martes, 27 de noviembre de 2018

AULA 64 LA EMPRESA MUNICIPAL DE TRANSPORTES (EMT)


AULA 64    26 de noviembre de 2018
Conferencia:
La Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT), “una vecchia signora”
Ponente:
Francisco Félix González García.

...Por Kurt Schleicher

    Nuestro ponente de hoy podrá tener unos apellidos corrientes, pero desde luego su curriculum no lo es; ser abogado y a la vez entrenador de baloncesto es algo que no se ve todos los días.
   Se licenció en Derecho en 1969 y pasó a la EMT en 1972 como abogado. A partir de ahí, empezó a escalar puestos asumiendo cada vez mayores responsabilidades en la compañía, pasando por Secretario general en funciones desde 1990 y durante diez años, hasta terminar como Director Adjunto a la Gerencia en 2016, año en que se jubiló tras 44 años de nada. Esto significa que se dejó parte del corazón en la EMT; la otra parte pertenece al Estudiantes, donde participó en muchas cosas y en especial como entrenador. La última transparencia de su charla decía “Que viva el Estu y que viva la EMT”; más claro, agua.










   Nos hizo una exposición de la historia de la EMT desde su nacimiento en 1947, por lo que esta compañía municipal tiene la misma edad que la mayoría de nosotros: 71 años. La cosa viene sin embargo de muchos años antes; ya en 1900 se fundó la Compañía Urbanización que pretendía rodear Madrid con un par de tranvías de los de entonces, de tracción animal, pero se quedó finalmente en seis kilómetros por donde hoy está Arturo Soria.
    En 1922 aparece el autobús, haciendo la competencia a los tranvías, pero con poco éxito en esos primeros años, lo cual no fue óbice para fundar una compañía mixta en 1934.
     Durante la Guerra Civil quedó destruido el 90% de lo que constituía el transporte madrileño y dio comienzo entonces una ardua recuperación. Por fin, en 1947 se funda la EMT. Poco después hace su aparición un tercero en discordia: el trolebús; inicialmente lo sacó una empresa privada, pero pronto fue absorbido por la EMT, que disponía así de vehículos con vías por debajo, por arriba y sin vías. El trolebús desaparecería pronto, en 1966. En este mismo año apareció el primer autobús articulado (de Pegaso).
     En cuanto a los tranvías, durarían unos cuantos años más, hasta 1972, con aquellos Fiat que nos acompañaron a muchos de nosotros para acudir al Ramiro. ¿Quién no recuerda el tranvía 61 que venía siempre atestado de pasajeros en la parada de Hnos. Bécquer, tanto que el conductor ya no abría las puertas y las forzábamos para meternos dentro, fuera como fuese?
     Ya sólo quedaban los autobuses, que empezaron a aparecer de todos los colores. Nunca mejor dicho, pues pasaron del azul inicial al rojo en 1973 y después de nuevo al azul en 2007, con el consiguiente gasto en pintura, como nos comenta Francis; “quizás aquello obedecía a razones políticas…”, nos dice.
     En 1974 se crean las líneas de autobuses nocturnos, con gran éxito. ¡Por fin se podía salir de juerga por la noche en Madrid y no tener que conducir si agarrabas una buena kurda!
     Se habían ido creando varias líneas periféricas que fueron absorbidas por la EMT, si bien hoy en día han sobrevivido unas cuantas privadas, las conocidas como “Blasa” y “El Gato”, entre otras.
     Entre 1974 y 1989 se inició la línea especial para el aeropuerto, con gran aceptación por parte de los madrileños; salía de la plaza de Colón.
     En 1987 se creó al abono de transportes y en 1990 se decidió invertir en nuevas tecnologías y en combustibles “limpios”; se apostó por el gas natural en un 70%. Sin embargo, en 2012, los primeros autobuses híbridos fueron un fracaso. El coste subía mucho, y no digamos nada el de los eléctricos; tras muchas vueltas, se compraron 20 autobuses a la compañía vasca Irízar, con buen resultado.
     Existe ya un museo de la EMT, algo impulsado por el propio Francis; lo  podremos visitar cuando queramos. Igualmente, en la antigua sede de Fuencarral se ha instalado un simulador de conducción; Francis nos ha prometido también que nos llevaría allí y pasarlo como niños que seguimos siendo, por supuesto…
   Después de toda esta historia empresarial, nos dirigimos a nuestro habitual restaurante de la Residencia de Estudiantes. Las fotos adjuntas, algunas de ellas realmente cómicas, dan fe de lo bien que lo pasamos. A lo mejor es verdad que estamos volviendo a la infancia.
  KS, 27 de noviembre de 2018















