miércoles, 27 de enero de 2021

LA HISTORIA DEL INFANTIL B (3ª Y ÚLTIMA PARTE)

  ...POR NACHO NIHARRA

Una complicada decisión, cierto, pero nosotros, los jugadores, lo teníamos muy claro: queríamos ganar. Para eso habíamos entrenado y luchado desde el principio, no para ganar al Infantil A, que también, sino para ganar la Liga o, al menos, quedar en la mejor posición posible.

Pero una cosa son los jugadores y otra distinta la cúpula del Club, ávida de títulos y copas que exponer en sus todavía no muy repletas vitrinas. Era lo normal y lo entendíamos perfectamente, pero confiábamos en que respetasen el juego limpio y dejaran que la para ellos lógica configuración de los equipos diera los resultados esperados. Al fin y al cabo, Paco Hernández había construido un equipo campeón, con una media de estatura con respecto al nuestro de más de 10 centímetros, lo que está muy claro que marca la diferencia en nuestro deporte. Por tanto, en su lógica, seguro que ganarían

Pero lo del juego limpio se les olvidó.

Nosotros entrenábamos los lunes, miércoles y viernes y aquella semana no fue una excepción. Los lunes, César iniciaba el entrenamiento analizando el partido de la semana anterior. El delegado, Roberto Arce creo que se llamaba, que era alumno de Preu y muy amigo de César, confeccionaba el típico estadillo de un partido de baloncesto con las estadísticas de nuestro equipo: tiros de campo y libres intentados y convertidos, asistencias, balones perdidos y recuperados, rebotes defensivos y ofensivos, en fin, lo típico, Una vez recalcadas las estadísticas más llamativas, para bien o para mal, que en aquel caso eran para fatal, venían los comentarios, primero de César, luego de los jugadores que, con toda libertad, podíamos exponer nuestros puntos de vista. Y lo hacíamos.

Yo tenía ese día algo que decir, pero no era un tema para tratar en público, podría ser mal entendido y manifesté que quería tratar con él un asunto personal importante para mí.

--De acuerdo, Nacho, cuando termine el entrenamiento charlamos de lo que quieras.

Aquel lunes yo estaba muy quemado porque en el último partido César no se había acordado de mí hasta que ya todo estaba perdido. Podréis pensar que mi posición era egoísta, pero yo no lo creo así. A lo largo del campeonato había sufrido el pasar de titular indiscutible a suplente, nunca me resigné porque yo no me rindo nunca, pero lo entendí y César lo sabía. Primero fue la llegada de Vicente pero ¿quién va a discutir la enorme calidad de Vicente? Yo no. Ni que decirr tiene que Aíto no se discute, antes, ahora y siempre; mi puesto era de base o escolta y los aleros también eran irremplazables: Antonio Alcántara y Carlos Síljeström.

Pero, además, surgió la enorme calidad defensiva de Arroyo. Edgar Federico Arroyo Stephens fue todo un descubrimiento: era un atleta y un defensor implacable, el mejor que teníamos, y cuando se trataba de anular a un jugador contrario importante, sencillamente lo hacía. César, como buen entrenador y persona que era, lo había hablado a menudo conmigo y yo estaba de acuerdo con él, por mucho que me doliera porque eso me relegaba un peldaño más. Pero también estaba claro entre nosotros que Edgar sólo era mejor defensor que yo; si él hubiera tenido 20 centímetros más hubiera sido ese 4 que tanto necesitábamos y que en nuestro equipo tantas veces había suplido Aíto, que en realidad, no era el clásico “power forward”, sino un base excepcional con calidad sobrada para interpretar otros papeles.

En el partido contra el Real Madrid, César, en mi opinión, se equivocó y se lo tenía que decir, aunque sólo fuera para escuchar su explicación, que sin duda él me la daría, y quedarme tranquilo. Además, le tenía que preguntar otra cosa más, digamos, delicada.

