lunes, 8 de septiembre de 2014

LA FUNDAMENTACIÓN DE LA MORAL

por José Enrique García Pascua.


La contemplación de los murales del Museo Religioso del “Ramiro de Maeztu” hizo que me percatase de que lo que es malo para una generación se convierte, fácilmente, en bueno para la siguiente; sin embargo, multitud de filósofos han buscado un único fundamento para la moral, puesto que ésta lo demanda, ya que se configura como una normativa válida para todos los hombres, luego ha de fundamentarse en un principio universal, que pueda y deba ser aceptado por todos los hombres. Si todos los hombres son animales racionales, el principio universal ha de tener carácter racional, porque lo racional es objetivo.
Platón (428/427-347) propuso como fundamento racional de la moral la misma Idea de Bien, un concepto definible, que sea comprendido por todo intelecto, pero ni él ni su escuela lograron nunca acuñar la necesaria definición, al contrario, fue su discípulo Aristóteles (384-322) quien determinó que no hay un Bien, sino muchos bienes, que son apetecidos por los hombres; a pesar de ello, Aristóteles afirmó que entre los bienes se da un bien mejor, que es llevar una vida conforme a la razón, lo que se convierte en la señal de que tu vida será una vida  correcta, pero semejante conclusión no permitió avanzar mucho, porque faltaba establecer el principio en función del cual una vida pueda ser calificada de racional.
En búsqueda de este principio, un aristotélico medieval, el dominico Santo Tomás de Aquino (1225-1274) acudió a la Inteligencia y Voluntad divinas como garantes de la moralidad de los actos humanos; ahora bien, ¿cómo sabemos los simples mortales qué es lo que quiere Dios de nosotros? Tomás de Aquino había separado nítidamente los dos campos, el que es propio de la fe y el que es propio de la mera razón, y dictaminó que un filósofo, trabajando como tal, no se puede apoyar en la fe y, por tanto, debe prescindir del recurso a las Sagradas Escrituras e indagar únicamente con su entendimiento. Su entendimiento le hace saber a Santo Tomás que la Inteligencia y la Voluntad divinas se manifiestan en la ley eterna que rige el mundo, el cual fue creado por Dios. Como participación de la criatura racional en la ley eterna, existe una ley natural inscrita por Dios en nuestra naturaleza que permite a la razón conocer qué actos de los hombres son los queridos por Dios, esto es, aquéllos que no contradigan la ley natural.
Inmediatamente se pone Tomás a estudiar la naturaleza humana, para descubrir los preceptos que conforman la susodicha ley natural.  Su estudio le lleva a escribir el artículo 2 de la cuestión 94 de la Summa Theologiae (I-II), en donde cabe leer que el primer principio de la razón práctica –la ordenada a la operación– es: «bonum est quod omnia appetunt» (“el bien es lo que todos los seres apetecen”). De este primer principio se sigue el primer precepto de la ley: «bonum est faciendum et prosequendum, et malum vitandum» (“el bien ha de hacerse y perseguirse; el mal ha de evitarse”). Continúa Tomás de Aquino afirmando que sobre este primer precepto se  fundan los demás preceptos de la ley natural y que «omnia illa ad quae homo habet naturaliter inclinationem, ratio naturaliter apprehendit ut bona» (“todo aquello a lo que el hombre tiene natural propensión, la razón naturalmente lo aprehende como bueno”). Después, considera el autor que en el hombre se dan inclinaciones propias de su naturaleza animal, y que pertenecen a la ley natural todas las cosas que la naturaleza ha enseñado a los animales, «ut est coniunctio maris et feminae, et educatio liberorum, et similia» (“como es el ayuntamiento de macho y hembra, la cría de los hijos y cosas parecidas”). Tomás de Aquino era miembro de la Orden de Predicadores y, como tal, obligado por  su voto a la castidad: no hay prueba histórica de que antepusiese la ley natural a la ley positiva –la regla de su Orden– y abandonase el convento para buscarse una coima con la que engendrar numerosa prole.
Llegamos así a la ética de Manuel Kant (1724-1804), quien también está de acuerdo en descubrir el fundamento de la moral por medio de la razón, de la razón práctica, por supuesto. Kant estableció que la ley moral toda se resume en el imperativo categórico: «obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal» (Crítica de la razón práctica, libro primero, capítulo primero, § 7 “Ley fundamental de la razón pura práctica”). Lo que pretende expresar Kant es que el fundamento de la moral no es un principio material, que dé contenido a las máximas o preceptos de aquélla (por ejemplo, constituye un principio material la ya mentada ley natural, de la que se desprende el precepto de la procreación), sino un principio formal, que dé forma a la ética de cada cual, y eres tú quien te impones a ti mismo las máximas con que guiar tu vida, bajo el mandato del imperativo categórico, que únicamente te ordena la forma de actuar: que quieras que los demás obren igual que tú; en otras palabras, te ordena obrar con buena intención, con buena voluntad, de acuerdo a lo que consideras tu deber.
La dificultad con que nos encontramos a la hora de poner en práctica el imperativo categórico es que cualquier actuación es lícita a condición de que actúes con buena intención, queriendo que los demás obren igual que tú. En estos días los milicianos del Estado Islámico están llevando a cabo en Irak una guerra estrictamente ética, puesto que no quieren otra cosa que los demás se comprometan, igual que ellos, en una guerra santa contra el infiel, al cual degüellan sin la menor consideración cuando se niega a aceptar su deber de convertirse al Islam, negación, sin embargo, basada en la convicción de que su auténtico deber es permanecer fiel a su propia religión: conflicto de deberes –según entiendas cuál es la religión verdadera–.

