Por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui Aula 64
(Dic
2021)
Mi ruta de
las palabras inventadas
Os quiero hablar de mi “Ficcionario,
Diccionario inventológico y Piccionario” de 3.141 palabras de nuevo cuño, que
acabo de editar con Círculo Rojo.
Índice
Primero.
Breve introducción.
Segundo.
Una actitud, un divertido
anclaje a la vida.
Tercero.
Todo empezó con
“cristálida”.
Cuarto.
Un juego adictivo que abarca
campos infinitos.
Quinto.
Un apartado en que se habla
de sexo.
Sexto.
Un acompañamiento familiar
entrañable, creativo, solidario.
Séptimo.
Una recomendación del alma:
que continúe la lectura, a cuyo efecto recomiendo unas cuantas palabras
seleccionadas y agrupadas en trece materias.
Primero.
Breve introducción.
En verdad, aunque la cosa
comenzó mucho antes, y el trabajo se solapó con el de más “enjundia” de
emular (aunque con sólo mil palabras) al diccionario de Autoridades (añadiré,
para evitar malas interpretaciones o confusiones que a este segundo parto de
palabras nuevas lo titularé “Diccionario de Fautoridades” (Falstoridades),
dadas sus características), he de añadir que la fecha de su finalización fue en
medio del confinamiento por el maldito republicanovirus[1],
licencia que me tomo en su denominación para expresar que, a la sazón, todo era
tan desbarajustado como en nuestras dos épocas de república. O sea, que acabé
la tarea coincidiendo con el último día de abril del más que tétrico 2020, y
ello a pesar de las buenas intenciones o posibilidades que le atribuí en mi Christma
de la Navidad del 2019, donde jugaba con la repetición del 20 (2020) y otros
desatinados augurios.
Segundo.
Una actitud, un divertido
anclaje a la vida.
Jugar
con las letras, combinarlas, sacar partido a esos trueques en busca de nuevas
palabras, de paradojas, forzar significados con elementos de voces varias,
crearlas sobre la base de raíces griegas, romanas o del habla común, ha llegado a ser pasatiempo entrañable e
incluso actitud con la que amarrarme a la vida, para así llenar de sentido
momentos de máxima dificultad vital.
El ancla estaba a mi alcance.
No necesitaba sino pluma y papel. Me puse a ello. En seguida comprobé que así,
con esos pobres elementos, era capaz de llegar a puerto insospechado pero de
enorme intensidad y contenido: acariciar felicidades que se me negaban o que yo
no sabía encontrar.
Esa distracción ha llegado
casi a alcanzar la categoría de forma de ser, y hoy pertenece a mi
entraña, formada poco a poco, aunque debo reconocer que la cosa viene de lejos.
En casa, de soltero y de casado, siempre hemos tenido propensión, predisposición
diría para ser más exacto, a eso que considero al fin y al cabo como una
manifestación de un sentimiento irónico
de la vida, al cual no puede ser ajeno el lenguaje, nuestra señal de
referencia para comunicarnos. Mi padre era un exquisito del lenguaje. Mi
boticaria madre no le iba a la zaga. Mis hermanos, tampoco. Marta, e hijos y
nietos, han vivido -a veces padecido, he de reconocerlo- en esa aventura diaria
de buscar la frase feliz, de encontrar maneras nuevas de manifestar los
sentimientos de nuestras pequeñas colectividades, clanes familiares que se iban
dotando, al menos a través de cuatro generaciones, de un vocabulario particular
que todos entendíamos y practicábamos de manera fluida, espontánea, natural y
satisfactoria. Un tesoro que, en la medida de mis capacidades y fuerzas, he
tratado de enriquecer, a mi manera por supuesto, pero por medio de un esfuerzo
en que me he visto siempre muy bien acompañado.
Tercero.
Todo empezó con
“cristálida”.
Un
día se me ocurrió una combinación de la que salió “cristálida”. Era
eufónica. Las esdrújulas me han apasionado siempre: se trataba de un
lepidóptero, escama y alas. Podía representar la fragilidad de una mariposa.
