...Por Manolo Rincón
Hay otros mundos pero están en este (Euard)
El misterio de las pirámides. Cuento corto dedicado a una Historiadora.
El siguiente manuscrito lo encontré en el maletín de mi padre, ilustre
ingeniero que vivía para su profesión, tras el extraño accidente que terminó
con su vida. Me fue entregado por la embajada de Egipto. Estaba acompañado por unos
esquemas de lo que parecía ser una trompa sonora. Lo transcribo literalmente,
junto con un recorte de prensa, por si alguien pudiese aportar alguna luz sobre
el caso.
Al llegar a una determinada edad
es necesario mirar hacia atrás y hace balance de todo lo realizado en la vida y
es lo que me dispongo a hacer en estos momentos en los cuales aún me acompaña
el vigor físico y no me falla la inteligencia, aún cuando todas las puertas de
realizar proyectos se me hayan ya cerrado por mi edad.
Había tenido una niñez feliz, en
la cual pocas cosas materiales tuve, pero tampoco las necesité. Apartado de las
aficiones de mis compañeros, como el futbol o el baloncesto, desde muy pequeño me
preocuparon ciertos aspectos de la Física, aunque dada mi edad mis padres o
profesores no me tomaron en serio nunca. Algunas preguntas que me hacía
tendrían respuesta en años posteriores, pero había algunos temas para los que
no existía aún ninguna respuesta, al menos en el marco de la ciencia ortodoxa, cuando
me los replanteaba cincuenta años después. Varios temas me han perseguido
durante estos 50 años de ejercicio de la ingeniería, sin poder tener
explicaciones convincentes. Pero uno en especial me intrigaba sobre manera
desde mi infancia hasta el día de hoy.
Se refería a la construcción de
las Pirámides de Egipto. Con el paso de los años había conocido algunas
extravagantes teorías, como las de Peter Gay, que atribuía su construcción a
seres extraterrestres que las usaban como cosmódromos. Otras teorías aludían a
que los faraones disponían de miles de esclavos para su construcción.
Independientemente del contenido
esotérico del que algunos autores querían dotar a estos monumentos, para mí las
pirámides eran un misterio arquitectónico insondable al que no se le había dado
una solución válida aún.
Si se planteaba el problema en
términos físicos, resulta que los constructores debieron de transportar miles
de bloques de peso superior a las diez o doce toneladas, desde las canteras, a
los emplazamientos en el Valle de los Reyes, a través del desierto, recorriendo
decenas de kilómetros, y solo usando rodillos de madera, sin ayuda de la rueda
que aún no conocían. Se me antojaba imposible transportar tales bloques solo
con ayuda de rodillos de madera que de destruirían con solo poner ese enorme peso
sobre ellos, a parte de la dificultad de la arena que presentaba mucha
resistencia al rodamiento de los mismos y por tanto al transporte.
Pero no era el único problema
inexplicable. Para que los bloques estuviesen en su emplazamiento, diseñado
meticulosamente por sus arquitectos, había que colocarlos en lugares exactos, a decenas de metros de altura con
enorme precisión. La teoría clásica de usar montañas de arena para subir los
bloques, me parecía absurda, pues tales pesos se hundirían en la arena.
Siempre pensé que la ciencia
convencional no tenía ninguna respuesta a tales enigmas, y que la solución
debía de proceder de hipótesis más arriesgadas.
Aunque no era creyente desde
hacía bastante tiempo, siempre me había interesado la Biblia como un compendio
de saberes y tradiciones, a veces muy antiguos, pero con un fondo de
autenticidad, razón por la que la leía con frecuencia, para tratar de
remontarme a tiempos más lejanos y encontrar explicaciones a hecho
inexplicables, como el que acabo de enunciar.
Por la Biblia conocía que el
pueblo de Israel estuvo cautivo de los egipcios y que José, Moisés y otros
muchos habían sido altos dignatarios egipcios.
Pudieron tener acceso a la
ciencia que entonces guardaban celosamente los sacerdotes, y conocer secretos,
como el de la construcción de las pirámides. De hecho los hebreos tuvieron gran
relación con la casta sacerdotal, aunque a veces no les mirasen con buenos
ojos.
Con referencia a al tema en el
que me he centrado, mi teoría se basa en suponer que los sacerdotes egipcios
manejaban instrumentos que producían ondas sonoras.
Todos sabemos que esas ondas
soportan energía y esta energía debidamente controlada, sería suficiente para
elevar al menos un bloque de la piedra para las pirámides, transportándolo
hasta su emplazamiento, desde la cantera a la construcción, y permitiendo
elevarlo a su emplazamiento definitivo.
De esta manera se daría una
explicación científica válida, al enigma de la edificación de las pirámides.
Esta ciencia física, se perdería
con la civilización egipcia, pero los israelitas la conocían, y gracias a ella
derribaron las murallas de Jericó, al sonido de las “trompetas”, según la
narración que nos ofrece la Biblia.
Mi teoría me satisfacía, en todos
sus términos, pero como toda teoría, para que sea cierta ha de ser demostrada.