Siglos de perplejidad han arrastrado a la civilización occidental (una de cuyas referencias siempre ha sido la filosofía) al nihilismo, que es el estado en que se encuentra el que se ha quedado sin nada (nihil), sin fundamento alguno que le informe de cuáles son los caminos vitales acertados. Federico Nietzsche (1844-1900) se hizo cargo de tal estado de decadencia del hombre europeo y atribuyó la responsabilidad de ello, por un lado, a Sócrates y a Platón, empeñados en que prevaleciera la racionalidad y mesura del espíritu apolíneo sobre la irracionalidad de los profundos instintos que configuran el espíritu dionisíaco, y, por otro lado, a la tradición judeocristiana, valedora de la moral del rebaño, la moral de la compasión, cuyo objetivo no es otro que proveer de consuelo a los débiles, a los que Nietzsche tiene por una raza inferior, de siervos.
Frente a la moral de los siervos, Nietzsche predica la moral de los señores, de los que él considera hombres superiores, como manera de sobreponerse a la postración de Occidente y, en la medida en que Occidente impone sus categorías, del mundo entero.
No se entretiene demasiado el filósofo en exponer en qué consiste la moralidad superior, aunque algunas pistas nos da. El señor es duro, es egoísta, es cruel, en vez de compasivo: compasivos son los integrantes del rebaño –que gimen reclamando el amor al prójimo, para que la comunidad alivie sus temores e inseguridades–. El señor es autosuficiente, se crea sus propios valores, y esto nos permite entender que la ética nietzscheana es, a semejanza de la de Kant, una ética autónoma, pero acaso sea preciso mostrar cuál es el principio formal en que se apoya la propuesta de esta moral superior.
La metafísica de Nietzsche se reduce a explicar el mundo como un conjunto de fuerzas que luchan entre sí por someter al resto; el ser humano se encuentra en medio de esta lucha e interviene en ella, sólo que quiere conscientemente lo que a otros entes mueve ciegamente. La única realidad que subyace es la voluntad de poder, el impulso de dominio, esencial para cada fuerza. El principio en que se apoya la moral de los señores no emana de la razón práctica, sino del trasfondo dionisíaco en que residen los recónditos sentimientos del alma humana, y allí se encuentra esta voluntad de poder, a la que la moral superior no enmascara, como hace la moral del rebaño, sino que la asume plenamente.
¿Está justificada una moral de la voluntad de poder? La humanidad se dio cuenta pronto de que el hombre es un lobo para el hombre y de que, si le dejamos guiarse libremente por su personal voluntad, la convivencia resulta imposible. Esta certeza está a la base de la ley positiva, de la regulación de la vida en sociedad, y, si se quiere, es también el origen de la denostada moral del rebaño. Algunos optimistas, empero, prefieren imaginarse que el individuo humano es naturalmente bueno y que es la sociedad la que le corrompe, pero precisamente la sociedad, en cuanto que nos sentimos constreñidos a la vida en común, procura el equilibrio entre ambiciones contrapuestas, como la selección natural logra que la lucha por la existencia equilibre las fuerzas vitales en un ecosistema estable, eso sí, a costa de los peor adaptados. El equilibrio social, análogamente, no evita la desigualdad y, de hecho, hay unos que dominan y otros que son dominados, lo que desemboca en la coexistencia de dos morales, una de la concordia y otra del imperio. Nietzsche reconoció (cf. Más allá del bien y del mal, aforismo 260) el hecho de que esta duplicidad de morales es una constante en la historia, pues siempre actúa la voluntad de poder, aun en los tiempos de esplendor de la moral cristiana, y podemos añadir que también en sociedades teóricamente igualitarias, como la de nuestra civilización occidental.