Una vez terminado el entrenamiento y mientras los demás se retiraban a la ducha, aquellas duchas heladas de los vestuarios del patio de columnas…

-- Mira César, yo estoy de acuerdo, y tú lo sabes, en tu decisión de emplear en este partido la defensa mixta, hombre-zona que tanto hemos entrenado y pocas veces hemos realizado porque no hacía falta. El sapito Sevillano es muy superior al resto de su equipo, había que controlarlo, y nadie mejor que Edgar para hacerlo. Pero ¡no funcionaba!, en aquella pista tan resbaladiza Edgar no podía con él. Y a ese equipo le ganábamos sin problemas jugando la zona y el contraataque, como contra el Ateneo.

--Puede ser que tengas razón, Nacho –me respondió--, pero, como tu mismo has dicho, ¡era una buena idea! y, además, tenía que ensayar ese sistema para el partido del domingo. Seguramente tenía que haberla cambiado al principio del segundo tiempo, pero algún día entenderás lo difícil que es tomar decisiones, y en ese momento pensé que lo mejor era insistir.

--Perdóname César, te entiendo, pero reviento si no te digo que a ese equipo, con una zona 1-3-1 y bloqueando bien el rebote le habríamos cosido a contraataques porque habrían sido ellos los que corrieran hacia atrás.

Objetivo cumplido. Tenía que decirlo y dio resultado como veréis. Y ahora, la delicada:

--César, una última pregunta: ¿te están presionando para que perdamos?

Cuando a César le ponías en un aprieto, hacía un gesto muy típico suyo: cabeceaba sonriendo y daba un paso atrás.

-- Vale, César, está claro – le dije apesadumbrado, y añadí

-- ¿Qué vamos a hacer? Necesito saberlo porque mejor nos da un cólico a todos y no nos presentamos. Al menos yo, si vamos a dejarles ganar prefiero quedarme en casa.

-- Nacho, vamos a jugar un partido más y vamos a poner toda la carne en el asador para conseguir ganarlo. Si nos ganan, serán justos campeones y les felicitaremos, pero no nos van a ganar en los despachos, eso que se te quite de la cabeza.

-- ¿Y la directiva?

-- Eso dejádmelo a mí, Varios de los directivos han sido jugadores muchos años y estoy seguro de que comprenderán cualquier cosa que pueda suceder. Además, don Antonio es el Presidente, aunque en estos momentos tiene muchas turbias maniobras con las que lidiar. Pero además, Nacho, lo normal es que perdamos, ¿no crees?

-- Digo lo que he dicho siempre: son mucho más altos y fuertes, cogerán muchos más rebotes que nosotros si no nos concentramos muy bien, pero somos mejores, nuestras individualidades, salvo algunas pocas excepciones, son mejores que las suyas y tenemos un entrenador que está muy por encima del suyo. Pase lo que pase, lo que has conseguido con nosotros ha sido formidable. Gracias César, te garantizo que nosotros lo daremos todo.

Ese día no pude ducharme porque, cuando quise darme cuenta, todos salían ya vestidos y Manolo estaba cerrando el vestuario.

--¡Para, Manolo, lo siento, déjame coger mis cosas!¡Espera, Vicente!

Metí mi ropa en la bolsa y alcancé a Vicente para irnos juntos a casa, como salíamos hacer tras los entrenamientos. Vicente vivía en la calle Niéremberg, a tiro de piedra de mi casa, y solíamos utilizar “su” camino, Pablo Aranda, Gabriel Lobo, Sánchez Pacheco, Niéremberg y luego yo seguía unos 300 metros hasta mi casa, aunque mi camino habitual era por la calle Oquendo, Glorieta de Ruiz de Alda y López de Hoyos arriba hasta llegar a Santa Hortensia, donde yo vivía.

De momento, no le dije nada a Vicente. Y no lo hice porque no quería ponerle en un apuro. Al fin y al cabo, su hermano José Ramón, al que él idolatraba, jugaba en el Estudiantes Liga y en cuanto a mis quejas, Vicente era muy amigo de Edgar, y no quería malentendidos. No obstante, me preguntó:

--¿Qué secretos te traes con César?

