... por JOSE ENRIQUE GARCIA PASCUA
Contemplo en la segunda cadena
de TVE un documental sobre la mata
atlántica, es decir, la pluviselva que se extiende por varias cuencas,
incluida la del Iguazú, río cuyas impresionantes cataratas tienen renombre
mundial, en la confluencia fronteriza de Paraguay, Argentina y Brasil.
Admira la biodiversidad de
aquellas florestas, en donde habitan más especies de aves que en toda Europa, y
escucho con desolación el comentario del narrador, quien, mostrando imágenes
recientes de la transformación del territorio, dice que, como consecuencia de
la masiva inmigración europea a partir del descubrimiento del continente
americano, se ha perdido el noventa y tres por ciento de la extensión primitiva
de la mata, en buena medida por la transformación de las tierras vírgenes en
pastos para la ganadería extensiva.
Al encontrarme de nuevo con el
creciente deterioro del medio ambiente que les ha correspondido sufrir a las
presentes generaciones, me siento movido a releer Laudato si’, la última encíclica del Papa Francisco –publicada el
24 de mayo de 2015–, que precisamente se ocupa de este tema. Al fin y al cabo,
en el “Ramiro de Maeztu” se nos inculcó el respeto a la autoridad eclesiástica
y, por eso, no me parecen desdeñables las enseñanzas del magisterio apostólico.
Expone el Papa en Laudato si’ el daño que los hombres
vienen causando a la “hermana tierra” por el uso irresponsable que hacemos de
los bienes puestos por Dios en ella [§ 2] y se queja de que los esfuerzos por
lograr soluciones topan con el desinterés de muchos, que «dirán que no tienen
conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos
quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito» [§
56]. Sin embargo, «el problema fundamental es otro más profundo todavía: el
modo como la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y
unidimensional. […] De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento
infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y
tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del
planeta, que lleva a “estrujarlo” hasta el límite y más allá del límite» [§ 106].
El cuidado de la casa de todos,
la ecología humana, es inseparable de la exigencia moral de la búsqueda del bien común [§ 156], que supone, desde
luego, la solidaridad y «la opción preferencial por los más pobres» [§ 158],
así como la obligación de dejar a las generaciones futuras un planeta
habitable: «Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con
desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados
escombros, desiertos y suciedad» [§ 161].
En la encíclica, el Papa revisa
los escombros y la suciedad que ya estamos creando y vertiendo en nuestro
entorno, sin preocuparnos demasiado por poner remedio, la contaminación por
residuos industriales y químicos [§ 21],
desaparición de especies vegetales y animales [§ 33], pérdida de la
biodiversidad en las selvas tropicales [§ 38], despilfarro de la pesca
selectiva a gran escala [§ 40], crecimiento desmedido de las grandes ciudades,
que se han hecho insalubres para vivir [§ 44], incluso la omnipresencia de los
medios del mundo digital, que impide el desarrollo de la verdadera sabiduría,
producto de la reflexión, que no se consigue con una mera acumulación de datos
[§ 47].
El Papa no considera que la
explosión demográfica constituya un problema medioambiental, porque –dice– se
desecha aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen [§ 50],
claro que olvida que «no sólo de pan vive el hombre» (Mt. 4, 4) y que una población creciente, además de alimentos, consume también esos recursos materiales cuya
inminente escasez es ocultada por aquel paradigma
homogéneo y unidimensional con el que
nos autoengañamos en un ejercicio alienante el conjunto de los hombres, y
principalmente los hedonistas que habitamos en los países desarrollados, en
donde –por el momento– cada uno de nosotros dispone de cien esclavos energéticos
que diariamente trabajan para él. En
relación con esto, advierte el Papa de que la perspectiva de futuro contempla
la posibilidad de nuevas guerras «disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones»
[§ 57] cuyo desencadenante no sea otro que el agotamiento de los recursos.