Hoy la situación anímica de nuestra civilización occidental es consecuencia  del desconcierto ocasionado por el nihilismo, y la actual duplicidad moral viene dada por la prédica interesada por parte de los que controlan la sociedad de una moral del rebaño de raigambre cristiana, la ética de los Derechos Humanos, que sirve primariamente para engañar a los desgraciados y secundariamente para anonadar a tu rival político (por ejemplo, acusándole de racista por haber llamado “negro” a un negro), y, por encima de ella, una fáctica moral de señores, encarnación de la voluntad de poder, que es el criterio con que se resuelven en última instancia los conflictos, sea en el terreno de la economía, sea en el terreno de las relaciones internacionales. En cuanto a los que se atreven todavía a ocuparse del fundamento de la moral, éstos caen en el relativismo moral de admitir que todas las éticas son equivalentes, puesto que no hay principio universal, o, si piensan un poco más, se refugian en una ética del consenso, que los moralmente válidos son los juicios en que coincide una mayoría cualificada de la asamblea. Tampoco esto es solución, puesto que nos podemos encontrar en similares circunstancias a la de una hipotética (o no tan hipotética) colectividad de aficionados a las bebidas alcohólicas en cuyo seno un abstemio fuese fuertemente censurado por negarse a participar en una borrachera. No es de extrañar que el Papa emérito, Benedicto XVI, se declare enemigo del relativismo moral.

 A pesar de la evidencia de que la sociedad posmoderna es nihilista y de que con ella se acabó el espejismo ilustrado del progreso moral, nos encontramos por doquier gente que aún cree que la humanidad recorre una vía de perfección, unos opinan que el libre mercado proveerá eternamente de riqueza y que la sobreabundancia se repartirá de manera espontánea entre los hombres, habrá para todos, incluso aunque siga el crecimiento exponencial de la población, mientras que otros, no tan satisfechos con el presente estado de cosas, afirman que otro mundo es posible, a través de algún tipo de revolución transformadora, pero lo cierto es que la preponderante voluntad de poder es autodestructiva en potencia, ya que implica la lucha de todos contra todos.
La humanidad es una rara especie dentro de la biosfera, porque su inteligencia le permite subvenir a sus necesidades explotando el medio más allá del límite que la lucha por la existencia marca al resto de las especies y, al final de su ciclo vital, ha alcanzado en nuestra época un inmenso poder, una capacidad de destruir y de autodestruirse que no encuentra barreras naturales. La tecnología (¡ah, la tecnología!) provee a los ejércitos de armamento ante el que no cabe defensa alguna y el desarrollo económico está lanzado a una huída hacia delante que agota uno tras otro los recursos de la naturaleza y las fuentes de energía y amenaza con aniquilar el entorno natural en que vivimos. Destruimos el planeta que nos acoge y nos autodestruimos entregándonos a guerras inmisericordes, y más aun lo serán cuando la escasez se extienda. Aquellos ilusos, sin embargo, se consuelan con la idea de que la tecnología (¡ah, la tecnología!) encontrará soluciones y continuaremos habitando por siempre en ese “mundo feliz”, un mundo sin base moral, pero en el que los agraciados ciudadanos de los países poderosos disfrutan noche y día de placeres sin cuento… mientras puedan. 
Si el equilibrio de la naturaleza no puede poner freno a la voluntad de poder de los humanos, ¿será la sociedad la que se imponga a sí misma límites a su afán suicida? Pero, para esto, sería necesaria una moral que no fuera de señores, una nueva moral y una nueva política a las que –me temo– se opondrán los señores con todas sus fuerzas, que son muchas, y para las que seguimos sin encontrar fundamento objetivo, sin principio universal aceptable por todos, porque nosotros, los nihilistas, todavía no sabemos qué es el Bien: se contradicen entre sí las cosas que unos y otros apetecen. ¿Qué hay que hacer, iniciar las prospecciones frente a las costas de las islas Canarias, con el fin de mitigar la disminución de las reservas mundiales de petróleo, como quiere el ministro de Industria, o no iniciarlas, con el fin de preservar las aguas oceánicas y el litoral del archipiélago, como quiere el gobierno de esa comunidad autónoma?, ¿qué principio objetivo nos permitirá elegir el bien mejor?, o ¿se resolverá el dilema con un puro enfrentamiento de voluntades?