-- Quería saber cómo íbamos a afrontar el partido del domingo y me ha dicho que lo vamos a ganar—mentí, sonriendo.

-- Por supuesto que sí, ya lo verás.

Era una alegría hablar con Vicente, Siempre alegre, siempre optimista, siempre viendo el lado bueno de las cosas.

El miércoles fue un entrenamiento muy físico y agotador y el viernes absolutamente táctico en el que ensayamos el partido tal y como César lo imaginaba.

César conocía muy bien cómo jugaba el equipo de Paco Hernández desde un punto de vista táctico y muchos de nosotros también habíamos visto algunos de sus partidos. A los jugadores, ya comprenderéis, nos los conocíamos de memoria.

-- Ya sabéis –decía César— jugarán en defensa individual bastante presionante y tratando de cortar cada pase, tanto arriba con los hermanos Prieto como en los pases a las alas. Roban muchos balones, tanto los gemelos como Jaime y Emilio y luego no hay quien los pare; por tanto, cuidado con los pases. En cambio, no suelen flotar, por lo que podremos, pasar, bloquear y hacer cruces con nuestro pívot, pero ya sabéis, siempre pases picados. Por fuera, bloqueos directos e indirectos, ¿entendido? Pues vamos a practicarlo.

Tras un largo rato practicando bloqueos y cruces, pasó al capítulo de defensa.

-- Es muy importante que simulemos su contraataque, que es bastante burdo pero muy eficaz. En cada tiro nuestro van al rebote el pívot y los alas. Si capturamos, salvo posición muy favorable, balón fuera y vuelta a empezar pues son mucho más altos y nos pondrían gorro tras gorro; si capturan ellos, que será lo normal, ya sabéis que los gemelos salen como flechas de palomeros. Hay que obstaculizar ese pase mientras los defensas hacen balance defensivo sin dejar de mirar el balón. Vamos a ensayarlo ¿de acuerdo?. Tened en cuenta que si captura Jaime Moreno y no ve claro el pase largo hará lo que más le gusta, que es recorrerse el campo botando con su zurda. Hay que pararle, es fundamental. Edgar, en principio tu te encargarás de Jaime por lo que tu primera misión tras rebote es no dejarle progresar, porque si se pone en plan locomotora, nos mata.

-- En estático, Edgar en individual sobre Jaime. Que no reciba. Si no va bien, cambiaremos a nuestras zonas conocidas, variándolas sobre la marcha como siempre hacéis. Prefiero el tiro desde fuera, lo que no nos podemos permitir es tiros a menos de 4 metros.

Estuvimos todo el entrenamiento ensayando según esas indicaciones y, para terminar un concurso de tiro y de tiros libres. Y a la ducha.

Estábamos agotados pero no todos satisfechos porque nos había faltado tiempo para ensayar bien nuestro ataque. Se me ocurrió una idea:

-- Escuchad, podríamos seguir ensayando bloqueos y situaciones de dos contra uno mañana por la tarde – les dije en los vestuarios

-- Cuidado, que el enemigo no es tonto y estará pendiente – objetó Antonio

-- No, no –contesté—no me refiero a que lo hagamos en el Ramiro. ¿Qué os parece si os venís a mi casa? En la Fundación donde vivo hay campo de baloncesto y podríamos entrenar estos bloqueos y situaciones de dos contra uno, yo creo que nos vendría bien. Y luego mi madre nos preparará unos bocadillos. ¿Qué os parece?

La Fundación Pilar de la Mata era un colegio gratuito para los niños y niñas más necesitados de nuestro barrio, que, aún en aquellos días, eran legión. Mi padre y mi madre eran maestros del colegio, mi padre además era el director y todos los maestros tenían vivienda asignada en el propio colegio que, hoy día, se ha convertido en Parroquia y una de las sedes de Cáritas.

