...POR NACHO NIHARRA. Promoción de 1963
Uno de los placeres del Ramiro para mi cuerpo y para
mi espíritu es el baloncesto. Yo ya había empezado a hacer algún pinito en la
Fundación, y solía ver los partidos de baloncesto que, de la mano de don Ramón,
el capellán, habían formado los antiguos alumnos. Allí brillaban dos hermanos,
Luis y Fernando Uriarte, que eran bastante buenos o a mi me lo parecían en un
principio, Pero entonces, un día, cuando aún tenía 9 años y aún estaba en la
Prepa, mi hermano Carlos, que ya estaba en el Instituto, en 3º de Bachillerato,
nos contó que ese sábado jugaba el Estudiantes un partido muy importante contra
el Real Madrid.
-- Llévame, por favor --le supliqué
-- Si papá te deja, te llevo conmigo
Y me dejó.
Era un partido muy importante: el partido de vuelta de
la final de la Copa de Castilla que se jugaba contra los millonarios del Real
Madrid. Yo era madridista del equipo de fútbol, aunque no socio porque era un
gasto que ni se me ocurría plantear a mis padres. El Real Madrid de fútbol
había conseguido fichar a un jugador argentino, de Buenos Aires para más señas,
y que jugaba en el Millonarios de Bogotá: se llamaba Alfredo Di Stefano; ya le
había visto jugar en un partido amistoso contra el Alicante, el primer partido
en que yo veía al Real Madrid y a Di Stefano; todo el mundo decía que con él,
el equipo sería invencible. Y lo estaba siendo: hacía unos pocos meses, el Real
Madrid se había proclamado campeón de la primera Copa de Europa contra el Stade
de Reims en el Parque de los Príncipes de París. Una gran victoria por 4 a 3
que yo escuché emocionado narrar a Matías Prats sentado en el respaldo de una
silla, apoyado en la pared y con mi oreja muy cerca del aparato de radio.
Lo que poca gente sabe es que, en esa primera Copa de
Europa, inventada y organizada por el periódico francés L’Equipe, no estaba
pensado que participara el Real Madrid. Los organizadores pensaron en primer
lugar en el Barcelona, vaya usted a saber por qué, seguramente porque tenían a
Kubala y otros húngaros huidos de la ocupación soviética de su país, y los
futbolistas de la gran selección de Hungría tenían mucho prestigio
internacional, incluso más que Di Stefano en aquel momento. Pero el club
blaugrana declinó la invitación prefiriendo participar en la Copa de Ferias.
Una decisión lamentable para ellos porque el Real Madrid ganó esa Copa y muchas
más y se convirtió en el referente del fútbol en todo el mundo, para bochorno
de los dirigentes del Barça que, por otra parte, tenía una formidable
plantilla.
Pero lo que
yo no sabía era que el Real Madrid
tuviera un equipo de baloncesto. Lo tenía y con americanos y todo, aunque en un
principio no eran de Estados Unidos, sino que habían fichado a Wilo Galíndez y
Freddy Borrás, procedentes ambos de Puerto Rico. Luego llegaría el fenómeno
Johnny Báez, también de Puerto Rico, pero en el partido del que os hablo, el
primer partido de baloncesto de altura que yo veía en mi vida, jugaban Galíndez
y Borrás junto a un tercero que creo recordar se llamaba Deliz, pero era
bastante inferior a los dos primeros.
Tampoco sabía que el Estudiantes era tan bueno como
para enfrentarse a los mejores de España. Sabía que don Antonio era un gran
entusiasta del baloncesto y luchó por implantar en el Ramiro ese deporte. De
hecho, don Antonio fundó el Estudiantes en 1947 y fue su primer Presidente y
aunque el fútbol se imponía con claridad en España y en la parte de arriba del
Ramiro teníamos un gran campo de fútbol y había un profesor de Educación
Física, don Pepín Fernández, que, según él mismo contaba “había jugado en el
Real Madrid”, lo que se iba imponiendo en el Ramiro cada vez con mayor fuerza
era el baloncesto, y las canastas, al principio aisladas, se fueron
multiplicando.
Aquel día, me emocionaron los chicos del Estudiantes
por los que nadie apostaba un duro, a pesar de que habían dado la gran sorpresa
y, en el primer partido, habían ganado al Real Madrid por un punto en el
Frontón Fiesta Alegre. Era el segundo partido, en el magnífico campo de cemento
construido con mucho esfuerzo y la aportación económica de muchos profesores y
padres de alumnos, y que estaba situado justo enfrente del patio de columnas.