Torrecaballeros, 25 de agosto de 2014.

14 comentarios:

  1. En efecto: no se ha descubierto otra medida mejor, para dirimir conflictos entre humanos, que la confrontación de voluntades. El Bien, entonces, será un asunto estadístico: como el Mundo mejora constantemente (la pobreza disminuye y los países emergentes prosperan) y eso es bueno, (aunque en otros lugares aún no se haya llegado a ese grado de prosperidad), habrá que concluir que "lo estamos" haciendo bien, globalmente. Naturalmente existen señores, incluso de la guerra, que lo dificultan y siervos apeados del esfuerzo necesario para comprender los avances tecnológicos, retrocediendo al siglo XVIII en donde se reencuentran con el buen salvaje y la revoluciones primigenias, siempre sangrientas, siempre en busca del "hombre nuevo". Pero “Militia est vita hominis super terram”. Y sin tecnología el humano no progresa y además, no hay milicia posible. ¡Hélas!. Los nihilistas, en ese mundo, lo tenéis crudo.

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  2. Gracias por tu comentario, aunque no deja de sorprenderme que, a pesar de las dificultades que encuentran para ello los filósofos, tú sabes qué es el Bien. Debo, sin embargo, analizar esta idea de Bien que aquí presentas.
    En primer lugar, afirmas que el Bien es un asunto estadístico, pero lo asimilas a la confrontación de voluntades. Esto resulta extraño, porque, si es así, no se trata simplemente de estadística, sino de fuerza: el Bien es lo que quiere la voluntad más fuerte. En realidad, el Bien entendido estadísticamente no es otra cosa que lo que defienden los relativistas, y, entonces, emana de una simple votación, la cual sería, en todo caso, expresión de la fuerza del grupo que ostenta la mayoría; todo es relativo, pues, depende de quien gane las elecciones.
    En segundo lugar, afirmas que el mundo mejora constantemente porque la pobreza disminuye, aunque reconoces que no en todas partes. Por tanto, en segundo lugar ofreces otro concepto de Bien, el que lo identifica con la prosperidad de algunos. Quizás, los excluidos del bienestar no piensen que eso que ocurre es precisamente el Bien; de todos modos, aceptar que el Bien consiste únicamente en la obtención del placer es alinearse con el hedonismo, una manera, en efecto, en que ciertos pensadores han definido el Bien, pero con el rechazo de los que opinan que el destino y la felicidad de la persona se encuentran en otros bienes menos prosaicos. Por cierto, que los utilitaristas, partiendo de un hedonismo de base, plantearon que la búsqueda egoísta del placer debería incorporar la felicidad (reducida al goce) del resto de la gente, porque uno no puede ser feliz si los que le rodean están tristes. Seguramente tal cálculo es lo que lleva al conjunto de la sociedad a admitir alguna forma de moral de la solidaridad, de la compasión, pero, al final, ¿hasta dónde se extiende la solidaridad?; bueno, habrá que dar un poco de limosna, pero ¿cómo consentir que el vecino exija para sí lo que crees que te pertenece, alegando que él lo necesita más? Si hay escasez, se acabó la solidaridad.
    En tercer lugar, aseguras que, pesar de que "lo estamos haciendo bien, globalmente" (bien en el sentido de la obtención de riqueza y placer) hay señores que no dudan en oponerse a semejante empresa colectiva incluso con las armas. Sin duda, estos que quieren amargarnos la vida organizando guerras sólo son unos insensatos amantes de la pura violencia, no gobernantes empeñados en apropiarse por la fuerza de los recursos que les permitan aumentar sus beneficios y su poder. Otros que, según tú, no desean trabajar y, así, aumentar los beneficios de los poderosos, se escudan en un rechazo, o incomprensión, de los avances tecnológicos, que, de acuerdo con tu tesis, son esencialmente buenos. Sin embargo, hay muchos que ven más allá y caen en la cuenta de que la tecnología no es esencialmente buena, porque la tecnología ha dotado a los ejércitos de una capacidad destructiva inaudita (lo que, para un optimista amante del bienestar colectivo, no puede resultar nada positivo) y porque su utilización para subvenir a las necesidades inmediatas de los hombres tiene una consecuencia indeseable: el deterioro progresivo del lugar en que habitamos y el agotamiento acelerado de los recursos de la Tierra.
    Parece que a cualquier concepto particular de Bien se le pueden encontrar pegas. No obstante, es humano que cada cual se aficione a ciertos objetivos que, para él, resultan agradables y los eleve a la categoría de Bien absoluto, que es una manera de encontrar una guía del proceder, y un consuelo