Carlos y Edgar no podían venir por motivos familiares, pero Vicente, Antonio y Aíto aceptaron encantados. Bien, cuatro era un buen número para lo que nos proponíamos y así lo hicimos: vinieron después de comer y nos pasamos un par de horas entrenando.

Mi madre tampoco lo hizo mal con la merienda y Vicente y yo les acompañamos al tranvía 40, que acercaría a Antonio a su casa de Bretón de los Herreros y a Aíto le dejaría cerca de su vivienda en el barrio de Chamberí. Misión cumplida.

Como veis, estábamos muy motivados para ganar ese partido: desde el principio dijimos que la selección había estado mal hecha y que éramos un equipo mejor, pero teníamos que demostrarlo. ¿No era legítimo competir para conseguirlo? Como veréis, no todos pensaban así.

Era un domingo frío de marzo, algo de neblina, pero se notaba que en minutos habría un cielo azul espléndido que nos permitiría jugar un buen baloncesto. Me había costado algo dormirme, pero cuando lo hice fue de un tirón. Mi madre me despertó a las ocho:

-- Nacho, ¡arriba!, me dijiste que tenías un partido importante. ¿Te da tiempo a ir a misa de 9

-- No, mamá, tengo que estar en el Ramiro a esa hora. César es implacable, y si no llegamos una hora antes del partido, nos deja en el banquillo.

Pegué un salto en la cama y me lancé fuera. Me puse el equipo de baloncesto, metí en la bolsa una muda y un niqui para después del partido, un desayuno ligero y a la calle, andando unos veinte minutos hasta el Ramiro.

Aquel día, aunque fuera un partido importante, el más importante, no jugábamos en el campo nuevo de tableros de cristal, ese que luego sería cubierto y fuera bautizado como La Nevera. El Estudiantes Liga jugaba ese mismo domingo a las 12 y recibía al Iberia de Zaragoza en el que jugaba un magnífico jugador, Descartín, que, a final de temporada, sería fichado por el Real Madrid. Ya no se jugaba dos partidos cada fin de semana: para minimizar costes a los equipos se hicieron dos grupos: un grupo sólo catalán y el otro con los castellanos y de otras provincias. Económicamente los catalanes salían ganando: la pela es la pela y los catalanes siempre han sabido sacar ventaja de estos asuntos.

Jugaríamos, pues, en uno de los campos de fuera. Era lo mismo; como infantiles, éramos los últimos monos del club y solíamos entrenar en cualquiera de los campos que nos dejaban los mayores, por lo que ni ellos ni nosotros íbamos a extrañar cualquier campo.

A las 10 en punto, empezaba el partido. Había mucha expectación, no solamente por nuestros compañeros de Cuarto y de Quinto, sino que, además, yo creo que estaba el Internado en pleno, tanto la Resi como el Hispano. Desgraciadamente, también estaban varios miembros de la directiva. Y no me creo que estuvieran presentes para disfrutar del partido, precisamente. Aquello no empezaba bien.

A cambio, sí que fueron apareciendo por allí varios jugadores del Estudiantes Liga, los más cercanos a nosotros: José Ramón Ramos, una alegría y una motivación para Vicente, y nuestros antiguos entrenadores José María Abreu y Fernando Gómez Montes que, sin duda, estarían de nuestra parte, pues no en vano Aíto, Antonio y yo habíamos llevado la camiseta “Abreu” y la del Infantil C. Seguramente sólo podrían estar un rato, porque su partido comenzaba a las 12 y tendrían que calentar previamente.

Ligera charla inicial para recordarnos lo que habíamos entrenado esa semana. Cinco inicial: Aíto García Reneses, Vicente Ramos, Antonio Alcántara, Edgar Arroyo y Miguel Ibáñez. Los cometidos de cada uno, nos los sabíamos de memoria. Yo, de momento, a calentar banquillo, que hacía falta en esa mañana por el momento tan fría, pero que iba a arder en pocos instantes.