El Papa Francisco dedica varios
epígrafes a hablar del cambio climático
antropogénico, resultado del aumento de la concentración en la atmósfera de
los gases de efecto invernadero, acaso porque se trata del más acuciante problema
con que se enfrenta la vida sobre la Tierra, y, a pesar de ello, la reacción de
la humanidad es lenta. La Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de
Janeiro, «propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones de gases de
efecto invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento global» [§
167], sin embargo, los acuerdos de aquella Cumbre apenas se han puesto en
práctica, por falta de los necesarios mecanismos de control. «Las negociaciones
internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los
países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global» [§
169]. El inmediatismo político provoca la necesidad de crecimiento a corto
plazo, lo que impide que la agenda medioambiental sea ampliamente considerada
por los gobiernos [§ 178].
Mientras tanto, el clima
continúa cambiando y acercándose a la concentración atmosférica de dióxido de
carbono (CO2) que, según los estudiosos del tema,
produciría una mutación irreversible en el clima de la Tierra, por el ascenso
de más de 2 grados centígrados de la temperatura media con respecto a la de la
época preindustrial, lo que tendría efectos catastróficos. El umbral del no
retorno se estima en una concentración de moléculas de CO2 que
oscila entre 500 y 560 partes por millón (ppm). A lo largo del siglo XX la
temperatura media de la Tierra ya se ha incrementado en 0,74 0C,
como efecto de la acción humana, que libera constantemente en la atmósfera CO2
de origen fósil. El objetivo propuesto por el Panel Intergubernamental para el
Cambio Climático (IPCC) es estabilizar la antedicha concentración en las 450
ppm, aunque hay autores pesimistas que consideran que el límite de lo tolerable
se encuentra en las 405 ppm, valor que podría ser alcanzado en 2036. En la
época preindustrial la concentración era de 280 ppm, y ya en 2005 se llegó las
379 ppm. En 2013 se registraron
puntualmente las 400 ppm por primera vez desde que hay datos.
Este verano hemos padecido en
España una ola de calor sin precedente y en lo que llevamos de otoño se suceden
las lluvias torrenciales en Canarias, Andalucía, islas Baleares, Costa Azul
francesa, etc. Seguramente, las fuertes precipitaciones que nos llegan desde el
centro del Atlántico son consecuencia del detectado comportamiento anómalo de la
corriente en chorro, (vientos que circunvalan el planeta de oeste a este),
comportamiento al que se le achacan grandes desastres atmosféricos recientes,
como, por ejemplo, la sequía que vienen padeciendo los habitantes de California
(En Estados Unidos) desde hace seis años. La corriente en chorro es
afectada por los cambios en otras dos
corrientes, ahora marinas, El Niño y La Niña, que recorren el océano Pacífico transportando
respectivamente aguas calientes y frías y que periódicamente ocasionan inundaciones
o sequías en los países bañados por este océano. Parece que el inusual
calentamiento que se ha detectado en la corriente de El Niño (y que, a su vez, altera el comportamiento de la corriente
en chorro) viene causado por la pérdida de extensión de la banquisa ártica,
como consecuencia del calentamiento global de origen antropogénico.
Resulta alarmante que, a pesar
de la inminencia del peligro, los
hombres continúen viviendo como si nada fuese a ocurrir, especialmente los
residentes en los países más industrializados y, por ello, más contaminantes.
Ya he citado las palabras del Papa que denuncian la pasividad de aquellos a los
que sólo les preocupa el crecimiento a corto plazo. Digamos que ésos somos
todos los beneficiados por la acumulación de las riquezas y placeres, que la
veríamos disminuir como resultado de una política de contención de las
actividades generadoras de gases de efecto invernadero. Por esto, existe entre
nosotros una minoría que, o bien por intereses económicos o bien por miedo a enfrentar
la cruda realidad, da pábulo a los negacionistas del cambio climático, que con
argumentos endebles quieren eximir a la acción humana de responsabilidad en el
cambio climático, atribuyéndolo a la propia dinámica del clima. Sin embargo,
deberíamos desear que la verdadera causa fuera antropogénica, porque, en este
caso, algo podremos hacer al respecto, mientras que, si lo que está ocurriendo
es un fenómeno meramente natural, no cabe esperar más que un inevitable
cataclismo. A esos negacionistas es a quien se dirige el Papa Francisco cuando
les recuerda lo que se recoge en la Declaración de Río de 1992, que, ante un
peligro grave o irreversible, la simple precaución nos tiene que llevar a no
utilizar como razón para postergar la adopción de medidas la falta de certeza
científica absoluta [§ 186], a lo que yo añado que, en cualquier caso, el ser
humano no dispone de mejor instrumento para prevenir el futuro que la ciencia
misma, aun contando con sus márgenes de incertidumbre.
