martes, 1 de abril de 2014

El primer hombre que voló

por José Enrique García Pascua.


Orgullosa se siente la promoción 64 de nuestro amigo Kurt, que fabrica aviones, pero debemos reconocer que no ha sido el primero, sino que otros, dentro y fuera de nuestro país, ya se dedicaron en tiempos pasados a tareas semejantes, con más o menos éxito. Hoy me gustaría hablar del primero.
El primero no en fabricar artilugios que teóricamente volasen, sino el primero en volar efectivamente con uno de ellos, con un aparato más pesado que el aire capaz de desplazarse a través de éste. Aunque no es generalmente reconocido, este pionero fue español, y de tierras burgalesas, para más señas.
Hará dos o tres años que anduve viajando por las comarcas del Arlanza y del curso medio del Duero y me detuve a contemplar los restos de la ciudad romana de Clunia (Colonia Clunia Sulpicia), la antigua capital de convento jurídico cuya importancia en los siglos I y II atestiguan las excavaciones que se están llevando a cabo. Al pie de la meseta en que se elevó Clunia hasta el siglo VII, se encuentra el municipio de Coruña del Conde, de cuyo término forma parte el recinto arqueológico y cuyo nombre, “Coruña”, no es sino derivación de “Clunia”. Se trata de un asentamiento medieval a orillas del río Arandilla y coronado por las ruinas de un castillo.
Al acercarme a Coruña, después de abandonar el yacimiento, lo primero que atrajo mi mirada fue un avión Saeta del Ejército del Aire español posado en el alcor que domina el pueblo, al pie mismo de los muros del castillo. Una vez verificado que no se trataba de un aterrizaje forzoso, me percaté de que constituía una especie de monumento que alguien había erigido allí y supuse que se trataba del capricho de un rico vecino que, de este modo, pretendía adornar su propiedad. Sin más averiguaciones, me dirigí a las afueras de la localidad, en donde se encuentra la ermita del Santo Cristo de San Sebastián, interesantísimo templo de origen visigótico, que era el monumento que iba buscando.
El domingo pasado Mariángeles y yo volvimos a aquellos lugares y de nuevo visitamos Coruña del Conde. Esta vez pude comprobar que el avión no se encontraba en su sitio, lo que no dejé de agradecer, pues me parecía un despropósito su presencia apabullante en lo alto del casco urbano. Tranquilizado por esta constatación paré en la plaza aledaña a la puerta de la antigua muralla urbana y me topé con una estatua sobre un pedestal en donde una placa informaba de que el personaje representado era Diego Marín Aguilera, el primer hombre que voló.
Como se puede ver en la foto adjunta, este personaje aparece pilotando un artefacto dotado de alas y en trance de dirigirlo accionando pedales y manivelas. El aparato resulta un poco más simple que los Airbus 380 que Kurt diseñó y, de hecho, es improbable que, tal como se nos muestra, eso pueda volar nunca, pero es de suponer que nos encontramos ante una recreación fantástica de un artista que carece del título de ingeniero aeronáutico.