Como era normal, se llevaron la primera lucha (ahora se dice “salto entre dos”) y nos hicieron su primera barrabasada ensayada: Ceballos palmea con facilidad largo hacia nuestro campo y uno de los Prieto se ha adelantado, recibe y encesta. Esos trucos eran muy de Paco Hernández, como lo de los palomeros, pero se nos escapó el haberlo comentado. Pero, truco por truco, en el primero de nuestros ataques Vicente amaga pase a Aito, otro Prieto o el mismo (¿quién puede saberlo si son iguales?) sale a cortarlo y Aíto se cuela, recibe en carrera y hace una de sus típicas entradas. Empate.

El partido entero fue vibrante y brillante, jugado de poder a poder, no nos iba en ello la vida pero sí la honra, la pelea echaba chispas.

César, muy atento, observó enseguida un fallo de planteamiento. Antonio estaba en su típica ala derecha y Edgar en la izquierda, pero como Jaime Moreno defendía en el lado de Antonio, tardaba mucho en poder tomar su defensa, lo que le costó una temprana falta personal. El partido iba igualado y Antonio acababa de encestar pero César le sustituyó por Carlos Siljeström y, según me ha contado, se mosqueó bastante. ¿Tal vez César trataba de contemporizar? Yo, la verdad, vi solamente la necesidad de cambiar de lado a Edgar, para que se pegara a Jaime tras los rebotes, sacando al ala que normalmente jugaba en la izquierda. Aparte de todo, César movió bastante el banquillo para irnos dando descansos y muy pronto Antonio volvía a estar en la cancha en lugar de Carlos. Pensar que César nos iba a traicionar era impensable para mí, sobre todo después de lo que hablamos.

Edgar cometió su segunda falta y me llamó para sustituirlo con gran alegría por mi parte. Me dispuse a darlo todo. Tiempo muerto con el partido empatado pero Jaime tenía que lanzar dos tiros libres.

-- Chicos, cambiamos a zona 2-3 pero, en el segundo ataque de ellos, Aíto tu ordenas el cambio a 1-3-1 y viceversa, a ver si los desconcertamos un poquito – y Aíto asintió: sabía muy bien lo que tenía que hacer.

Con los dos tiros de personal convertidos por Jaime se habían puesto por delante, lo que no ocurría desde la jugada inicial, pero, hasta el momento, ninguno había conseguido más de dos puntos de ventaja.

Y llegó la primera gran sorpresa de las varias que había de tener este partido: nos recibieron con una defensa 1-3-1, las manos arriba y muchas ganas de robar balones a poco que nos descuidáramos. Sorpresa que encajamos muy bien solamente con una voz de César:

-- ¡Aíto al poste bajo!

De inmediato, Vicente tomó el centro y Antonio y yo tomamos posición de escoltas con el pivot rotando según se movía el balón y Aíto cruzando por debajo por el lado débil de esa defensa. Una defensa, por cierto muy agresiva y adelantada, suponiendo que no íbamos a encontrar el pase al poste bajo.

Esta fase supuso la demostración del jugador completo que llevaba dentro Aíto y también que nosotros éramos muy buenos pasadores: Aíto recibía balones una y otra vez con la posición tomada y, señores, nunca habréis visto un jugador con tan poco altura que sacara mejor provecho de esa situación porque todas acababan o en canasta o en tiros libres, o en ambas cosas. Obligados a tapar el poste bajo, a cambio dejaron espacio para que nuestros excelentes tiradores, léase Antonio Alcántara y Carlos Siljeström, consiguieran varias canastas muy importantes. Vicente movía el balón con sabiduría de veterano y yo le puse tres o cuatro golosos balones a Aíto.

En defensa, dado que no tuvieron ni una sola ocasión de contraataque, nos permitió defender nuestra zona rotativa desconcertante. Y les desconcertó al principio pero eran un equipo formidable y tanto Emilio como Jaime sacaron a relucir sus mejores esencias. Con todo, les impedíamos las penetraciones y en el tiro exterior no eran tan eficaces. Para colmo, en un despiste de sus defensas atrapé un balón que me valió irme hacia canasta en solitario y conseguir mis primeros dos puntos.