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  3. Primum vivere deinde philosophari. Conseguir (o intentarlo) el bienestar de la gente, no es hedonismo, sino el objetivo del Bien general. Como es imposible "la paz en el mundo", habrá que contentarse con evaluar "estadísticamente", si ese bienestar global se extiende. Y se extiende, según los baremos mundiales. Así es que habrá dos clases de Bien: uno personal y otro colectivo. Al Bien particular, como dices, se le pueden poner toda clase de pegas, pues unos amarán los placeres, otros la ascesis y las privaciones y otros el "aurea mediócritas". Pero el Bien colectivo es sencillo de medir: es lo que se llama nivel de vida, que permite a los individuos crecer y tal vez, acceder a los conocimientos y al trabajo, objetivo global. Y eso es bueno. La tecnología es esencialmente buena, aunque su utilización, a veces, no sea la adecuada. Caín mató con la quijada de un burro, un arma sin duda letal. La civilización ha encontrado que para confrontar voluntades, no parece haber mejor sistema que confrontarlas, si bien es mejor hacerlo de forma pacífica. No siempre se consigue, claro. Para evitar la violencia, los humanos han hallado, a veces, que el Imperio de uno solo es necesario para evitar aquellas confrontaciones y ahora impera la hartura moderna de la democracia directa, en donde hay que preguntarlo todo (consiguiéndose un 50% de opiniones en cada opción y un enfrentamiento larvado). Es lo que tiene ser humanos y estar en el vértice de la pirámide trófica. El Quijote «Diálogo entre Babieca y Rocinante»: el del Cid dice: —Metafísico estáis. —Es que no como, responde Rocinante...

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  4. Planteas que uno es el bien particular y otro, el bien común. Esto es una doctrina tradicional y, conforme a ella, el objetivo de la moral es el bien particular y el de la política (entendida como extensión de la moral al gobierno de la sociedad), el bien común. Aristóteles considera que el bien común no consiste sólo en el bienestar, sino que ha de incluir también la felicidad del ciudadano. Me parece que no hay acuerdo en cuál es el mejor procedimiento para obtener el bienestar de la comunidad, y probablemente tampoco lo hay en cuál es la auténtica índole de una sociedad feliz (la excesiva comodidad, para ciertos ascetas, puede hacer infelices a los hombres): si hubiera tal acuerdo, no existirían los partidos políticos ni las confrontaciones entre los ciudadanos. Además, eso de que el bienestar material se extiende imparablemente es una afirmación muy discutible, ya que, los hechos en realidad son que algunos países alcanzaron hace tiempo un alto nivel de vida, que otros países están creciendo económicamente desde hace menos tiempo, y que, finalmente, hay países en los que lo que prevalece es la miseria, y, en cualquier lugar, siempre encontramos ricos y pobres; como consecuencia de estas diferencias, cada vez es mayor la distancia que separa el bienestar de un tercio de la población del malestar de los dos tercios restantes. Aun en el caso de que, efectivamente, la riqueza global se incremente constantemente, ¿podemos hablar de bien común, de bien colectivo?
    La circunstancia añadida de que también nos encontremos con el hecho de que las guerras entre los hombres son permanentes –tú dices que es imposible la paz en el mundo– nos hace igualmente pensar que el ansiado bien común está lejos de haberse alcanzado. En cuanto a la resolución pacífica de los conflictos, aseguras que unos optan por la democracia, e insinúas que no es para ti la mejor opción, y otros optan por la dictadura, o algo parecido. Entonces, tampoco en este punto hay acuerdo entre los hombres, unos son demócratas y otros, totalitarios.
    Por último, mencionas la eticidad de la tecnología. Como la quijada de Caín, los instrumentos no son en sí mismos ni buenos ni malos; lo éticamente valorable es el uso que los humanos hagan de estos instrumentos. Resulta que los humanos somos los inventores de la tecnología y, como dices, estamos en el vértice de la pirámide trófica; por tanto, usaremos de este poderoso instrumento para depredar en la naturaleza, y, como nuestra fuerza tecnológica nos sitúa por encima de los límites naturales, no tiene nada de extraño que el "rey de la creación" esté dedicándose a destruir con su fuerza tecnológica esa misma naturaleza a la que acude para lograr su provecho y aumentar su riqueza y, del mismo modo, esté utilizando esa fuerza tecnológica también para destruir a sus rivales en la carrera por enriquecerse.

