...POR MANOLO RINCÓN
Dada la actualidad del tema dejo
una parte del texto que dedico a Cataluña, dentro de las Memorias que voy
escribiendo, por si algún compañero está interesado en el tema.
Mi primer contacto con Cataluña
se realizó en abril de 1.964, cuando nos dirigíamos en autobús camino de la
Costa Azul dentro del viaje de estudios del curso Preuniversitario del
“Instituto Ramiro de Maeztu”. Al entrar en tierras catalanas me sorprendió ver
un cartel en catalán, que rezaba “25 anys de Pau”.
Se celebraba aquel año el 25
aniversario del final de la Guerra civil y el Régimen lo aireaba a bombo y
platillo. Mi sorpresa fue el empleo del catalán en este anuncio, ya que yo
suponía restringido su uso solo a los pueblos de la Cataluña profunda.
Al llegar a Barcelona, también me
pareció extraño el oír hablar catalán en las calles por parte de la gente y en el
hotel igual. Este primer contacto me hizo ya pensar que una cosa era lo que nos
contaban y otra la realidad diaria en aquella región. Poco sabía entonces, al
menos yo, de Cataluña. Mi madre me había hablado de Fransec Maciá, que había
declarado la República Catalana y en la asignatura de Historia de forma breve
nos habían contado la declaración de Compayns de independencia y como terminó
fusilado por alta traición.
En aquella ocasión poco pude ver.
Nos habíamos alojado en la calle Diputación 394 que estaba
lejos del centro. Solo pude
comprar la postal de la Plaza de Cataluña, fotografiada anteriormente y se la
mandé a mis padres.
Al regreso del viaje fuimos al
mismo hotel y me atreví a ir en metro y ver la Plaza al natural. La recuerdo
llena de autobuses y tranvías y me pareció muy grande. En aquella época no
tenía mucha circulación.
Durante los años que pasé en la
universidad fui un par de veces a Barcelona en tren y ya me di cuenta de que si
por trabajo tenía alguna vez que residir allí tendría que aprender catalán lo
primero. Me encantaron sus amplias avenidas trazadas en el plan Cerdá, sus
edificios altos con patios interiores y las abigarradas Ramblas, así como el
puerto.
No sabía entonces que tendría que
ir repetidas veces por motivos laborales a Barcelona.
En uno de mis primeros trabajos tuve
un compañero y amigo que era catalán, pese a llamarse Sánchez, me habló ya en
el año 75 de las reivindicaciones catalanas en cuanto autogobierno y de la
“represión” franquista.
En 1.978, yo trabajaba en la
empresa SITRE y visité frecuentemente Barcelona, pues tuve dos importantes
proyectos, la mecanización de la empresa fabricante de calderas Manaut y de los
Talleres Tanar, donde se fabricaba la moto Bultaco. Esto me permitió trabajar
codo a codo con catalanes y pronto hicimos amistad, siendo ambos proyectos un
éxito. Entonces ya tenía familia en Barcelona, cuñados y sobrinos y dormía
habitualmente en su casa. Me di cuenta del avance imparable del catalán como lengua
de uso común en todas partes.
En 1.983 era yo subdirector de una
empresa tecnológica catalana, radicada en Madrid, y que tenía buenos contactos
con la Generalitat. Me ayudaban a preparar en catalán mis charlas, de contenido
técnico que presentaba a funcionarios en el Palau, con ayuda del Sr. Molas
nuestro representante allí. Se aceptaron los proyectos del correo electrónico y
la red de datos en el Palau, donde lo más difícil era pasar los cables sin que
se viesen, ya que se trataba de un edificio histórico. De nuevo me di cuenta de
la importancia del idioma y de cómo ganaba terreno el elemento diferencial, en
especial entre la población más joven cuyo origen no era Cataluña.
Hacia el año 85 había cambiado de
trabajo y en una empresa de ingeniería realicé varios proyectos para el centro
de control aéreo de Barcelona y para el aeropuerto del Prat, por lo que pude
conocer de primera mano el funcionamiento aeroportuario. Veraneaba en la Costa
Brava para estar más cerca de mis proyectos.
Era el del Prat un aeropuerto en
aquellos momentos ya con bastante movimiento. Funcionaba el Puente Aéreo con
Madrid, donde vi varias veces al Sr. Pujol. Nuestra instalación fue de
megafonía y de indicadores de vuelos computerizados.
Socialmente avanzaba el idioma
catalán que ya comenzaba a arrinconar al castellano, en especial entre la gente
más joven. Se acusaba ya al Estado de centralista y de excesivos impuestos,
pero no existía clima de confrontación. Terra Lliure y la Crida habían
desaparecido. Se intuía entonces una etapa de gran prosperidad que vino tras la
olimpiada de Barcelona.
Por último en los comienzos de
siglo trabajé en CIRSA, empresa netamente catalana. En un centro de
investigación sito en Madrid, me encargué de dirigir un grupo de ingenieros que
trabajaban en seguridad informática, juegos online y computación tolerante al fallo.
La sede social y fábrica está en
Tarrasa, a donde me desplacé frecuentemente. Ya para entonces el
independentismo disfrazado de nacionalismo se encontraba en franco avance, ante
la retirada paulatina del Estado Español y las instituciones que le
representaron en Cataluña.
Posteriormente el contacto que he
mantenido con Cataluña ha sido por las visitas a mis familiares allí
residentes. Y con preocupación vi como aparecía el rechazo a España y la falta
de respeto a sus símbolos e instituciones, ante el silencio del Estado. La
sustitución de policía nacional y guardia civil por mossos ya era patente así
como una persecución encubierta de todo lo que pudiese tener un significado
español.
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