El resultado fue que llegamos al descanso ganando por 19 a 16 y sembrando de inquietud a algunas personas importantes que nos estaban viendo. Tanta inquietud tenían que César no pudo darnos su charla de los descansos, comentando fortalezas y debilidades y ordenando la estrategia para la segunda parte.

 -- Vaya rollo –comentó Vicente—le están lavando el cerebro. -- Sea como sea –intervine—nosotros no nos rendimos. Que nos ganen, si pueden, en el campo.

Como César no llegaba, salimos al campo. Antes fui a la cantina de Pedro a por una botella de agua y de allí salían algunos importantes señores que no pienso nombrar, muy excitados y con cara de pocos amigos.

--Éste es capaz de dejarnos sin título –alcancé a oír y me sonreí pensando que aunque “éste” se pusiera de su parte, nosotros ya no aflojaríamos un ápice, lo tenían claro. Pero César era un campeón incapaz de dejarse ganar y menos aún de dejar al equipo en la estacada.

En el campo nos esperaba César, muy tranquilo aunque con el ceño fruncido: estaba enfadado, lo que me alegró no sabéis cómo.

-- Bueno chicos, no hay mucho tiempo. Habéis estado increíbles, tanto en ataque como en defensa. Mi conclusión es que ya no se van a atrever a defender 1-3-1 porque la habéis atacado como si fuerais profesionales.

Y añadió

-- Para la segunda parte, saldrán como al principio y nosotros también. Edgar atacando a la derecha y Antonio por la izquierda, con Aíto y Vicente moviendo balón y dirigiendo los bloqueos. Una cosa más: Edgar, ni te preocupes de las faltas, lo importante es que Jaime no entre en racha y tu te encargarás de ello, y si te expulsan por 5 personales ya hemos visto que tenemos buenas alternativas. Tú en cambio, Miguel – dirigiéndose a nuestro pívot Miguel Ibáñez—sí que tienes que tener cuidado porque no tienes sustituto, pero ni hablar de arrugarte, ¿eh?

Y es que nuestro otro pívot, Sepúlveda, estaba lesionado, aunque a pesar de ello estaba en el banquillo por si acaso y deseando intervenir a pesar de la lesión. Como veréis, no hizo falta que interviniera.

-- Por cierto, no permitáis que nos hagan esa estúpida jugada de la lucha inicial, que parecéis las ursulinas de Valladolid –que era su frase favorita cuando nos veía poco intensos.

Mensaje recibido. Lo intentaron, no creáis, pero no les salió, sino que Vicente, muy atento, robó el pase y conseguimos la primera posesión.

Nuevamente, un partido disputadísimo y lleno de detalles de gran clase por parte de unos y otros, pero no nos dejábamos acortar distancias. Yo en el banquillo, emocionado y con unas ganas locas de saltar al campo.

Entonces, ya cerca de la mitad del segundo tiempo, se produjo la gran bronca de la que, afortunadamente, no se enteró todo el mundo. Pero yo fui testigo privilegiado porque, en ese momento, César me había llamado a su lado para darme instrucciones antes de reincorporarme al juego.

Un importante señor al que por supuesto no nombraré, aunque sólo sea por eso de que “se dice el pecado, pero no el pecador” y no voy a ensuciar el nombre del club que más quiero, se dirigió muy airado a César, aunque en voz queda, casi en un susurro lleno de mala baba:

-- Pero ¿quieres parar de una puta vez?¿quieres decírselo a tus chicos?

-- Eso no lo haré jamás, ¿crees que tengo los santos huevos de decepcionar a mis jugadores?¿de quitarles su ilusión? – contestó con la misma voz baja y, a continuación, gritando al tiempo que daba un fuerte golpe en la mesa de anotadores…-- ¡Tiempo muerto! ¿Y sabes lo que te digo?¡Este partido lo vamos a ganar! – y lo dejó boquiabierto y sin saber qué decir. Yo creo que esto último sí que lo oyó todo el mundo.