El base, Rafael Laborde para mi fue la estrella de
aquel partido; con el número 7 en su camiseta, número que ha sido el más típico
de los bases de Estudiantes de siempre y que han llevado, además de Laborde,
Jesús Codina y Aíto García Reneses, mi compañero de clase y mi amigo. Laborde
controlaba el juego con una personalidad y destreza extraordinarias, moviendo
el balón de lado a lado buscando siempre, y encontrando, las debilidades de la
defensa contraria. Pero no olvidemos que Antonio Díaz Miguel jugaba de pivot,
poca estatura para ese puesto pero mucha clase, en las alas el pájaro
Salaverría (volaba en las entradas a canasta y era imparable) y José María
Abreu, mi primer maestro de baloncesto, con un tiro de media distancia
impresionante; y también el primero de los hermanos Mimoun, que eran alumnos
marroquíes que residían en el Internado Hispano-Marroquí, en el mismo edificio
que un día ocupara la Residencia Institución Libre de Estudiantes que albergó a
García Lorca, Dalí o Buñuel, entre muchos otros ilustres intelectuales y
artistas.
A pesar de los Galíndez y Borrás, jugadores
ciertamente profesionales frente a los jóvenes estudiantes del Ramiro, nuestro
equipo se impuso por 66 a 62 y ganó su primera Copa de Castilla. Todo ello era
anterior a la creación de la Liga Nacional de Baloncesto, en la que
Estudiantes, junto al Real Madrid, representó siempre a Castilla, desde su
instauración.
Motivados por lo que habíamos visto, fuimos muchos los
alumnos que nos fuimos incorporando a los equipos de la cantera de Estudiantes.
En mi caso, fue José María Abreu quien se acercó un
día por nuestra clase y nos propuso jugar al baloncesto. En un principio nos
apuntamos muchos, casi toda la clase y, en cada recreo, Abreu nos pintaba en el
suelo unas huellas de pies para que fuéramos capaces de entrar a canasta dando
los pasos correctamente: esa fue la primera lección. Nos pasamos meses haciendo
la rueda típica de calentamiento, con bote o sin él, y solamente tirando a
canasta desde debajo de la cesta.
Algunos de nosotros, yo mismo, éramos también del
equipo de fútbol de la clase. Pero, aunque jugaba bien al fútbol, poco a poco
me iba conquistando el baloncesto, cada día más, con una pasión tal que estaba
dispuesto a cualquier cosa con tal de poder jugar al baloncesto. Al final, se
fue decantando el que sería primer equipo de baloncesto de la clase y que tuvo
por nombre “Abreu”. Una mañana en que jugaba el Estudiantes, Abreu nos hizo
salir uniformados a la cancha donde iban a jugar los mayores y nos dimos el
gustazo de hacer una rueda delante de todo el público. Aquello fue impactante:
ver a un grupo de críos que apenas llegaban a la canasta con aquellos balones
de badana y tirando a las canastas de los mayores, porque en aquella época no
existía el minibasquet y sus canastas a medida.
José María Abreu creó una afición imparable. En
nuestro curso, cada clase, y eran 5 clases: A, B, C, D y E tenían su equipo de
baloncesto, con lo que el baloncesto se convirtió definitivamente en el deporte
insignia del Ramiro y, año a año, los equipos de Estudiantes copaban las
cabeceras de los campeonatos de infantiles y juveniles de Castilla, con
rivales, eso sí, también poderosos como el Ateneo Politécnico, el Real Madrid,
el Canoe o el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios. Y luego, empezó a ser
habitual que fuera el Estudiantes uno de los dos representantes de Castilla en
los Campeonatos de España de las diferentes categorías.
Cuando poco después se realizó la primera selección de
jugadores de nuestro curso para formar parte del primer Infantil de nuestra
edad, yo fui uno de los elegidos para formar el Infantil C, entrenado por
Fernando Montes (en realidad era Fernando Gómez Montes, como una vez nos
recordó su padre, enfadado porque nadie nombraba su apellido). Fernando Montes
era compañero de mi hermano Carlos y estaba en el Estudiantes de Liga Nacional,
No era una figura dentro de ese equipo, pero ya era mucho llegar al equipo
estrella. Fernando nos ayudó mucho a crecer como jugadores, trabajando mucho en
nuestros fundamentos del juego: bote y entrada a canasta con mano izquierda y
derecha, bloqueos directos e indirectos, pases de todas las formas posibles:
por alto, al pecho, picado; salidas al contraataque, triángulo de rebote, etc,
etc. Al final, íbamos siendo un buen equipo que jugaba buen baloncesto aunque,
dado que éramos los más pequeños en edad de los infantiles, los equipos
estrella nos acababan ganando, pero no sin antes padecer lo indecible para despegarse
en el marcador. Estábamos en ese primer equipo Aíto García Reneses, Antonio
Alcántara. Liborio Hierro, Pedro Ceballos, José María García Rosales, Carlos
Silgeström, César Guedes, que era nuestro “extranjero”, pues era venezolano de
nacionalidad, Emilio Segura, Jaime Moreno, los hermanos mellizos Antonio y
Gonzalo Prieto, Paco Castanyer y yo mismo.
Nuestro mayor logro fue el de quedar por encima del
Infantil B en las dos competiciones en las que participamos. El B y el A , lo
formaban compañeros de un curso superior que estaban en última año de
infantiles. Que pudiéramos ganar a los del curso superior era algo que no
entraba en los cálculos de nadie, pero la verdad es que nuestro equipo era muy
superior técnicamente y al B le ganamos todas las veces. No así al A, entrenado
por César González Ruano, y en el que jugaba como base un excelente Antonio
Calderón, pero en uno de los partidos les tuvimos contra las cuerdas, aunque
finalmente su mayor físico nos venció.
