Una historia real.
Esto podría ser un cuento de Navidad, de no ser porque no es un cuento. Aunque sí es de Navidad.
Es algo que ha sucedido tal como voy a contarlo... hasta donde llega mi memoria y mi capacidad de relatarlo fielmente. La única licencia que me he permitido es la de cambiar los nombres de las dos protagonistas femeninas.
Era la tarde del cuatro de enero de un año del siglo XX. Había sido un día frío. Un día frío tras un año frío, en el que hubo más ánimos que esperanzas. Un hombre de mediana edad caminaba lentamente por el andén. Pocos minutos después, cuando él y su negro maletín ya estaban a bordo, el expreso partía rumbo a París.
Fue un viaje largo. Demasiadas horas hasta que el vagón de Baltasar, que así se llamaba nuestro hombre, se detuvo en Austerlitz.
En París hacía aún más frío. Paseó por las calles sin rumbo fijo hasta que encontró un modesto hotel en un barrio triste, no demasiado lejos de la estación. Dejó el maletín, sin abrirlo, sobre la cama y se sentó junto a él. Del bolsillo del abrigo sacó un papel, cuidadosamente doblado, y lo revisó con atención. Con la ayuda de un viejo mapa de Galeries Lafayette identificó la posición del hotel y siguió con el dedo hasta detenerse mucho más al oeste del arrugado plano.
Lara estaba cansada. Trabajar en París no era fácil. Estaba sometida a un permanente examen y todos sus compañeros la juzgaban con severidad. Sobre todo ellas. No había podido cogerse días libres en Navidad, así que había optado por llevarse a su hija a pasar esas fechas con ella, aprovechando las vacaciones escolares de la niña. Madre e hija estaban solas en un París que acababa de brillar en fiestas espumosas y ahora tenía los escaparates cubiertos de carteles blancos con grandes letras rojas.
Nadie, tal vez menos ellas dos, pensaba en que esa noche no era una noche más. Por suerte, el día siguiente era domingo, así que no había que madrugar. Madre e hija podrían estar juntas.
Cenaron temprano. En el pequeño y anodino apartamento del 15e, en el que vivía Lara. No era un mal barrio... era peor: era un barrio inerte.
Después de la cena, madre e hija se quedaron un rato charlando. Hablaron de todo y de nada. Hablaron de la lejana tierra de Lara y de la cálida patria de su hija Alessia.
No recuerdo bien la edad de Alessia, pero era un niña. Todavía no había empezado a darle a su madre todos los problemas que vendrían después. Ni los éxitos que seguirían a esos problemas.
Ya estaban dormidas cuando un pequeño reloj suizo de pared, incluido en el mobiliario del apartamento, emitió los tímidos sonidos de su registro musical para indicar que eran las doce de la noche. En ese momento, sonó el timbre de la puerta. Varias veces, con insistencia.
Lara se levantó, sobresaltada, seguida de su hija. Preguntó, sin abrir. Del otro lado llegó una voz clara y rotunda: "Soy el Rey Baltasar".
Sinceramente, no entiendo bien cómo Lara fue capaz de abrir la puerta, en vez de llamar a la policía. Dicen que tomó sus precauciones, pero no hay precaución suficiente que lo explique sin abandonar los más elementales principios de la lógica y de la prudencia.
Abrió. Y Baltasar entró con un gran regalo en las manos (nunca he conseguido acordarme del contenido del paquete que, en cualquier caso, es lo de menos en esta historia). Tenía la cara pintada de negro, un enorme turbante con una pluma en la cabeza y sus vestimentas orientales estaban casi cubiertas por una capa de color azul celeste. Sus maneras eran dulces y reposadas y sus movimientos majestuosos, a pesar del indiscutible tufillo que desprendía la indumentaria, a medio camino entre Peris y Cornejo.
Baltasar regresó a su hotel, conducido por el incrédulo taxista que le había llevado hasta allí y que le esperaba a dos manzanas de distancia, protegido de las vistas de Lara y Alessia, que observaron al rey mago alejarse, con parsimonia, calle abajo. La niña creyó ver la sombra de un elefante junto a la esquina por la que se perdió.
Ninguna de las dos supo nunca quién fue el misterioso Baltasar que llevó su regalo a Alessia en su pequeño destierro parisino. Ninguna de las dos tuvo nunca una explicación de lo ocurrido aquella Noche de Reyes singular.
Alessia se hizo mayor. Y quiso el destino que, muchos años después, convertida en cantante de éxito internacional, fuese contratada para protagonizar el célebre musical de Broadway "King Balthazar".