Me pareció que tras ese nombre se descubría su auténtica naturaleza: sus alas
sonaban como al hacer tintinear con toque sutil un vaso de vidrio fino. Su vida
fugaz también sonaba a fragilidad, a necesidad de mimo, a caricia hacia formas
de existencia cercanas a lo humano aunque no pertenezcan a nuestro género.
Quería sacar partido a su enigmático polvillo. Quería hacer sonar de manera
distinta el lenguaje, dotarlo de otra vida. Así, creo recordar, comenzó mi
aventura de jugar con las letras[2],
cambiarlas aprovechando fugaces mezclas y acoplamientos de los que, fruto de
una magia intrínseca que las habita, surgían voces posibles que me impelían a
buscarlas, a darlas nombre y significado.
Resultó de todo ello un
juego infinito, bello en sí mismo, atractivo, sorprendente. ¡Eureka! Notaba, y
no es una forma poética de decirlo, que las palabras iban a mi encuentro.
Por muy forzado que parezca, eran ellas quienes me buscaban. Al aflorar esas nuevas
voces, sentía que en ellas surgía el relajo de haber por fin nacido, a la par
que se desataba en mí una especial satisfacción al encontrar un tesoro
perseguido con anhelo y ahínco pero hallado, al fin y al cabo, gracias al azar.
Todos, en uno o varios momentos de nuestra vida, hemos conocido esa sensación,
mayor cuanto más grande se revela el hallazgo.
Lo poético,
empero, no está reñido con lo procaz, con lo soez, con la tendencia que
todos, aunque nos cueste reconocerlo, tenemos hacia lo escatológico. Me vino a
la cabeza que
“cacapulta” no es
sino un “conjunto de cañerías y propulsores cuya finalidad es alejar los
detritus”.
Relacioné las dos imágenes creadas y me produjo un
asco tremendo ver volar a mi cristálida en la desembocadura de la cacapulta.
Así son las palabras: bellas por separado, pero de difícil relación cuando
hacemos que se encuentren. Cabe añadir, no obstante, que la culpa no es de
ellas, sino del mezclador[3] que tuvo
la ocurrencia de hacerlas coincidir. Acaso, otra palabra mía, es que me
superaba el
“cansia”, que es
“desfallecimiento, estado de sofoco, avidez o codicia fruto de la flojera o el
desaliento”.
Tendría que ir con cuidado o me acabaría convirtiendo
en otra palabra más dentro del diccionario que estaba engendrando. No me
resisto a transcribir la frase de una escritora de nuestros días:
“Trabajar está bien mientras aún seas soltera -opinó la madre-. Aunque a este
paso, hija mía, te vas a casar con un diccionario”.
Al poco, llegué a un sitio
“cucólico”, esto es,
a un “lugar evocador habitado por pájaros que dan la hora”.
Y fuerza es reconocer que, a lo largo de los meses que
duró el parto, aun arrullado por el canto de esos cucos que llenaban mis horas,
sentí enorme
“dolidaridad” o
condolencia fraternal hacia cualquier escritor que se enfrenta a la magnitud de
la obra que tiene por delante, sin otro consuelo que el verla crecer cada día.
Me visitaban asiduamente
“dunos”, esos
curiosos “habitantes del desierto”,
al tiempo que me recreaba en una visión casi de oasis,
la de las
“estonterías”, es
decir, esas tablas donde “los memos apilan los libros que podrían sacarlos de
su estulticia”.
Con enorme ímpetu, con
“eufaria”, ese
“entusiasmo con que se fuma un veguero nacional”,
seguí la tarea.
He de
confesarlo: me había imbuido de una placentera
“f-if-losofía”, el
“sistema de pensar acorde con el poema “If” que Kipling escribió a la muerte de
su hijo y tras haberle convencido para que fuera muy joven a la guerra”.
