tuve ocasión, mientras degustábamos un sabroso pisco, de exponerle, no con cierta precaución, mis teorías.
Me resultó de gran alivio que no le parecieron en absoluto disparatadas, todo lo contrario las veía como algo coherente y verosímil, y prometió enseñarme al día siguiente algo especial.
Me contó que el descendía directamente de nobles incas, y no tenía sangre española en sus venas. Al día siguiente me mostró un instrumento similar al expuesto en el museo, pero en mucho mejor estado de conservación. Pude medirlo y hacer un pequeño croquis o plano del mismo.
Era similar a una trompa de las que recordaba se tocaban en los Andes.
Terminada mi investigación, ya en Madrid, dediqué tiempo y dinero a construir una réplica del instrumento que el Dr. Morales me había enseñado, basándome en los esquemas y fotografías que tenía del instrumento en cuestión.
Tardé unos meses en tener el instrumento terminado. Cuando ya estaba listo decidí ir a probarlo a las pirámides egipcias.
Era la única forma te tener la total seguridad de que mis hipótesis eran correctas. Mantuve a mi familia ajena a todo ello, peo como ya conocían que me gustaban los temas “raros”, no le dieron mayor importancia. Me recomendaron que tuviese mucho cuidado con los islamistas radicales y no entendían como no iba en un viaje de turistas organizado.
Una vez en El Cairo, y ya que las pirámides se encuentra cercanas contraté a un taxista para ir a la mañana siguiente al lugar deseado. A hora temprana me dirigí con mi instrumento al Valle de los Reyes conducido por el taxista que me amenizó el trayecto con rudimentarias explicaciones sobre el Valle al que nos dirigíamos.
Una vez allí le dije a mi conductor que volviese a las 10 horas y así quedé en libertad de movimientos. En una maleta llevaba mi instrumento, que tuve alguna dificultad en entrar en el recinto, pero un billete solucionó el problema y pasé con él.
Iba anotando todos los detalles, unidos a mi primera narración, con el fin de no olvidar nada de lo que iba aconteciendo.
Me situé frente a la pirámide de Keops dispuesto a experimentar con mi instrumento. A aquella primera hora había muy pocos turistas.
Me asombró su enorme altura de más de 100 metros, la contemplaba mientras me disponía a que sonase mi trompa. Ya tengo todo preparado. Pronto sabré si estoy en lo cierto… Temina el manuscrito.




Nota de la policía egipcia.
Un extraño accidente ha ocurrido en el día de hoy, frente a la pirámide de Keops, al desprenderse un enorme bloque de más de 40 toneladas del vértice de la pirámide. Los testigos afirman que el bloque “voló”, describiendo una trayectoria elíptica y fue a caer sobre un turista que visitaba en solitario la pirámide que resultó muerto en el acto. Hubo quien aseguraba que tocaba en esos momentos una trompa aunque no se oyeron sonidos de ningún tipo. Sus restos y pertenencias serán repatriados a España.