Diego Marín Aguilera en pleno vuelo

Lleno de curiosidad, entré en el bar y allí la encargada me ilustró con gran interés y amabilidad acerca de quién era el personaje inmortalizado en la plaza, incluso me regaló un folleto que contenía más información sobre este tema y también sobre otros pormenores de la historia de la localidad.
De vuelta a mi casa, busqué algunos datos más sobre Diego Marín, del que pensaba que no merecía la poca trascendencia que ha tenido su hazaña. En el Diccionario Enciclopédico Espasa ni se le menciona, así que no es extraño que sea desconocido para los que poseemos una cultura enciclopédica, si bien no he podido consultar la Enciclopedia Espasa grande, por lo que tal ignorancia acaso sea sólo culpa de mi desidia. En cambio, en la enciclopedia on line que todo el mundo consulta ahora, es decir, Internet, sí encontré algunos artículos sobre nuestro personaje, aunque pocos y no del todo coincidentes. En cualquier caso, conseguí descubrir que no era tan desconocido, porque su iniciativa sí ha recibido algunos reconocimientos. Para empezar, en Burgos hay un Instituto de Educación Secundaria que lleva su nombre, IES “Diego Marín Aguilera”, y en el año 1996 se produjo una película, La fabulosa historia de Diego Marín, inspirada en su vida, pero el mayor reconocimiento provino del mismísimo Ejército del Aire, que en el año 1993, con motivo del bicentenario del vuelo de Diego Marín, se presentó en Coruña del Conde y realizó un homenaje al héroe local, con exhibiciones aeronáuticas y de lanzamiento de paracaidistas, tal como me contó la encargada del bar, culminando el homenaje con la entrega al pueblo del Saeta omnipresente que hallé en mi anterior visita. También fue la encargada quien me hizo saber que el avión había sido retirado de su emplazamiento por algún desperfecto que hacía peligrar su estabilidad. Espero que no lo vuelvan a instalar allí arriba, por el bien de la panorámica.
Creo que es el momento de contar en qué consistió la epopeya de Diego Marín Aguilera. Este hombre nació en Coruña del Conde (provincia de Burgos) en 1757 y se ganó la vida como pastor. Era, no obstante, persona de aguda inteligencia, que le permitió lleva a cabo varios inventos prácticos que estuvieron en uso muchos años, como un mecanismo para mejorar el rendimiento del molino ubicado sobre el río Arandilla o una sierra para cortar mármoles en la cantera de Espejón, municipio cercano, pero ya en la provincia de Soria.
No obstante, el sueño de Diego Marín era volar, por lo que se dedicó a observar a águilas y buitres e incluso cazó varios ejemplares, para estudiar su anatomía. Fruto de sus investigaciones fue el diseño y fabricación de un aparato volador más pesado que el aire, es decir, un aeroplano, que construyó con la ayuda del herrero del pueblo.
No se conserva dicho aparato, pero podemos encontrar algunos datos al respecto. Leo en un sitio de Internet que el ingenio tenía la forma de un planeador de unos ocho metros de envergadura con un cuerpo de más de cuatro metros. Las alas estaba recubiertas de plumas y disponían de unos alerones que podían controlarse por medio de manivelas, mientras que unos estribos permitían orientar la cola, sin embargo, no encuentro en este sitio cita alguna que explique de dónde han salido estos detalles. Por su parte, la Wikipedia habla de que las alas se podían agitar, gracias a unas articulaciones de hierro de forja, que les daban cierto movimiento de abanico, mientras que el folleto Coruña del Conde, editado por el Ayuntamiento de este municipio (D. L. BU-520/04), dice que se trataba de “un pájaro mecánico compuesto de una viga armada de madera, dotada de alas que podían ser batidas por un mecanismo especial constituidas por varillas de hierro cruzadas de alambres en las cuales [su autor] colocó telas y plumas”.
Mis conocimientos de aeronáutica son ciertamente escasos, pero me encuentro rodeado –como cualquier ciudadano del siglo XXI– de aparatos voladores de todo tipo y no me resulta difícil inferir que, para que un avión mantenga un vuelo a distancia, necesita de un motor que lo propulse. En las aves el motor es el aleteo, pero, según creo, ningún posible animal volador puede superar el tamaño y el peso del cóndor (la mayor ave voladora), ya que sus músculos no podrían realizar semejante trabajo, así que un ser humano precisaría de un artefacto de gran complejidad, que multiplicase su fuerza muscular, para mover unas alas acordes con su peso y tamaño. Seguramente, tan complejo artefacto, puramente mecánico, sería demasiado voluminoso para incluirlo en una estructura voladora monoplaza. Todas estas consideraciones me llevan a sospechar que el aparato de Marín Aguilera nunca habría logrado el objetivo que su creador se había propuesto, llegar de un vuelo hasta El Burgo de Osma.
Pero, según las crónicas, lo intentó. El 15 de mayo de 1793, ayudado por su amigo Joaquín Barbero y una hermana de éste, subió su aeroplano a la peña del castillo y se lanzó al vacío diciendo a sus acompañantes que se dirigía a El Burgo de Osma. Wikipedia afirma que despegó de noche, pero me parece que ya era lo suficientemente difícil la empresa como para efectuarla a oscuras, sin posibilidad de orientarse, así que seguramente saltó de día y también fue observado por otros vecinos. Wikipedia aporta además el dato de que se elevó unas cinco o seis varas y tomó el rumbo de El Burgo de Osma.
Según las crónicas, en pleno vuelo se rompió un perno del ala derecha del artilugio, lo que le hizo descender poco a poco hasta caer bruscamente a tierra. El folleto Coruña del Conde asegura que, como consecuencia de la caída, el piloto quedó gravemente herido; ahora bien, desde el punto de despegue hasta el lugar en que cayó, Diego Marín recorrió con su aparato una distancia aproximada de 430 varas, cifra recogida en el folleto Coruña del Conde. Una vara castellana equivale a 0’835905 metros, por lo que la distancia alcanzada por el vuelo de Diego Marín fue de unos trescientos sesenta metros, marca que le convierte en el primer hombre que voló.
Sus convecinos quedaron asustados por las consecuencias de la aventura de Diego Marín y destruyeron el aparato volador, impidiendo a su constructor realizar nuevos intentos. Dice el folleto Coruña del Conde que esta circunstancia le acarreó una profunda depresión que ocasionó su muerte prematura el 11 de octubre de 1800 (Wikipedia ofrece la fecha de 1799).
La historia universal nos cuenta que el inicio de la aviación tuvo lugar cuando el 21 de noviembre de 1783 Pilâtre de Rozier y el marqués de Arlande se elevaron en un aeróstato ideado por los hermanos Montgolfier sobre los jardines de la Muerte, en París. Hay que ser muy chauviniste para aceptar que el ascenso en un globo cautivo te convierte en aviador. Nosotros tenemos el defecto opuesto al de los franceses y nuestra inveterada envidia nos lleva a ignorar o menospreciar los logros de nuestros compatriotas; sin duda, por esto Diego Marín Aguilera, el primero que verdaderamente voló, es casi un desconocido fuera de su pueblo.