Siempre he sido muy escrupuloso con las demostraciones experimentales que
validan teoremas y ecuaciones que de otra forma no serían más que una
abstracción.
Empecé a interesarme por el tipo
de instrumentos que podían ser capaces de producir tales fenómenos físicos.
No era corriente en una
civilización regida por la técnica, que ideas semejantes fuesen fácilmente
aceptadas por una comunidad científica carente de la imaginación y del talento
necesarios para poder llegar a comprender esta parcela tan específica de la
Física.
Por tanto comencé a interesarme
por las civilizaciones más antiguas, para intentar encontrar elementos que
pudiesen avalar mis hipótesis.
En las altiplanicies de Perú,
florecieron las civilizaciones precolombinas inca y anteriormente la maya, que
construyó pirámides, más sencillas que las egipcias, pero con ciertas
similitudes, tanto en el desplazamiento de bloques ciclópeos, como en su
colocación exacta en el lugar preciso.
Eran escalonadas y su altura menor que la de
las egipcias, así como los bloques que eran la base de la construcción también resultaban
más pequeños.
Me trasladé hasta Perú, con la
idea de investigar más sobre el terreno estas hipótesis.
Pude verificar que al igual que
los egipcios, los mayas eran adoradores del Sol. Sus construcciones eran
también grandiosas, y aparentemente habían tenido los mismos problemas para el
traslado de las piezas que componía sus pirámides escalonadas, más pequeñas, como
ya he dicho, que las de Egipto y de un tipo de construcción diferente.
En el museo etnológico tuve la
suerte de ver un instrumento de viento antiguo, que me parecía podía haber sido
el adecuado para producir los sonidos que yo estaba estudiando.
El Dr. Morales, un inca
auténtico, era el conservador. Me presenté como investigador, y él me dijo que
contaba con toda su ayuda para mi investigación. Me interesé especialmente por
el instrumento, catalogado con un epígrafe genérico como un “objeto para el
culto”.
Pude verificar que el instrumento
podía tener una antigüedad superior a los dos mil años.
El Dr. Morales tuvo la amabilidad
de invitarme a cenar a su casa. Y allí en la sobremesa tuve ocasión, mientras
degustábamos un sabroso pisco, de exponerle, no con cierta precaución, mis
teorías.
Me resultó de gran alivio que no le
parecieron en absoluto disparatadas, todo lo contrario las veía como algo
coherente y verosímil, y prometió enseñarme al día siguiente algo especial.
Me contó que el descendía
directamente de nobles incas, y no tenía sangre española en sus venas. Al día
siguiente me mostró un instrumento similar al expuesto en el museo, pero en
mucho mejor estado de conservación. Pude medirlo y hacer un pequeño croquis o plano
del mismo.
Era similar a una trompa de las
que recordaba se tocaban en los Andes.
Terminada mi investigación, ya en
Madrid, dediqué tiempo y dinero a construir una réplica del instrumento que el
Dr. Morales me había enseñado, basándome en los esquemas y fotografías que
tenía del instrumento en cuestión.
Tardé unos meses en tener el
instrumento terminado. Cuando ya estaba listo decidí ir a probarlo a las
pirámides egipcias.
Era la única forma te tener la
total seguridad de que mis hipótesis eran correctas. Mantuve a mi familia ajena
a todo ello, peo como ya conocían que me gustaban los temas “raros”, no le
dieron mayor importancia. Me recomendaron que tuviese mucho cuidado con los
islamistas radicales y no entendían como no iba en un viaje de turistas
organizado.
Una vez en El Cairo, y ya que las
pirámides se encuentra cercanas contraté a un taxista para ir a la mañana
siguiente al lugar deseado. A hora temprana me dirigí con mi instrumento al
Valle de los Reyes conducido por el taxista que me amenizó el trayecto con
rudimentarias explicaciones sobre el Valle al que nos dirigíamos.
Una vez allí le dije a mi conductor
que volviese a las 10 horas y así quedé en libertad de movimientos. En una
maleta llevaba mi instrumento, que tuve alguna dificultad en entrar en el
recinto, pero un billete solucionó el problema y pasé con él.
Iba anotando todos los detalles,
unidos a mi primera narración, con el fin de no olvidar nada de lo que iba
aconteciendo.
Me situé frente a la pirámide de
Keops dispuesto a experimentar con mi instrumento. A aquella primera hora había
muy pocos turistas.
Me asombró su enorme altura de más
de 100 metros, la contemplaba mientras me disponía a que sonase mi trompa. Ya
tengo todo preparado. Pronto sabré si estoy en lo cierto… Temina el manuscrito.
Nota de la policía egipcia.
Un extraño accidente ha ocurrido
en el día de hoy, frente a la pirámide de Keops, al desprenderse un enorme
bloque de más de 40 toneladas del vértice de la pirámide. Los testigos afirman
que el bloque “voló”, describiendo una trayectoria elíptica y fue a caer sobre
un turista que visitaba en solitario la pirámide que resultó muerto en el acto.
Hubo quien aseguraba que tocaba en esos momentos una trompa aunque no se oyeron
sonidos de ningún tipo. Sus restos y pertenencias serán repatriados a España.
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