Tiene gracia, por primera vez, creo, se empleaba ese grito-arenga que tanto ha empleado después la claque de Estudiantes: ¡¡¡ESTE PARTIDO LO VAMOS A GANAR!!!

Salí al campo por la quinta falta cometida por Edgar, tras un gran partida, le reemplacé y volvimos a las posiciones de defensa alternativa del primer tiempo. Desgraciadamente, en un descuido tonto, Ibáñez cometió una dudosa falta a Paco Castanyer. , la protestó airado y le señalaron una técnica que le llevó a su quinta falta. Desolación. Era buen tirador de personales y Jaime se encargó de convertir los dos tiros de la técnica y saque de banda para ellos, tras el que Emilio consiguió una canasta estratosférica muy típica de él.

El resultado fue calamitoso: seis puntos seguidos les daban una ventaja de tres: 29-26 y 6 minutos por delante.

En el baloncesto actual de la ACB 6 minutos es un mundo, y no digamos en la NBA, pero en la Liga de Infantiles de la temporada 1960-61, remontar tres puntos a un señor equipo en menos de seis minutos era harto difícil. Y teníamos que hacerlo sin pívots.

Nuevo tiempo muerto de César, que fue advertido por la mesa de que era el último que podía pedir. Lo que nos dijo nos dejó con la boca abierta:

-- Chicos, en defensa nuestra zona habitual. Sabemos que se dedicarán a meter balones al pívot, así que Aíto en la posición de pívot, siempre delante del que saquen ellos, que será Ceballos para aprovechar su mayor altura ¡que no reciba! Y si recibe le hacemos falta, que tiene un porcentaje muy bajo. Pero si se le ocurre bajar el balón o botarlo, ese balón tiene que ser nuestro.

Lo bueno vino a continuación, una idea genial que, si la hubiera realizado un equipo de campanillas, sería recordada por muchos años.

-- En ataque –dijo César—Aíto y Nacho arriba, Antonio y Carlos a sus alas. ¡¡¡Y Vicente se pone de pívot!!! Vamos a meter balones a Vicente quien se los va a jugar con su pívot, y si es Ceballos, tanto mejor. Vicente, ¡diviértete!

Y Vicente se divirtió y demostró a todo el mundo el jugadorazo que llevaba dentro y que le llevaría a ser uno de los mejores jugadores que ha conocido el baloncesto español de todos los tiempos, en el Estudiantes, en el Real Madrid y en la Selección Española.

Y lo demostró volviendo literalmente loco a Ceballos: por arriba bombeando el balón, ¡canasta!; finta y a volar y me cuelo por debajo, ¡canasta! Así hasta tres seguidas. Para rematar la faena, volvimos a asistir a Vicente y se lanzaron todos encima; Vicente se zafó y sacó el balón a la esquina, donde Antonio, libre de marca, puso la guinda con una de sus típicas canastas que ahora valdrían por tres.

En defensa, Aíto demostró nuevamente su calidad de jugador total porque sin hacer ni una sola falta impidió que recibiera su pivot. No obstante, Jaime nos castigó bastante pero, para su desesperación, sus suspensiones y ganchos no acababan de funcionar del todo.

Habíamos conseguido la remontada y ganábamos por un punto para admiración de un público estupefacto y consternación de una minoría partidista. Pero nadie se podía creer lo que estaba viendo: que un jugador de 1,60 ganara la partida, en la posición de pívot, a un gigante de 1,90.

Quedaban 12 segundos y aún tenían la oportunidad de ganar el partido. Paco Hernández pidió su último tiempo muerto, lo que vino muy bien a César para darnos instrucciones para la última jugada, que también fue sorprendente:

-- Lo que van a hacer es subir el balón con rapidez para dar el balón a Jaime Moreno que se la jugará como pueda. Por tanto, nosotros salimos en pressing, lo último que se van a esperar. Frenamos su subida sin faltas, por favor, y ganamos segundos. Si se ponen nerviosos tirarán de cualquier manera. Si Jaime recibe que no tire salvo que sea fuera de posición: y si alguien recibe debajo del aro, se hace falta: prefiero que nos la juguemos a tiros libres. ¿Entendido?