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  5. Muy interesante este debate sobre la búsqueda de la moral perdida y no encontrada.
    Tengo la impresión de que nos enfrentamos a un problema relativista, pues en la práctica, la moral termina siendo una cuestión de listón, no del más listo, sino de localización relativa. La altura del listón lo conforma al final el entorno. Tú mismo mencionas lo difícil que es definir el Bien absoluto; muchos lo han intentado, pero con relativo y escaso éxito. Simpatizo con la postura kantiana de la buena intención, lo que sucede es que nos empeñamos en mirar las cosas de forma mono- o bidimensional (tu ejemplo de los milicianos yihadistas es demoledor). Lo que quiero decir es que la moral se ha de medir con más de una o dos dimensiones, y no somos capaces de mirar un poco más allá. Creo que Jesucristo hizo una buena intentona al predicar con el ejemplo y tratar de abrirnos los ojos; los cristianos nos agarramos a Él como si de una tabla salvadora se tratase. Comparar sus enseñanzas con las de Mahoma siempre me ha dejado perplejo, pues nos encontramos con un problema de involución (musulmana) frente a otro de evolución (cristiana). Esta evolución la considero positiva, pero nos confronta al mismo tiempo a una cierta “relajación” o “Teoría del punto gordo”, en el que todo cabe, en aras de la Libertad, otro concepto por cierto que como el del Bien también tiene sus fronteras algo difusas. (Esto me recuerda que un día me dijo un cubano que para él ser libre era poder andar por la calle tranquilo sin temor a que te asalten, cosa que me recuerda cierta época pasada española).
    Otro problema en esto de la dimensionalidad de la moral es que no sabemos hasta qué punto es elástica, es decir, si aumentamos una o dos dimensiones –ponemos el listón más alto- hay que tener mucho cuidado en que no se nos encoja a la vez otra dimensión, en especial si no nos damos cuenta de que también existe. Ahí interviene la racionalidad (se le podría llamar también visión de conjunto).
    Y todavía hay otro problema en esto de la elasticidad de la moral: que lo que sigue imperando en el mundo son los intereses de ciertos grupos de presión que se permiten incluso el lujo de socavar nuestros principios –lamentablemente difusos, como se ha visto- con campañas tendenciosas empleando hábilmente los medios de comunicación, arrimando el ascua a su sardina particular. No creo que sea necesario entrar en detalles de cómo manejan esto la mayoría de los políticos, pero lo hacen (el extremo de esto es la oclocracia). Otro ejemplo de lo quiero decir es tu ¡ah, la tecnología! (no estoy de acuerdo contigo en el empleo tendencioso de las admiraciones), pues desde hace tiempo se pretende evitar el continuo desgaste de los combustibles fósiles con nuevas tecnologías limpias (hidrógeno, etc), pero los grupos de presión, con la financiación en sus manos, sólo permiten que se avance en la dirección que ellos quieren. No es cuestión de tecnología, pues…
    Para terminar, está la cuestión del “Mal Menor”, que no es el de Murcia, sino la elección del menor de los males como aproximación al Bien. Ejemplo: está clara la peligrosidad del yihadismo islámico; si dejamos que la cucaracha se haga grande, ya no habrá quien la mate. ¿Es lícito matar de un plumazo a todos los yihadistas? Hay un mandamiento que dice “no matarás”, pero éste es un problema que siempre ha aparecido en todas las guerras, y ésta YA es una guerra, y sin cuartel. No será muy moral, pero habrá que elegir el mal menor…

