...Por Kurt Schleicher
Don Fulgencio y D. Elías
se encuentran en Madrid. Ya no están en los años jóvenes, pero ambos presumen
de no se sabe qué, pero presumen. ¡Y eso que los dos no pueden ser más diferentes!
D. Fulgencio es un setentón orondo, ojos caídos, nariz colorada, faz sonriente,
optimista por naturaleza, bonachón y algo bajito. D Elías es también un setentón,
pero ahí se terminan las concomitancias; alto, serio, pálido con ribetes
amarillentos, enjuto, pesimista y cara de mala leche perpetua. Ambos se han
quedado anclados en el siglo pasado, y ni siquiera se tutean.
—¡Feliz Navidad, D. Elías! — saludó ceremonioso Don Fulgencio, al
cruzarse en la calle con su amigo.
—No diga usted sandeces, D Fulgencio — replicó D. Elías, apoyado en
su bastón con sus largas piernas abiertas y mirando despreciativo a su orondo
oponente.
D. Fulgencio enarcó sus pobladas cejas y miró con asombro a su poco
amable amigo, sorprendido por la respuesta.
—¿Se encuentra usted mal, D. Elías?
—Estoy perfectamente, pero es que me revientan las estupideces y
sobre todo cuando no se sabe ni lo que se dice — D. Elías le sigue mirando con
superioridad y no sólo por su mayor estatura — Navidad no es más que una
estúpida contracción de natividad, celebrando un hecho que nadie sabe si
ocurrió realmente el 25 de diciembre; eso es una invención de los curas… En el
futuro no tiene ningún sentido que sigamos con esas tontadas que no aportan
nada, y además el futuro es tan incierto que tampoco merece la pena perder el
tiempo pensando en él.
—Bueno, pero la gente lo celebra y es más feliz en estos días…
—¡No me diga! ¿Y sabe usted realmente qué es ser feliz?
—Pues claro; estar contento, sentir felicidad y todo eso…
D. Elías frunció el ceño y bajó todavía más la comisura de sus
labios, ya muy bajos de por sí.
—Es usted un inculto y sigue sin saber lo que dice.
—Pe… pero ¡es verdad! — protestó D. Fulgencio.
—Bah, gilipolleces, hombre. Mire usted y aprenda: la felicidad no
es más que un “chute” de un cóctel de hormonas que se origina en la corteza pre-frontal
de nuestro cerebro.
—¿Un cóctel de hormonas? Eso suena asqueroso…
—En realidad son neurotransmisores. Se trata de endorfinas, en
conjunto con la serotonina, la oxitocina y la dopamina, que también lo son.
—Me sigue sonando asqueroso; ¿todo eso junto produce según usted la
felicidad?
—Pues claro, mi inculto amigo; nuestro cuerpo y nuestros
sentimientos no son más que pura química.
—Entonces, ¿la felicidad es como estar drogados?
—En cierta forma así es… comprenda que me resulta desagradable que
se desee a alguien que esté drogado.
D. Fulgencio se estaba sintiendo muy inquieto; ¿y si todo eso que
le contaba D. Elías fuera verdad? Ya no podría ser capaz de seguir deseando
Feliz Navidad a nadie…
—Bueno, D. Elías, ya que es usted tan listo, ¿qué es la serotonina
ésa?
D. Elías puso cara de cansancio.
—Ya le he dicho que es un neurotransmisor; se produce por la
conversión química del triptófano, aminoácido esencial del cuerpo humano.
—Usted debe tener mucho de eso, ¿verdad? Como es usted tan
aminoácido…
D. Elías no hizo caso de la indirecta.
—Sepa usted que el nivel de serotonina aumenta comiendo huevos,
lácteos y nueces, que yo ya procuro tomar con regularidad.
—O sea, que comiendo huevos se es más feliz, ¿no? Manda huevos, D.
Elías…
—Es usted bastante imbécil, D. Fulgencio — D. Elías se dio cuenta
que el otro le estaba tomando el pelo.
—Y usted pretende que comulgue con ruedas de molino. ¡La felicidad
por huevos! Se dice que aumentan el colesterol, lo que a su vez pudiera
producir un infarto, así que, muy felices, pero al hoyo tras un ataque al
corazón…
—Otra falacia, D. Fulgencio; es mentira que los huevos provoquen
infartos. Lo que los produce es estar tan asquerosamente gordo como lo está usted.
Don Fulgencio decidió que sería mejor pasar por alto el comentario,
pues en el hecho en sí llevaba cierta razón, pero se juró que se la devolvería
con creces.
—Así que, según usted, es una estupidez desear Feliz Navidad porque
la felicidad es igual que estar drogado y la Navidad es una mentira en sí misma
¿no es así? — resumió D. Fulgencio.
—Vaya, milagro, veo que ha sido usted capaz de captarlo en medio de
su estulticia.
—Y usted, ¿es feliz, D. Elías? ¿Cómo va a pasar la Navidad?