La noche del estreno, tras un gran triunfo en el escenario, fue entrevistada para un prestigioso programa de televisión.
- Cuéntanos, Alessia -, preguntó el periodista. - Seguro que tienes alguna anécdota interesante relacionada con "King Balthazar".
Alessia pensó un instante. Luego negó con la cabeza. - Nada especial - respondió. - Para mí es un musical como otro cualquiera - dijo, girándose para ofrecer su perfil más atractivo a las cámaras.
Baltasar, viejo y cansado, apagó la televisión y se fue a dormir.
Muy bonito Paco. Lo conocía por tu libro, pero me ha encantado releerlo. Esta noche sigue presente en nosotros.
ResponderEliminarTe dejo este otro pequeño cuento, dedicado a esta efeméride. Feliz año Paco.
Cuento de Reyes 2019
La noche de Reyes siempre había tenido para mí un encanto especial. Fluían los recuerdos de cuando muy pequeños mi hermano y yo escribíamos ilusionados las cartas a los Reyes, pidiendo lo justo, pues nos decían que si pedíamos demasiado nada nos traerían.
Los días anteriores transcurrían lentos. Trataba de portarme bien en todo momento, no fuera que mi regalo se transformase en carbón. De esta forma tuve a lo largo de los años un tren eléctrico Payá, un proyector de cine Jefe, un meccano, una escopeta de corchos Jefe y un coche de faros que abría las puertas.
Luego fui sospechando que los regalos los traían los padres, que también se comían el turrón que dejábamos para ellos, pero aún así la noche jamás perdió su mágica ilusión.
Nuevamente era 5 de enero. Pensaba en lo rápido que transcurría el tiempo, pues había pasado un año a gran velocidad. Fuera de la mercantilización de la fecha sabía que muchos niños hoy estaban tan ilusionados como yo lo estuve antaño. Ahora la cabalgata era más lujosa y más tecnificada que las que yo recordaba de antaño.
Con estos nostálgicos pensamientos me fue envolviendo la noche. Ya para mí no necesitaba regalos. Los quería para los demás, no solo para los más pequeños de mi familia, sino para todo el mundo en general. Recordando las preguntas que antaño hacía a mis padres sobre quien pagaba los juguetes que traían los reyes o por qué había niños pobres sin juguetes me fui a dormir, con el tintineo de las luces festivas en los ojos y el sabor del roscón en la boca.
Fue un sueño inquieto en el que veía aquellos encerados con los Reyes Magos que dibujábamos antes de las vacaciones en el Instituto o el Circo Price, donde íbamos cada año el 6 de enero con mis padres, con la entrada de los Reyes en la pista cargados de regalos. Era como si lo viviese de nuevo, como si estuviese allí otra vez.
Repentinamente oí unos pasos que me despertaron de mis sueños y me levanté sobresaltado. Por debajo de la puerta se filtraba una luz blanca. Asustado abrí la puerta y vi con total claridad un Rey Mago, con su corona de oro, no de cartón, sus ricos ropajes, su barba blanca y una amplia sonrisa que sacaba de un saco paquetes que iba depositando en el suelo.
Después una niebla envolvió la escena y caí en un sopor del que tardé en despertar. Ya era entrada la mañana de hoy 6 de enero. Me bajé de la cama recordando el extraño sueño que había tenido y al abrir la puerta vi con mis propios ojos sobre el suelo del pasillo un cine Jefe, un meccano, un tren eléctrico Payá, un coche de faros y una escopeta de dos cañones Jefe.
No sabía que pensar y me encontraba aturdido. Pero me puse a jugar con aquellos regalos. A nadie conté mi experiencia, pues sabía que me tomarían por loco. He guardado estos regalos para que cuando mi nieto sea un poco más mayor pueda disfrutarlos.
VER:
file:///C:/Users/Manuel/OneDrive/azzz.pdf
Muchas gracias, Manolo. Me ha gustado tu cuento. A ver si un día me dejas tu tren eléctrico, me apetece jugar un rato con él.
ResponderEliminarUn abrazo.
Querido amigo:
ResponderEliminarMi tren no creo que ya funcione. Era de 125 V. y llevaba un transformador a corriente continua que se estropeó. Pero podrás ver vagones, máquina y tandem en bastante buen estado. El cine Jefe está mucho peor. En aquellos tiempos no había plástico y era de hierro colado que se ha autodestruido. Además también era de 125 V. La caja es lo que mejor se conserva. El coche de faros se lo regalé a mi nieto y la escopeta fue a parar una Navidad a un centro de niños sin recursos. Solo me queda además el Meccano que esta en perfecto estado al ser de hierro. Un abrazo: Manolo