Reparé en algo devastador. En castellano no tenemos
palabra que refleje ese dolor, un auténtico estado civil, que ojalá no
existiese, pero al que había que darle nombre, reflejo de la muerte de un
hijo y en el que la madre o el padre se ven inmersos con la pena añadida de
no poder expresarlo mediante una sola palabra. Creé, así, la voz
“filiórfano”, que
trata de describir esa permanente angustia, lacerante por mucho bálsamo que
queramos o podamos aplicar, que no aplaca,
pero
“amormece”, eso que “queda
plácidamente arrullado en brazos del amante”,
como si de verdad nos meciera el amor perdido. Lo
quisiera o no, llegaba por esos vericuetos del sentimiento a
“Lutor”, el “país de las sombras en que reina el dios
Tenebro”[4].
No eran posibles los
“merlindres”, esa
“ñoñez o cursilería de un mago”.
Me sumía en un
“muñargo”, “palabra
sonora, que carece de significado específico, aunque podría querer decir
intento de amaño”.
La cosa no tenía remedio, la situación es la que es y
carecía de fórmula alambicada o mágica para salir de ella.
Crecían
las palabras al rasgueo de la pluma sobre el papel. Pero me propuse
“novedar”, caos
terrible al que no estamos acostumbrados, dado que supone “introducir, como
regla general contraria a la imperante, la orden de no prohibir”.
Llevaba al cuello una
“pazmina”, el “pañuelo
que tranquiliza”.
Olía a mi alrededor la clásica
“yoción” como
“perfume favorito del narcisista”.
Aun así, y aunque no lograba el imprescindible
“solor”, el
“aislamiento” debido,
no por ello dejé de percibir una cierta
“selenidad”, el
“sosiego que se siente al pisar la luna o soñar que nos amartelamos con un amor
quimérico”.
A cada día, su afán. El mío era continuar con la tarea
iniciada, sin otro propósito que el de lograr un nuevo alumbramiento.
Necesitaba hacerme con cuantas más palabras volantes no identificadas pudiera.
Cuarto.
Un juego adictivo que abarca
campos infinitos.
El
recorrido iba siendo fascinante, a veces triste, en ocasiones feliz, como he
dicho. ¿Qué sentimientos iban surgiendo en el trascurso de los vaivenes y
turbulencias propias del oficio de dar con palabras nuevas? Tal universo me ha
vuelto del revés, así lo traslado al paciente auditorio. Tanto como para cobrar
bríos, de los que carecía, una vez me vi envuelto en el juego adictivo. Esas
fuerzas renovadas me han obligado, me han impuesto la carga de compartirlos,
como hago ahora al enumerar algunos de esos sentimientos o estados de ánimo:
-
apenaza
-
costalgia
-
gristeza
-
murriar, que también permite el reflexivo murriarse
-
opiadarse
-
respíritu
-
tánico
-
uniquez
-
velancolía o
-
zapático.
Fácil
resulta que este charlatán se remita a su obra, en la que se podrán apreciar
-saborear si la cosa, como deseo, va a más- todos los matices que he puesto en
las palabras y su definición, pues en
todas las entradas del Diccionario hay significante y significado.
Mas...permitidme que me refiera con detalle a alguna de las mencionadas:
la costalgia, lo
tengo claro, no puede ser otra cosa que “dificultad dolorosa del recuerdo”,
a manera de costalada propiciada por una evocación.
Murriar es languidecer.
Y respíritu viene a
significar “tregua del ánimo”.
Me hago la ilusión -trampa en mi propio solitario- de
que parecen voces que todos hemos utilizado alguna vez, por mucho que provengan
de la producción de mi magín, hasta hoy no compartida.
Ahora,
cuando tan metidos de lleno andamos en la desidia en cuanto se refiere a
mostrar versiones, aversiones o animadversiones acerca de cualquier símbolo patrio, nacional, del terruño,
que tenga que ver con nuestros elementos comunes y centenarios en su longeva
andadura a lo ancho y largo de toda España, ¿cómo no dedicar reflexión a
extremo tan entrañable que se nos ha convertido en preocupante y nada “ocupante”?
Ahí van, pues, unos cuantos términos dentro de ese campo: no puedo con los
patriópatas que practican con exceso
irracional y extensión antinatural la loa a lo patrio,
pero aborrezco mucho más a los
patrioclastas, que, sin ningún miramiento,
y con no menor irracionalidad que los del otro extremo, rompen la unidad
proclamada en el artículo 2 de la Constitución española de 1978, la odian hasta
destruir cualquiera de sus símbolos o
tergiversan su verdadera historia.