Torrecaballeros, 27 de marzo de 2014.
 

8 comentarios:

  1. Efectivamente. A veces parece que no se da la importancia debida a lo que hacen nuestros compatriotas....

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  2. Completamente cierto y es un personaje reconocido en los libros, en los españoles al menos. "El pastor que voló" se le denomina también. Aunque su vuelo no terminó del todo bien, recorrió una nada despreciable distancia de 360 m. antes de estrellarse, de forma que es un auténtico pionero.
    Sin embargo, tampoco fué el primero y ni siquiera el primer español que voló, si consideramos como tales a los andaluces árabes de Al-Andalus; en la época de esplendor de Abderramán II en el siglo IX hubo un personaje que hizo algo muy parecido: se tiró desde un minarete probablemente o desde una zona de gran altura y tampoco se libró de algunos daños físicos tras el "aterrizaje".

    Lo mencioné en un artículo de esta misma sección en Enero pasado ("Convivencia y Tolerancia") .
    Copio: " ... el primer “ingeniero aeronáutico y aviador” de la historia mundial surgió en Córdoba en aquella lejana época de mediados del siglo IX nada menos y era por tanto español: se llamaba Abbás Ibn Firnás. Ni Leonardo Da Vinci ni nada: el amigo Abbás investigó el arte de volar y construyó un armatoste similar a un ala en delta, tirándose desde algún punto alto (algún minarete quizás) y voló durante algún tiempo, aterrizando más o menos suavemente a bastante distancia tras sufrir magulladuras y algún hueso roto. Descubrió (en sus carnes, pues) que los aviones debían llevar cola compensadora… No quedó ahí la cosa, pues hizo de su casa un planetario, en el que reproducía el movimiento de los planetas y hasta lluvia y granizo, para entender estos fenómenos y proteger la agricultura".

    Pasaron nada menos que 9 siglos para que llegase nuestro pastor, lo que significa que lo de volar no suscitó aparentemente mucho interés en todos esos años, unos 900 de nada.

    En cualquier caso, nadie quita que entre los pioneros de los vuelos hay bastantes españoles y hasta españolas, pues nuestra primera piloto fué María Bernaldo de Quirós, título que sacó en 1928 nada menos.

    El reconocimiento a los hermanos Wright se debe a que fueron los primeros que despegaron y aterrizaron, pero no hay que olvidar a los que fueron capaces de tirarse desde la primera torre, como Otto Lilienthal o nuestro pastor, emulando a Icaro.