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    1. Gracias por tan extenso comentario. Creo que lo que planteas es cómo cada uno de nosotros puede resolver el urgente problema de dotarse de una moral propia, que le permita orientarse en la vida. Sin duda, es un camino fijarse en los maestros de moral –Kant o Jesucristo– para tomar de ellos la doctrina y los principios que nos resultan más atractivos, pero esto no nos lleva a encontrar el Bien, a lo sumo, nos autoriza a emitir determinados juicios de valor, basados en nuestras personales convicciones. Desde luego, para ti es un mal menor enfrentarse al yihadismo, pero un pacifista a ultranza encontraría que la guerra, cualquier guerra, no es un mal menor, sino el mal absoluto, y no te quiero decir lo que pensará un yihadista de semejante empresa bélica. Del mismo modo, te entretienes en valorar, comparándolos, el cristianismo y el Islam, decantándote por la religión "evolucionada" frente a la "involución" de los musulmanes, pero me parece que éstos más bien emitirán el juicio diametralmente opuesto si se les pregunta su opinión al respecto. El caso es que, en efecto, los principios morales son difusos y, encima, los que pueden imponen los suyos propios.
      Con respecto a la inocuidad de la tecnología, discutir sobre ello no metería en otro asunto, extremadamente prolijo. Únicamente mencionaré que la tecnología todavía no nos ha proporcionado fuentes de energía auténticamente limpias, renovables y que puedan competir con los combustibles fósiles; a lo sumo, se esmera en mejorar el rendimiento de los motores, con el fin de ahorrar combustible, pero esto desemboca en la conocida paradoja económica de Jevons según la cual una mejora en la eficiencia del consumo energético no acarrea un ahorro, sino que, si algunos disminuyen el consumo, esto trae, en primer lugar, una bajada en el precio de los combustibles,pero, entonces, otros se apresuran a encontrar el medio de aprovecharse de su baratura e inventan artilugios que, a la larga, vuelven a incrementar el consumo, o sea, que la tecnología no es la solución esperada.

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    2. Desde luego, es un problema muy interesante, que al llevarlo a un extremo haría que nos preguntásemos si a lo mejor no es tan malo el hecho de no disponer de una verdad absoluta, ni siquiera sobre la moral. ¿Por qué digo esto? Pues porque lo que ha contribuido a tantos desastres en la historia es precisamente el hecho de “estar convencido de que…” o eso más carpetovetónico de “lo sé a punto fijo”. No creo que haya que dar muchos ejemplos, pero las guerras de religión y el imponer el cristianismo a lo bestia a determinados pueblos indígenas o quizás incluso más civilizados, pero con creencias distintas (afortunadamente, eso no fue siempre así), no hace sino ilustrar este punto de vista.
      Respecto a la evolución cristiana y la involución musulmana, esto es un aspecto absoluto y no relativo. Afortunadamente, el cristianismo ha evolucionado mucho desde posturas más “absolutistas” (véase el párrafo anterior) a base de concilios y de adaptaciones de la iglesia a la realidad circundante y de la mano de la democracia, mientras que los musulmanes han seguido y están siguiendo el camino contrario, promulgando que lo mencionado en el Corán con sus puntos y comas es intocable. Lejos están ya los tiempos en que sabios musulmanes se podían reunir para progresar, aunque todavía hay muchos musulmanes que no piensan igual y son aperturistas. ¡Ojalá se pudiera producir un día un Concilio musulmán!, pero no creo que lo vean mis ojos. No creo que los extremistas musulmanes puedan ni siquiera opinar lo contrario, pues encima presumen de la “pureza” de sus creencias, lo que no hace sino evidenciar por dónde van.
      La guerra es efectivamente un mal y siempre habrá que evitarla en la manera de lo posible, que para mí podría ser apelar a la conciencia de todos, formada a partir de una moral difusa pero hasta cierto punto lógica (ley natural, derechos humanos, etc.) al estilo Ghandi, pero cuando un determinado grupo de afán conquistador (ya ni siquiera de índole religiosa, pues lo usan como disfraz)se salta a la torera cualquier atisbo de moral y emplea la fuerza bruta, habrá que coordinarse sin melindres para evitar que crezca. Lo ideal sería que estuviéramos a tiempo para esa coordinación y ayudar a una mayoría de musulmanes amantes de la paz (de hecho, hay musulmanes que se han alineado claramente en contra del yihadismo) para que sin guerras se desinflase el problema, pero, ¿estaremos aún a tiempo?

      Respecto a la tecnología en sí, no es mala, sino que lo es la forma en que se utiliza (cosa en la que coincidimos). Igual que la religión o incluso las religiones, mira por dónde... Lo de la paradoja de Jevons ilustra que se podría formar un proceso de tipo cíclico; romperlo sería la solución, pero no exenta de peligros.