Prefiero, claro está,
esta interjección inventada,
espangol, con la que enaltecer el
cántico de los seguidores de la selección española de fútbol tras ganar su
primera copa del mundo.
Ya hace sesenta años hablaba mi padre, de forma
avanzada para la época, del fútbol como integración.
Al
hilo de tanto esfuerzo por dar nueva voz a nuestros males me preguntaba ¿hay
remedio frente a esos padecimientos? ¿Habrá fórmulas que al menos los
alivien? Para empezar no creo que sobre un nuevo sentir, la
xenofilia, palabra promocionable visto
cómo están hoy las cosas, a la cual cabe atribuir el significado del amor por
lo extranjero;
tampoco hay que desechar que nos enfrentamos a la
hemigración, sí, con hache, que refleja
cómo se establece en otro país la mitad de una pareja sin que se vislumbre un
reagrupamiento.
No basta, empero, con ello, sería preciso generar
conductas nuevas, y así han surgido palabras como la
caricioterapia, que propicia expandir la
capacidad de lo que podríamos bautizar con expresiones felices:
ternoterapia,
mimoterapia,
zalamoterapia,
arrumacoterapia,
carantoñaterapia,
cucamonaterapia,
es decir, el cariño y sus
manifestaciones puestos al servicio de la curación o la felicidad.
Conste, y no pretendo agotar el repertorio, que a esos
mismos efectos valdrían otros de los términos que ofrezco: así,
querecer, o hacerse valer por medio
del afecto;
taciencia, que vale tanto como arte
de saber callarse;
tersuadir, que implica convencer
suavemente.
Todo ello sin dejar de expresar que debemos huir de
decir o hacer las cosas
hielmente, cargados de amargura;
de
ominar, en el sentido de tratar
despóticamente;
o de
ruiñar, sinónimo de comportarse de
forma mezquina.
No hemos de pasar por la vida siendo un
trufián, el truhán mentiroso,
sino tomárnosla como hombres
jobstinados, muy pacientemente tercos,
y sin dejar de lado que a todos obliga el no
sembrollar, esparcir líos.
Todo un vademécum de remedios, acaso al alcance de
cualquiera que se lo proponga.
Si
seguimos con ese juego de las palabras, ¿a que nos vienen bien otras como las
que menciono acto seguido?:
Palabrogenia sería voz para decir arte
de crear o inventar palabras;
su versión negativa vendría dada desde el
liálogo en tanto conversación
cruzada incapaz de generar entendimiento.
Más extremoso es el significado de
textículo (obsérvese que va con
equis) que representa el conjunto de frases y oraciones que le tocan a uno
mucho las narices.
Pero debe este breve capítulo cerrarse con una voz
tierna, que afecta al sentimiento que tiene en sí misma cada palabra como
ente con vida:
logopatía sería, así, la enfermedad
propia de las palabras, que se vuelven tristes y mustias cuando sienten
maltrato por el olvido o a causa del mal uso,
debiéndose recordar a estos efectos que palabra es del
género femenino.
Tampoco
he olvidado otro campo, el de los sistemas
políticos, no en balde he tenido mucho contacto con ellos durante mis casi
cuarenta y cinco años de servicio activo e ininterrumpido al Parlamento como
Letrado de las Cortes. Los hallazgos aquí podrían centrarse en estas voces:
fobierno es el Ejecutivo cargado de
odios;
la
gemocracia nos acerca a la lamentable
deriva de algunos regímenes políticos que provoca lamentos y llantos;
hurna, con hache de nuevo, es
imagen de una urna, sin hache, robada, hurtada, que no sabe dónde va a estar el
día de un referéndum o una elección, y que se vuelve por tanto invisible y
ontológicamente inhábil para cumplir su función,
pues una cosa es el voto secreto y otra muy distinta
la urna secreta, que deviene en sí misma nula por ser la antítesis de la
democracia;
votarate, con uve, vale para dar
forma al que deposita en la urna su opción electoral sin mucho juicio.