Para terminar, vuelvo a la lectura
de Laudato si’ y encuentro las
soluciones que propone para el problema del deterioro medioambiental. El Papa
considera indispensable que las políticas relacionadas con el cambio climático
y la protección del ambiente no se vean sometidas a modificación cada vez que
cambia un gobierno y que, para evitarlo, es necesaria la presión de la
población y las instituciones [§ 181]. Igualmente, debemos abandonar la
creencia en el poder mágico del mercado para resolver los problemas ecológicos,
pues los que buscan el rédito no piensan en los ritmos de la naturaleza [§
190]; quizás sea necesario un cambio del modelo económico, «por ejemplo, un
camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría corregir
el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca
para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas
inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado;
podría mejorar la eficiencia energética de las ciudades» [§ 192]; quizás haya
que asumir el decrecimiento: «de todos modos, si en algunos casos el desarrollo
sostenible implicará nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al
crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay
que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites
racionales e incluso en volver atrás antes de que sea tarde» [§ 193].
Tampoco debería soslayarse el papel de la
educación. La “educación ecológica” no debe limitarse a informar, sino que
tiene que crear hábitos que nos lleven a un compromiso de defensa del medio
ambiente [§ 211].
La opinión del Papa, de que la
esperanza reside en una transformación socioeconómica que lleve a un desarrollo
sostenible, es compartida por los redactores de los sucesivos informes del
IPCC, el último de los cuales es de 2014, que afirman que disponemos de
suficiente tecnología para hacer compatible la mitigación del cambio climático
con el crecimiento económico; sin embargo, yo más bien encuentro que las
inercias de la sociedad son demasiado pesadas para que un ejercicio de
voluntad, ni siquiera colectiva, consiga dicha transformación. La historia nos
enseña que antes de la revolución se tiene que dar el cambio económico, ya que
las ideas son más fáciles de transformar que el modo de producción, y el modo
de producción imperante busca el desarrollo, el cual, pese a lo que desean el
Papa y el IPCC, nunca puede ser sostenible, porque necesita del consumo
creciente de los recursos en disminución y, además, la tecnología no sólo es incapaz
de frenar tal consumo, sino que lo favorece, inventando nuevas formas de gastar
los medios disponibles, que es lo que de verdad necesita el actual sistema para
mantenerse.
De hecho, no disponemos en el
momento presente de ningún mecanismo tecnológico que nos permita la sustitución
definitiva de los combustibles fósiles (principales causantes del cambio
climático) por otras fuentes de energía renovables, ninguna de las cuales,
empero, puede competir en eficiencia con aquéllos; eso sin considerar que también
las fuentes de energía renovables se ven afectadas por sus propias
limitaciones. En primer lugar, que, para establecer una tecnología alternativa
a la que hoy nos facilitan el petróleo, el carbón y el gas natural, debemos
continuar consumiendo principalmente combustibles fósiles, de los que ya ha
comenzado el declive de sus reservas explotables y los que, además, al ser
utilizados, seguirán contribuyendo al cambio climático. En segundo lugar, que
la deseada tecnología “renovable” precisa del uso creciente de recursos
naturales no renovables (aparte de los combustibles fósiles) que también están
disminuyendo, como por ejemplo, el cobre, cuyo precio ha aumentado un 190% de
2000 a 2008. En tercer lugar, que incluso la explotación de la energía de origen
solar choca con sus barreras: no deberíamos transformar en energía útil más
allá del uno por ciento de la potencia que recibimos del Sol, so pena de
alterar los procesos vitales del planeta, y, al ritmo de crecimiento del
consumo energético actual, esta barrera surgiría dentro de sólo doscientos
años.