Hicimos una gran temporada y ya se empezaron a
decantar algunas de las personalidades que en un futuro próximo irían a
destacar en el mundo del baloncesto nacional.
De mis compañeros, había algunos muy destacados. Por
ejemplo, Antonio Alcántara tenía un tiro infalible desde la esquina. Siempre he
dicho que si en aquella época hubieran existido los triples, nosotros
difícilmente hubiéramos sido batidos y Antonio habría sido sin duda el máximo
anotador: las metía todas. Su problema era físico; no es que fuera bajo, pero
tampoco alto y además no tenía gran corpulencia con lo que cuando, como ocurrió, empezaron a elegir a los jugadores
más por su envergadura y corpulencia que por otras virtudes, Antonio, como yo
mismo, nos quedamos atrás. En el caso de Antonio, perdieron un gran tirador.
Posteriormente, “el Nino” Buscató, un grandísimo jugador catalán, demostró a
todos cómo se puede ser un jugador extraordinario con un físico nada
espectacular.
Silgeström era hijo de una de las mayores autoridades
suecas en España. Y también tenía un tiro espeluznante y además era muy fuerte.
Pero pronto lo perdimos porque su familia lo envió a estudiar inglés en los
Estados Unidos.
Pedro Ceballos era muy alto, cerca del 1,90 siendo aún
infantil. Aunque no era muy hábil, su altura le hacía imprescindible para coger
rebotes. Y Castanyer era un catalán alto y potente que sabía colocar muy bien
su envergadura para capturar rebotes.
Los demás éramos buenos jugadores pero sin especiales
características que destacaran. Teníamos todos, como dije, buenos fundamentos,
y nos sabíamos bien los principales ataques y las defensas zonales más comunes.
Dejo para el final a una figura estelar de nuestro
baloncesto, que es la de don Alejandro José García Reneses, “Aíto”. Al
principio, no tenía grandes habilidades para este deporte, pero había nacido
para él y le dedicó horas y horas hasta adquirir unos fundamentos perfectos.
Tenía el baloncesto en sus genes y, cuando terminaban las clases, incluso
cuando terminábamos nuestros propios entrenamientos, allá sobre las 8 de la
tarde, él se quedaba a ver entrenar a los juveniles y hasta algunas veces a los
mayores, lo que le supuso grandes broncas en casa. Pero no importaba, porque,
desde los 11 años, él tenía claro que se iba a dedicar al baloncesto. Sí, haría
caso a sus padres e iniciaría alguna carrera universitaria que no sé si llegó a
terminar, pero él, sin ser un jugador estrella, fue campeón de España de
Juveniles, miembro de la Selección Española de Juveniles y llegó al primer
equipo del Estudiantes cuando tenía 16 años.
En realidad, Aíto quería ser el mejor entrenador del
mundo y ya desde nuestro Infantil C, cuando por alguna razón faltaba nuestro
entrenador, él era quien asumía esa tarea y os aseguro que lo hacía tan bien
como Fernando, y eso que Fernando era muy bueno. Ya todos sabéis que no ha
habido en España mejor entrenador que Aíto García Reneses, hoy lo sigue siendo.
Así pues, mi equipo de baloncesto era mi mayor
orgullo, como también lo era el propio Ramiro y todos mis compañeros sin casi
excepciones.
Gracias Nacho. Yo fui ajeno a todo esto. Era malo en baloncesto y por tanto no estaba en ningún equipo y no sentía ningunas especial atracción por este deporte. Sin embargo es agradable leer tus memorias y constatar que para ti y otros cuantos fue algo de singular importancia. A mí me daba envidia Vicente Ramos, compañero de pupitre muchos cursos, por lo bien que jugaba. Algo imposible para mi.
ResponderEliminarYo, en cambio, envidiaba la cabeza y las notas de otros. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta igualarme intelectualmente a los que eran mejores que yo. Gracias a ese reconocimiento humilde de la mayor calidad intelectual de otros pude, con el tiempo, llegar a parecerme a ellos. Abrazos a todos, especialmente los que me ayudasteis a ser mejor, entonces y ahora.
EliminarBuena memoria y buenos recuerdos, lo que cuentas me hace rememorar pasajes de mi paso por experiencias similares, y me ha venido bien para traerte al primer plano de mi memoria después de años si verte.
ResponderEliminarDe lo que dices coincido completamente en las apreciaciones que haces sobre Aito, yo como de jugador valía poco, desde pronto saqué el título y empecé a entrenar, y todos los que empezábamos a hacer pinitos intentando enseñar a los más pequeños creo que coincidíamos en fijarnos en lo que hacía Aito, que creaba escuela como entrenador; nunca se me olvidará como defendía y como enseñaba a defender.
Un abrazo,
Francisco González García
¡Y Abreu!
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