Espero que a nadie incomode esta forma de decir, una
vez más cargada de la mejor ironía de que es uno capaz.
No
estoy, por otra parte, peleado con la informática, pero no soy asiduo
practicante de esa religión de nuestros días. Aun así, he osado adentrarme en
ese mundo esotérico y exotérico y dar a luz palabras como las que ahora traigo
a colación:
dataclismo es un suceso imprevisto que
por causas desconocidas borra todo de nuestra herramienta multiuso que es el
ordenador;
iconoplasta es ese pesado que en sus
mensajes sólo sabe expresarse con emojies o emoticonos, gráficos sólo a veces y
siempre sin palabras;
inubear es acceder a una nube
informática;
nublicar, como un nuevo Boletín
Oficial del Estado, implica dar a conocer algo editándolo en una nube;
ñemail debería ser el correo
electrónico de la Marca España, o ¿es que no los hay con caracteres cirílicos o
árabes?;
webadicto, con uve doble, quiere
decir forofo de páginas de internet, y
wificultad, igualmente con uve doble, implica
que nos encontramos con obstáculos en la conexión a una red.
Cuando i.pad en mano me adentro en internet, y dada mi
impericia, es cierto que todo me parece una aventura. Pero a ese
respecto, nada comparable con otras que en casa vivimos en su día en familia,
pero cuyo recuerdo ha dejado surco profundo, huella indeleble. Por ello me ha
producido especial satisfacción esta manera de poder hablar de dos
genialidades, películas de gran pantalla y con millones de seguidores: me
refiero, por una parte, al
guniverso para hablar del cosmos y
aventuras propios de los Goonies,
y, de otro lado, al
Jediglífico en tanto sistema de signos
y símbolos propio del pueblo creado por Georges Lucas para La Guerra de las
Galaxias.
Tengo
un enorme respeto, tampoco exento de ironía como se verá, por el mar y
soy adicto al viento. Nada de particular tiene, pues, desde esa
perspectiva, que haya encontrado palabras como
bribonazor para referirme a una
embarcación propia de Jefes de Estado sucesivos;
brisueño me evoca a quien sonríe al
sentir la caricia de un viento suave;
marlamento nos hace llegar el quejido
desde aguas contaminadas, llenas de detritus;
marrullo no puede ser sino
placentero sonido del ir y venir de las olas en la playa;
y, como muestra de las desgracias que nos aquejan,
yatera, con y griega, significa
embarcación opuesta en todo a patera.
No me
he visto libre de otras dos especiales preocupaciones, una que es común
en nuestros días, otra particular de mi entorno como abogado. La primera nos
pone en contacto con el
europexit, que describe una tendencia
reciente dentro de la Unión Europea que preconiza la separación de un país
miembro.
De la otra se ocupan palabras como
mentencia, la resolución judicial
que, por error o dolo prevaricador, recoge datos falsos,
y
tribanal, órgano judicial colegiado
que emite sentencias insípidas o insustanciales, fáciles de confeccionar a
partir de bases informáticas de las que es sencillo extraer trozos mediante el
clásico corta y pega que conduce a dicho resultado inane, impersonal o fuera
del caso enjuiciado.
Ese mundo, como bien sabemos, da lugar a otras
posturas no menos rechazables, entre las cuales incluyo al
pufete, delito menor cometido por
una firma profesional de abogados.
Carezco
de la suficiente formación, dentro del campo en que reinaba la diosa o musa
Euterpe. Por tal motivo no se me ocurrirá sentar cátedra en la materia,
pero ¿quién osará negar que dentro de una orquesta la
chelancolía representa bien el lamento
musical de los instrumentos de cuerda?
Lo mismo me ocurre con el mundo del dinero. No
soy, pues, experto, pero creo que
neuro es palabra adecuada para
describir una moneda enferma o muy nerviosa,
y que
vagatela, con uve, es dinero errante
dada la volatilidad de los mercados y la imperante globalización.