César siempre fue todo un ejemplo de buen entrenador y repito que algún día os hablaré de él porque, en pro de conseguir todo un equipo, hizo cosas, incluso fuera del Ramiro, realmente excepcionales.

Su sabia estrategia para el final, dio frutos inmediatos. Sacaron de banda y nos echamos encima. No se lo esperaban y conseguí robar el balón, me fui como una flecha hacia canasta; en realidad, no quería encestar, sino simularlo e ir hacia la esquina a ganar los segundos que quedaban: si me ponían un gorro, puede que todo se hubiera perdido. No obstante, el mismo Prieto al que arrebaté el balón me agarró por detrás. ¡Personal! Y sólo quedaban 6 segundos.

Si conseguía convertir los dos tiros, habíamos ganado porque, para su desgracia (esta vez no la de Antonio), aún no estaban en vigor los triples: todas las canastas en juego valían dos puntos y, por tanto, tres puntos de ventaja valían el partido.

 Y así fue. Se acabó. Si yo era bueno en algo, era desde la personal. 36-33. ¡¡Habíamos ganado!!

Nos abrazábamos alborozados y corríamos también a consolar a nuestros rivales, que además eran compañeros y amigos. Estaban hundidos como es lógico.

Fuimos a buscar a César y lo encontramos siendo amenazado:

— ¡Te acordarás de esto!

César no pudo más y abandonó el campo y el Ramiro ......

Stop! No quiero seguir porque fue muy triste lo que ocurrió, y fue muy injusto y fue muy vergonzoso, aunque puede que haya alguien todavía que censure nuestra conducta y la de nuestro entrenador. Si lo hay, que se lo haga mirar.

Solamente, para terminar, rendir mi emocionado homenaje a los jugadores, vencedores y vencidos, que protagonizaron aquel extraordinario partido, y a uno de los entrenadores, el mejor que yo haya tenido nunca: César González-Ruano y Navascués.

De los jugadores, decir que Vicente Ramos, Aíto García Reneses y Antonio Alcántara seguirían un año más de Infantiles, esta vez en el “A”, donde se juntaron con los compañeros de curso de Vicente, los Frade, Bufalá, Juan Rosas y Pablo Bergia, entre otros. Yo me quedé solo porque pasaba a juveniles: la regla era entonces la de que los infantiles llegaban hasta el año escolar en el que se cumplían los 16 años. Como Antonio y Aíto cumplen años en Octubre y Diciembre respectivamente, aún les quedaba un año en infantiles.

Al año siguiente se plantaron directamente en el Juvenil A Aíto y Vicente que, junto a Jaime Moreno Rexach y Emilio Segura formarían, para mí, el mejor equipo de juveniles de la historia del baloncesto español, consiguiendo en Zaragoza el Campeonato de España y siendo Jaime Moreno nombrado “Mejor Jugador del Torneo”. A continuación, ese mismo mes de mayo, se les ofreció contrato para incorporarse de inmediato a la plantilla del Estudiantes Liga Nacional y todos fueron a Lugo, donde se celebraba la Copa de España que yo tuve el placer de disfrutar, sobre todo la gran paliza infringida al Real Madrid en el partido por el tercer y cuarto puesto: 114-62.

¿Todos pasaron al primer equipo?

Pues no, no todos, porque, ante la sorpresa general, Jaime Moreno Rexach, ese fantástico jugador, compañero y amigo, que acababa de ser nombrado el mejor jugador juvenil de España, rechazó la oferta de Estudiantes y comunicó su vocación religiosa y su incorporación inmediata al Noviciado de la Compañía de Jesús en Aranjuez. Reconozcamos que “la Compañía” era el mejor destino de tan gran guerrero.

En cuanto a mí, ya está bien lo hablado hasta ahora, que no hay que cansar al personal. Abrazos a todos de

Nacho Niharra



 

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