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    3. Estoy de acuerdo contigo en que mantener una postura crítica ante los fundamentalismos es saludable, pero no tanto para el mejor gobierno de la humanidad como para la propia conciencia. En realidad, constato que, a la hora de juzgar al mundo, más bien te dejas llevar por tu etnocentrismo y consideras que la evolución de la cultura occidental y cristiana ha sido la mejor, mientras que los que no han seguido nuestros pasos están en el mal camino, pero ¿cuál es el criterio objetivo –que entenderían éstos– que podríamos aducir para convencer a los que viven en otra cultura y en otra religión de que son ellos los que han caído en el error? Veneramos valores diametralmente opuestos.
      Con respecto al ciclo en que incurrimos de acuerdo con la paradoja de Jevons, me temo que romperlo no está al alcance de los tecnólogos, sino, en todo caso, de los empresarios, pero éstos se encuentran sometidos a las leyes del sistema económico, que son las que provocan dicho ciclo. Modificar las leyes del sistema por obra de una voluntad política que se encontrase al margen de éste resultaría algo revolucionario y, en efecto, no está exento de peligros.

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    4. Lo de la evolución del cristianismo y la involución del islamismo es un buen ejemplo precisamente de lo que hablamos de la moral. La evolución también está hermanada con la flexibilidad en las interpretaciones (Biblia, Corán). A nosotros nos choca que comer carne de cerdo sea "malo" o pegar a la mujer sea algo "bueno"; nosotros los cristianos hemos evolucionado también en tolerancia y ellos no. Ya dije en no sé qué ocasión que hay que ser intolerantes con la intolerancia y tolerantes con la tolerancia; todo está un poco relacionado...

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  6. La tolerancia es un valor; algunos aprecian ser tolerantes, muchos aprecian la intolerancia, no con los intolerantes, sino con los que –según ellos– están equivocados. Así se escribe la historia…, también la historia de esta Europa tan cristiana.

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    1. Pues por culpa de los que aprecian la intolerancia con los que -según ellos- están equivocados, vamos a una evolución de la historia por un camino -según nosotros, claro- equivocado. Y que Europa -ya que la mencionas- se convierta en Eurabia (es decir, la Europa cristiana de creencias tolerantes comida por la Europa musulmana de creencias intolerantes). Si el islamismo evolucionara con tolerancia, otro gallo nos cantaría...

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    2. Claro, pero, si nosotros, los tolerantes, somos intolerantes con la intolerancia, también nos convertimos en intolerantes con los que, según nosotros, están equivocados, precisamente por ser intolerantes. Me parece que esto es una contradicción en los términos que nos llevará a que, para evitar que la Europa cristiana sea comida por la Europa musulmana (¿Bosnia, Albania, Turquía? o ¿los inmigrantes de religión islámica?), organicemos una nueva cruzada –en nombre de los derechos humanos– contra el infiel, del todo semejante a la guerra santa que predica y practica el "Estado Islámico"; así que, al final, les daremos la razón a ellos.
      Me temo que la clave nos la proporciona la comprensión de que la moral, los valores y toda la carga ideológica de la que nos proveemos no está sino al servicio de la voluntad de poder, tanto de unos como de otros, y de que, en definitiva, constituye un arma más en la lucha mundial por el control de los menguantes recursos petrolíferos, que es lo único que importa. Así se escribe la historia…

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    3. No es lo mismo creer que "el otro" está equivocado que ser intolerante. No he dicho que haya que ser intolerante con los que creen en algo diferente, sea Alá o Buda; todo lo contrario. Digo que sí hay que ser intolerante con el que ha demostrado que lo es con obras inadmisibles (crímenes, etc). ¡Nada más! Precisamente pienso que a los musulmanes tolerantes hay que ayudarlos en contra de los intolerantes precisamente, pues están igualmente enfrentados creyendo lo mismo. Lo peor que podemos hacer es mostrarnos intransigentes con los musulmanes en general; entonces sí que les haríamos el juego a los extremistas...

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    4. Nos han enseñado a apreciar la tolerancia y comprendo y comparto que la intolerancia resulta intolerable, desde nuestra perspectiva, por lo que nos oponemos a ella; incluso acaban de conceder el Premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai, víctima de la intolerancia, pero todo esto está muy bien en el contexto de nuestros valores occidentales, no, desde luego, en el contexto de las creencias de los que consideran pecado que a las niñas se las proporcione una educación, en lugar de encaminarlas al matrimonio y la obediencia. Ahora bien, a nosotros se nos presenta un problema lógico que no tienen ellos: ¿cómo podemos ser a la vez tolerantes e intolerantes?

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