Esto último supone estado de cosas universal que, a
pesar del exceso y cercanía de la información, nos conduce casi
irremisiblemente a padecer
doledad, concebida como daño que
nos viene de estar sin compañía.
A mí internet no me consuela. Su “dolo” consiste en
que tienes, tú “solo”, que manejar millones de millones de datos e información.
Quinto.
Un apartado en que se habla
de sexo.
Seguro,
y acaso malévolamente, alguno habrá pensado ya que todo diccionario, hasta el
más pudibundo, casto o filosófico, contiene entradas en las que se habla de
sexo. El mío no es una excepción. Vayamos, pues, al...grano, eso sí, con
prudencia y moderación, pero sin resultar del todo mojigatos. Veamos. Digo que
disleséxico corresponde a quien se
confunde o altera los pasos a seguir o el orden de factores en sus relaciones
sexuales.
Podría definirse como
ginexpugnable a la mujer que no se deja
conquistar.
Ese mundo del sexo tiene su
jódigo, conjunto trabado y
sistemático de normas por las que se rige el fornicio, sus variedades y
posturas.
Madamundi tiene que ver con la
representación cartográfica de los lupanares, regidos quizá siempre por mujeres
francesas cuya reputación les ha permitido jubilarse del ¿oficio u orificio?
Espacio de no poca relevancia ocupa el
orgiasmo, que, como cualquiera puede
adivinar, se refiere a la plenitud del acto sexual en festines de grupo
propensos al exceso.
Cabida tiene asimismo la
sextorsión, concebida como chantaje
erótico.
Y, en fin,
yácil, con y griega (podría ser
“francesa”, ya sabéis…), equivale a
ligera de cascos, pronta a adoptar postura horizontal.
Todo ello sin olvidar ciertos trajines, que se dan con
frecuencia:
fajetreo sería el colofón para
señalar el esfuerzo especial de las obesas para encajar su cuerpo dentro de un
ceñidor.
Reconoceréis conmigo que no he sobrepasado los límites
propios de un auditorio para todas las sensibilidades, aun dentro de lo
escabroso o rijoso que puede resultar este campo.
Sexto.
Un acompañamiento familiar
entrañable, creativo, solidario.
Termino
-casi; queda otro apartado- este recorrido con una sonrisa cálida, proveniente
de algo que me ha producido inmenso gozo: en el juego de buscar palabras, y
fruto de un dulce y solidario acompañamiento, no he estado solo. He
recibido valiosísimas aportaciones: así, mi nieto Roque, tras una noche
desasosegada, me dijo que había tenido
pensadillas, que yo creo que supe
interpretar como malos sueños bien meditados y recordados al despertar como
experiencias inquietantes[5].
En el libro he señalado bastantes más, con sus
autorías precisas...a ellas me remito, pues no es bueno alargar más estas
divagaciones acerca del Ficcionario. Compradlo. Segunda trampa que me hago en
mi solitario: albergo la ilusión y la esperanza de que con su lectura disfrutarán,
o que incluso hallarán momentos tan mágicos como los que yo he vivido al
acariciar las nuevas palabras que ofrezco a su consideración.
No me
puedo ir, sin embargo, y así, de paso, hago propaganda de mi obra, sin
recomendaros una bien administrada
lectoterapia, que es una infalible
manera de curarse de cualquier dolencia mediante la adicción a los libros,
si bien acompañada de un consejo, el que nos previene
respecto a
zenrrollar, con zeta, o sea, no
dejarse seducir por algún tipo nocivo de filosofía oriental, para el que creo
no estamos especialmente preparados los occidentales.
Séptimo.
Una recomendación del alma:
que continúe la lectura, a cuyo efecto recomiendo unas cuantas palabras
seleccionadas y agrupadas en trece materias.
Nada más.
Muchas y rendidas gracias; extensivas a todos los que me leáis y a cuantos me
disteis, durante muchos meses, el apoyo necesario para seguir la Ruta de
las Palabras, en la que ahora no he tratado sino de descubriros alguno
de los secretos que encierra, entre ellos acaso un par de
gimeneas, esos tubos hechos de obra
o de fábrica para expulsar nuestros lamentos y llantos.