7 comentarios:

  1. El tranvía por excelencia 'del Ramiro', si la memoria no me descarrila, era el 2. El 61 paraba relativamente lejos, en Diego de León con Hermanos Bécker. El 2, además, era de los antiguos, los abiertos a popa y a proa. Eran tan pequeños que los pasajeros 'de cabina' entraban en una cierta promiscuidad con el no siempre impasible piloto del artefacto, el cual no siempre era el mismo, aunque recuerdo uno de origen sin duda extremeño que acostumbraba referirse a nosotros con algo así como '¡sus muertos tós!'. Dado que subirse al 2 cuando paraba frente a la puerta de Serrano era una especie de toma de la Bastilla, algunos de nosotros caminábamos hasta cerca de la plaza de la República Argentina, donde terminaba el trayecto y el buen tranvía se vaciaba. Gracias a eso podíamos presenciar una ceremonia entrañable, la del conductor abandonando su puesto con la manivela en la mano para trasladarse a la otra cabina, aprovechando, al tiempo, para esgrimirla en nuestra dirección con evidente prevención y notoria desconfianza. Al mismo tiempo, el cobrador desataba la cuerda que sujetaba el trole, tiraba de ella, de forma que la ruedecilla de contacto se separase de la catenaria, y tirando nuevamente daba un resguardo de 180º al tranvía, para situarse frente a la cabina contraria. Una vez allí enhebraba la ruedecilla en la catenaria, ataba la cuerda y vuelta de nuevo a empezar. El problema era que alguno, más torpe, no atinaba con la ruedecilla en el primer intento, ni en el segundo, lo cual celebrábamos abucheándole del modo más cruel, a lo cual solía él responder acordándose de nuestras madres. En fin, una ceremonia, ya lo dije, de lo más entrañable. Dios los bendiga.

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    1. Aqui hay un marinero que ha entendido perfectamente lo que es dar resguardo de 180º.
      Como se te notan las últimas escrituras navales...
      Muchos abrazos, marino!!!

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    2. Podríamos crear para Alfonso el premio "Popeye de Honor" (tuut tuut, marino soy) y así lo podría añadir a su palmarés

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  2. Ildefonso:
    Dime que recorrido hacías para ver si te puedo conseguir información adicional sobre ese tranvía.
    La ceremonia era, efectivamente, entrañable; hace no mucho la he podido rememorar en directo, pero en Oporto, en la línea turística que termina cerca del Puente de Luis I, tranvía portugués de época que nos trae recuerdos de esa liturgia y de otras.