El cambio económico sin duda
arribará, pues estamos llegando a los límites del crecimiento y no podemos
seguir “estrujando” el planeta; entonces, el problema del cambio climático se
resolverá por sí mismo (si no es demasiado tarde) y la humanidad se verá
obligada, quiera o no, a resolver el otro problema, el de cómo salvarse del
colapso social y económico.
Torrecaballeros, 30 de octubre
de 2015.
La Jerarquía católica entra en una grave contradicción cuando defiende a la vez el crecimiento económico sostenible y el crecimiento demográfico sin control.
ResponderEliminarEl análisis debe ser global sino se llega a posiciones mentales absurdas (incentivar natalidades nacionales con alto nivel de desempleo nacional, incentivar natalidades nacionales en previsión de falta de mano de obra nacional en el futuro y seguir entorpeciendo flujos migratorios humanos en el futuro, no tocar ni un ápice la naturaleza en los países subdesarrollados y pretender que se desarrollen, denunciar la utilización de semillas transgénicas, la utilización de la agricultura intensiva y querer paliar el hambre en el mundo).
Se dice que con los alimentos que se tiran en los países desarrolladas se podría paliar el hambre global, ¿se ha calculado el coste de conservación de éstos para que llegaran en condiciones de ser consumidos en las "zonas del hambre".
Hay que leer a Malthus, si el aumento demográfico es mayor que el económico, aumentará el ejército de parados, bajarán los salarios de los ocupados y disminuirá el bienestar de la mayoría (ejemplo: España, siglo XXI).
Como ya formularon los filósofos de la antigua Grecia, el concepto de infinito no cabe en mente humana por lo tanto es un dislate creer en un desarrollo de la población y de los recursos naturales que tienda a infinito.
Te agradezco tu comentario. En realidad, el análisis debe ser global y comprender que, en efecto, con sólo el control de la población no se arregla el problema de la imposibilidad del desarrollo infinito; además, hay que contar con la escasez de recursos y con el pico del petróleo, sin olvidarse de la urgencia de frenar el cambio climático.
EliminarDel 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015 se va a reunir la Cumbre del Clima en París, con el objetivo de lograr un nuevo Tratado internacional que dé continuidad al Protocolo de Kioto y consiga que la temperatura media del planeta no suba por encima de los 2 ºC, lo cual implica que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan a cero para el año 2050. Este propósito tropieza con grandes dificultades. En primer lugar, que, si bien los países más ricos pueden mantener su desarrollo aun reduciendo las emisiones –en buena medida, porque han transferido las industrias más contaminantes a los países emergentes–, los países más pobres se verán obligados a continuar contaminando, para alcanzar superiores cotas de desarrollo. En segundo lugar, que probablemente no es factible transformar el modelo energético para suprimir el uso de combustible fósiles antes del 2050. En tercer lugar, que, si continuamos buscando el desarrollo infinito, enseguida tropezaremos con los límites de la naturaleza; por lo tanto, quizás en París más bien deberían ocuparse de cómo conseguir otra economía global, aquella que, por ejemplo, busque la autosuficiencia alimentaria de los pueblos con el fin de paliar el hambre en el mundo, antes de dejar el mercado de la alimentación en manos de las grandes corporaciones que controlan las semillas transgénicas y la agricultura intensiva, basada en el consumo masivo de petróleo.
ResponderEliminarNo obstante, el próximo 29 de noviembre están convocadas grandes manifestaciones por doquier que buscan concienciar a la gente del problema que tenemos delante y exigir a los políticos que en su reunión de París que hagan algo eficaz. En España, la manifestaciones tendrán lugar en Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Zaragoza, Valladolid y otras ciudades. Sin duda, el Papa enviará sus bendiciones a los que participen en las mismas.