Y es que, como apuntaba Mónica, mi hija, a veces nos
es del todo imprescindible un
impielmeable, coraza con la que nos protegemos
de quienes pueden hacernos daño o
sufrir.
Hay apartados en los que, tras un repaso “a la
molécula” (como me enseñó mi buen amigo Alfonso Arenas que hay que hacer) de
las voces, encuentro motivos de reflexión en torno a las palabras creadas. Sin
más propósito que referirme a algunas de ellas, las he agrupado de forma
temática, a mi aire:
Uno. La edad
tercera, hasta el infinito y más allá.
Sobre
esta materia, os recomiendo almapedia; añagrio; calmanaque; canorama;
carentesco; cariedad; cesencia; danciano; dentana; fabuelo; gerapia; grisar;
maledad; sanedad y senílico.
Y
para que veáis el tenor con que están redactadas selecciono
“fabuelo: yayo locuaz narrador de historias.”
|
Dos. Estos
nacionalismos (más bien segregacionismos).
Es
apartado del que entresaco éstas: apartheidismo; cacionalista; exidemia;
expulsionista; extradicción; fictimismo; gemocracia; himnasio; hurna;
migraspaña y patrioclasta.
Por
lo sonora que me parece os invito a leer
“Himnasio: lugar donde hacemos ejercicio mientras de fondo suenan
enardecidos cantos patrióticos.”
|
Tres. Y de los
intelectuales ¿qué?
Aquí
he seleccionado éstas: cultimátum; cultitud; cútedra; chusmanístico;
densamiento; dignorante; doctámbulo; dontingente; eludición y untelectual.
¿No
os parece atractiva
“Doctámbulo: sabio peripatético o que se inspira a partir del
atardecer.”?
|
Cuatro. Mías buenas, y orgullos familiares.
Otro
grupo de palabras (alguna ya ha salido aquí), muy de mi particular cosecha,
son éstas: guniverso; ifista; lentencia; Lutor y dios Tenebro; portacoz;
rogadicto; sedicina; simaginación.
Por
mis padecimientos como abogado rescato una redactada con la peor de las
intenciones:
“Lentencia: lapso excesivo de tiempo para dictar una resolución
judicial.”
|
Cinco. Hablemos de las religiones.
Sin
emular ni mucho menos a Don Quijote, me permito sugeriros la lectura de estas
palabras nuevas: fecléctico; feregrinar; felevisión; felícula; fepicar;
ferarquía; ferborrea; fescolgar; fescrúpulo; gristiano; halificar y herrejía.
Y
me parece acertada
“Fescrúpulo: melindre de conciencia.”
|
Seis. Otras que
merecerían prosperar en el uso habitual de nuestro lenguaje.
Desde
ecuanimiedad; egoterapia; empropiar (odio empoderar); estupidiario;
exprisión; gentímetro; gimenea; grepúsculo; impielmeable; jájaro;
lectoterapia; liálogo; Liberoamérica; logocracia; málpito; mandaluz; manecer;
marrullo; merlindre; necinto; novedar; penaz; picartía; picatriz;
postracismo; respíritu; rumbre; sobejar; sacerdote; suñeca; talisbán; tánico
y vilencio: todas, creo, podrían sernos habituales en el uso de nuestro
lenguaje.
Selecciono
otra muy sonora:
“Rumbre: rescoldo de la lumbre.”
|
Siete. Ciertas
penalidades de la humanidad.
Estas
cuatro caben bajo esta rúbrica: genternecer; hemigración; lastimoro y
llorastero.
A
mí me parece especialmente evocadora
“Genternecer: conmoverse ante las migraciones masivas o de pueblos
enteros.”
|
Ocho.
Enriquecimientos varios.
Ojalá
no hubiera que utilizar palabras que nos describieran este tipo de conductas.
Pero ahí van las que más tienen que ver con ese submundo: afanismo;
aforrarse; ajénida y gorrupción.