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  3. Los tranvías de Porto se parecen mucho a los viejos de Madrid, salvo en que son cerrados (la apertura de las puertas es neumática). Por lo demás, ir en ellos es casi como volver a la niñez. En cuanto al recorrido del 2, recuerdo que comenzaba en República Argentina, bajaba por Serrano hasta López de Hoyos, ahí giraba rumbo a Hermanos Bécker y subía por Martínez Campos, luego Eloy Gonzalo, después Quevedo y de ahí seguía por Fernando el Católico hasta el GAL (de donde salían los autobuses de la ETA). Allí se celebraba la ceremonia del trole, y después el armatoste descendía por Fernández de los Ríos, cruzaba Bravo Murillo, subía por Feijóo y viraba en General Alvarez de Castro para volver a girar en Eloy Gonsalo, y desde ahí desandar el camino. Bueno, así es como lo recuerdo. Quizá no fuese del todo así, pero lo del GAL y lo de la ETA fue como lo explico. Yo me bajaba en Eloy Gonzalo con Santísima Trinidad, y desde ahí, a pata (a menudo en compañía de Cerdán) hasta casa, tras pasar delante del cine Voy y ver las carteleras de La Maja Desnuda. Que el 2 acababa cerca de Moncloa lo recuerdo porque los domingos de verano íbamos al Charco del Obrero, y los autobuses, los de la ETA, salían de allí mismo, de la fábrica del GAL, de donde por lo general brotaban aromas en verdad agradables, nada que ver con los de la fábrica Hutchinson (primer fabicante mundial de mierda) de la calle Santísima Trinidad, donde nos bajábamos del 2. Igualito, igualito, que lo que viven los actuales alumnos del Ramiro. Ellos se lo pierden.

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  4. Me gustó tu charla, Francis, porque con los vídeos que pusiste regresé a mi niñez y juventud yendo con mis padres a Rosales desde la antigua Tenencia de Alcaldía, en Alberto Aguilera semiesquina a Vallehermoso. Para mi cabeza, fueron muchos datos que me costó asimilar por mi estado, pero me resultó interesante tu paso por la empresa. No sé de dónde sacaste los vídeos; yo tengo varios del transporte antiguo madrileño. Cuando ya me iba, le dije a Paco Menchén, recordando un suceso de los que se colgaban del trole del tranvía y fue que un alumno del Ramiro, Rufino García Sánchez-Rubio, iba colgado cuando, por el frenazo del conductor al llegar a la parada del Instituto, el chaval cayó y un coche que iba detrás, le atropelló, lo cual produjo una gran conmoción en Serrano 127 ¡Enhorabuena, Francis, por tu interesante charla!

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  5. La encantadora presentación de Francis me ha zarandeado la memoria de aquellos tiempos agridulces en que abandonábamos la niñez para quedar a merced de las hormonas. En esos tiempos el transporte público urbano era determinante en nuestras pobres y humildes vidas, sobre todo si no había en la familia un coche que nos llevara de un lado para otro. De aquellos tiempos conservo una simpatía muy profunda por los trolebuses, artefactos que, al apenas hacer ruido, casi entraban en el campo de la magia, el mismo que presiden las alfombras mágicas. Recuerdo también el autobús 7, el que iba de la Red de San Luis (donde aquel muy tétrico ascensor) a Miguel Ángel y paraba frente a la biblioteca de la Embajada USA (creo recordar que fue el último en pasar a la reserva). Yo lo tomaba en la propia Red de San Luis (ya trabajaba), y si podía no me sentaba; encontraba de lo más estimulante hacer el trayecto en pie sobre la plataforma de subir y bajar, sobre todo las tardes de mucho calor, pues el fresquito de la marcha me aliviaba el agobio de la chaqueta y la corbata, lo que vestíamos los aprendices de Galerías Preciados a nuestros pobres catorce añitos. Aún así, ninguna de aquellas experiencias se podría comparar a la constatación del propósito existencial de los tranvías, que no era, como los indocumentados piensan, el llevar a la gente de un lado para otro, sino aplastar con sus ruedazas las chapas de cervezas El Águila, de forma que los chicos de la calle, tras presenciar el espachurre con la debida admiración, hacíamos a la chapa ya laminada un agujerito, le pasábamos un cordel, hacíamos un nudo y ya teníamos el instrumento necesario para lanzar el peón (o la péndola, como decían los fisnos) con ejemplar maestría. Aunque sólo fuera por eso habría merecido la pena conservar el servicio de tranvías. De haber procedido así hoy Madrid sería una ciudad tan civilizada como Berlín, Viena, Praga o Barcelona, por poner un ejemplo. Qué mala suerte ha tenido Madrid con sus alcaldes, en verdad. Y tiene.

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