—¿Yo? Yo no necesito tonterías de ésas; estoy por encima de todas
ellas. En cuanto a la Navidad, la pasaré solo; recuerde que desprecio estas
fiestas que para mí no significan nada.
—Pero por otra parte, me ha dicho usted que procura comer aquello
que le sube el nivel de serotonina: ¿para qué lo hace entonces?
—Hombre, si no hiciera algo para sentirme bien, sería idiota, ¿no?
—Pues tiene usted una cara tan pálida y amarilla que tiene una
pinta de enfermo tal que no se la salta
un gitano.
—Pues usted, tan colorao, le debe dar mucho al frasco, ¿eh?
—Pues lo prefiero a tener una cara de amargao como la suya, D.
Elías…— D. Fulgencio sacó su móvil del bolsillo — déjeme que mire a ver qué
dice Google de cómo se comportan las personas felices.
D. Elías se sorprendió de la reacción de su contrincante,
pillándole su iniciativa por sorpresa.
— Veamos — D. Fulgencio adoptó un aire docto — Aquí dice que “las
personas felices dedican mucho tiempo a su familia, a sus amigos, a fortalecer
las relaciones sociales y además saben cómo disfrutarlas”. Usted, cero sobre
cero, ¿eh? Espere, que hay más: “Se sienten cómodas expresando su gratitud por
todo lo que tienen”; usted, todo lo contrario, desprecia al que cree que no es
tan docto y listo como usted se cree, ¿verdad?
D. Elías estaba cogiendo un color cada vez más pálido, y D.
Fulgencio tampoco le dejó tiempo para reaccionar, siguiendo con su retahíla.
—Sigo: “Les encanta ayudar a todo el mundo y nunca desprecian a
nadie ni sienten envidia”. Pues anda que usted… Espere, espere, que hay más:
“son optimistas al imaginar su futuro”… déjeme que me ría; es usted la
antítesis del optimista. Y aún más: “Saben saborear los placeres de la vida” y
“se conforman con vivir el presente” Usted debe tener atrofiado el sentido del
gusto, ¿verdad?
D. Elías parecía haber decrecido un par de centímetros, a la vez
que su rostro se ponía cerúleo.
—¡Ya le he dicho que no necesito nada de eso!
—Sí, ya me ha dicho usted muy claramente que no quiere una Feliz
Navidad. ¿Qué es lo que quiere usted entonces? Todo el mundo quiere ser feliz,
cuanto más mejor; será que usted es un bicho, y además un bicho raro…
—Ya le he dicho que eso de la felicidad no es más que química;
cuando lo necesito, ya sé cómo echar mano de mis hormonas y neurotransmisores,
de forma que no necesito nada más, ni familia, ni amigos y desprecio a los que
como usted dilapidan su tiempo con tanta relación social sin sustancia…
—¿Ah, sí? — soltó sorpresivamente D. Fulgencio — no tiene usted ni
idea, D. Elías. Casualmente leí el otro día algo sobre la oxitocina, pero no lo
relacioné con la felicidad. A ver qué dice Google.
D. Fulgencio leyó en voz alta:
Oxitocina:
“Está muy relacionada con todos
los lazos afectivos, entre amantes, los que nos unen a nuestros amigos, etc.”
Se la conoce también como la “hormona del amor”, del amor por autonomasia, y
explica científicamente todas las sensaciones que tienen que ver con el amor”.
Cómo subir los niveles de
oxitocina:
“Abrazando a los seres queridos”
“Las palabras de aliento, tanto si
las recibimos como si somos nosotros los que apoyamos a los demás”
“El ser generoso y caritativo, así
como ofrecer nuestro tiempo a los demás de forma desinteresada”
—¿Lo ve usted, D. Elías? ¿Sabe lo que le digo? Que con lo que lo
estoy leyendo, se la podría llamar también “la
hormona de la Navidad”. ¿Y sabe usted por qué? Porque la Navidad,
Natividad, Weihnachten, Nadal, Christmas o como queramos llamarla, no es ni más
ni menos que eso: amor, pues lo
produce la misma hormona, según dice aquí.
Don Elías se quedó reflexionando un buen rato, mirando de reojo a
su contrario, al que por primera vez miró con respeto y como “su amigo”.
—Le propongo algo, D. Fulgencio. Véngase conmigo a mi casa y nos
pegamos un buen chute de la oxitocina esa a base de abrazos, champán, buen
humor y risas.
D. Fulgencio miraba a su amigo como si se hubiera transformado en
otra persona.
— ¿Sabe qué? — le espetó D. Elías dándole una sonora palmada en la
espalda, a la vez que se dirigía hacia su casa, empujándole hacia allí — ¡FELIZ NAVIDAD!
KS, 23 de diciembre de 2018
Muy bueno. Por cierto los cagoner con la cara de Sánchez se venden como rosquillas este año para los Belenes. Yo ya tengo el mío ¿Y tú?. FELIZ NAVIDAD Promoción 64!!!
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