Y,
como quiera que una tiene connotaciones jurídicas, transcribo
“Aforrarse: enriquecerse de manera inicua prevaliéndose de un
fuero que obliga a que se juzgue al ladrón en tribunales especiales.” |
Nueve. Algunos oficios.
Caen
en este ámbito éstas: bramaturgo; dolitólogo; dorfebre; dotario y farsario.
De
ellas me quedo con
“Dolitólogo: especialista en aflicciones.”
|
Diez. No nos
libramos de los impuestos.
Las
arcas del erario público se muestran siempre ávidas de recursos, como nos recuerdan
estas palabras: corrosiva; disyuntiva; gravata y tributolación.
Creo
que siempre estamos a vueltas con la
“Gravata: amenaza fiscal de aumento de impuestos.”
|
Once. Acaso feminismo sin pasarse.
No
podía faltar este capítulo, a cuya materia dedico estas palabras: creman;
maricorde; matriamonio; mestiércol; mugerir; mujuria; ninformática; odalista
y parímetro.
Muy
gráfica parece
“Mujuria: lascivia ejercida sobre féminas.” |
Doce. Cosas que
nunca supimos acerca del sexo o del sexto.
En
este fértil campo cabe incluir cupular; curriculum citae; chucharse; chúmedo;
chupanar; damable; desbroteger; desflodorante; ellacular; erosionar; eréctil;
escrotar; falardear; falegre; falento; falojar; faludable; finosis;
folletaje; follozo; fornecio; fornitorio; frotocolo; ginexpugnable; glande;
jódigo; lesbocada; orgiasmo; putación; putilizar; sexilio; sextorsión;
tetallar; tetnia y yácil.
Casi
enternecedora parece
“Frotocolo: maneras del roce.”
|
Trece. A vueltas con el lenguaje.
Como
el fondo se refiere a fonemas y dígrafos, apuntemos estas voces para
enriquecernos: hiatormentar; logopatía; márrafo y textículo.
Y
me parece, sin que ello suponga sonrojo retrospectivo o actual, que todos
hemos padecido lo que refleja la palabra
“Hiatormentar: sufrir la ignorancia de no saber distinguir cuándo
dos vocales seguidas forman dos sílabas o una sola.”
|
Aquí acabo esta ruta. Deseo
que al menos con alguna palabra[6] o bien
hayáis esbozado una sonrisa, o bien hayáis sentido el deseo de seguir leyendo,
y que nunca repitáis aquella frase del concurso “y hasta aquí puedo leer...”.
Gracias
otra vez.
Nicolás
Pérez-Serrano Jáuregui
Diciembre de dos mil
veintiuno.
[1]
También se me ocurre otra palabra, que tiene que ver con la “corona” que
precede a lo del virus: “destronavirus”,
pues ha evidenciado su capacidad de hacernos saltar por los aires. Ojalá que
seamos nosotros quienes lo derroquemos finalmente.
[2]
El alfabeto español, según se nos dice hoy, está compuesto por veintisiete
letras que son un fonema más cinco dígrafos (ch, ll, gu, qu, rr).
[3]
Lo reconozco; soy “palabra-jockey”, o mezclaletras.
[4]
Me encantaría tener con TOLKIEN encuentros en una o varias “fases” de la
creación de palabras de civilizaciones y lenguas inventadas.
[5]
Como en el libro invitaba a seguir el juego, diré que ya ha habido
contribuciones al respecto (Eloy Maestre, Kurt y Mª del Carmen Schleicher)…
[6] La literatura de hoy debe mucho a Irene VALLEJO. Por eso, permitidme que acabe con una cita suya, llena de porvenir: “Las palabras son un hechizo cargado de futuro” (Manifiesto por la lectura, Siruela, Madrid, 2020, pág. 18).
follido: dícese del Estado que ha resultado fallido por acción de sus propios gobernantes.
ResponderEliminar'resumiendas': madrileñismo universitario equivalente a 'en resumidas cuentas'
ResponderEliminarDe mi hijo cuando tenía 6 años. "agrediente": Especia que cuando menos provoca ardor de estómago.
ResponderEliminarAlotosis:mal que padecen los que le canta el "ala"
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