    Podemos presumir que, efectivamente, sea en el siglo IX o en el XVIII, el primer hombre que voló fué español (Otto Lilienthal lo logró un siglo más tarde que nuestro Diego Marín).

    Enhorabuena por el bonito artículo...

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    1. Gracias por las precisiones. Es verdad que comentaste la epopeya de Ibn Firnás en tu trabajo anterior, pero me temo que este otro pionero es aun menos conocido entre nosotros que Diego Marín y, de hecho, en Coruña del Conde se tiene a éste como el primero que voló. Lo que me gustaría es que, si es posible, por tu parte nos aclarases algunos pormenores técnicos que nos permitiesen hacernos una idea de qué aspecto tendrían los aparatos de ambos. Mencionas que al del árabe le faltaba una cola compensadora, pero me parece que el ala delta moderna no tiene tal, aunque quizás sea el cuerpo del propio aviador quien desempeña esta función (a juzgar por la postura horizontal que adopta en vuelo), ¿qué otros elementos serían también necesarios para planear? En cuanto al aparato de Diego Marín, se dice que podía batir las alas de las que estaba dotado, pero me parece que esta forma de volar queda vedada a los humanos, por su insuficiente musculatura y por su excesivo peso; además, las aves no se limitan a batir las alas, sino que las utilizan igualmente para cambiar la dirección y para frenar cuando descienden (sin contar con otras proezas, como cernerse en el aire, especialidad precisamente del cernícalo). Reconozco que mis conocimientos al respecto son insuficientes.

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    2. Tienes razón, J Enrique; no andas muy descaminado.

      Las alas delta y parapentes, ambos sin motor, son probablemente parecidos a alguno de los artilugios como los de Ibn Farnás o Diego Marín, aunque habría que hacer varias precisiones. Tanto al ala delta y aún más el parapente, son estructuras flexibles y se puede modificar su forma levemente para guiar el artilugio. Esto es más notorio en el ala delta, que es más similar a los aviones con su ala más rígida (no del todo), mientras que el parapente es más bien un paracaídas con forma de ala, lo que le proporciona cierta sustentación que lo hace elevar.
      Para explicarlo, primero en dos palabras “por qué vuelan los aviones”: el perfil de un ala es curvo (normalmente tiene un espesor), siendo la parte superior algo más curva. Si a este perfil le movemos con cierta velocidad (sea por un motor o por dejarlo caer con un impulso añadido) se produce una circulación de aire alrededor (a la vez que una diferencia de presión entre ambos lados); si a esto le añadimos un cierto ángulo de ataque (alfa) o ángulo con relación a la dirección de vuelo, se origina una fuerza que se opone al peso (del aparato y del piloto y la carga) y que se llama sustentación. O sea, a más alfa (dentro de un orden), más velocidad y más curvatura, más sustentación. (Por eso despegan los aviones con flaps y slats desplegados, para ganar curvatura)
      También hay que contar con la estabilidad y el centrado, pero no me voy a meter en eso para no complicarlo.
      El plano horizontal de cola en la configuración clásica de aviones se llama también “compensador”, pues “compensa” el efecto del ala y sustenta hacia abajo, de ahí que tenga la curvatura normalmente invertida a la del ala y además sirve de control para descender o subir (junto con los timones). Por eso dije lo de que “le faltaría la cola”, pero este efecto también se puede conseguir con deformaciones de las superficies en su parte posterior.
      El mando para girar se hace, o bien con el timón de dirección (como los peces) o a base de deflexiones diferenciadas con los alerones en las alas.
      Pues bien, todos estos efectos se pueden conseguir dentro de ciertos límites con el ala delta girando el cuerpo para variar el centrado y (según creo) a la vez que se deforman las superficies localmente. Con el parapente se hace tirando de los cordelitos (de un lado para girar o a la vez para subir o bajar). También hay que mencionar que al estar colgado el “piloto” debajo, la configuración es más estable.
      Cuando se pierde bruscamente la sustentación (por bajar demasiado la velocidad, o la curvatura o el alfa) o también por un cambio brusco en la configuración del aparato (o un alfa exagerado), se puede producir una entrada en pérdida; es decir, te la pegas si no puedes recuperar al menos alguno de esos parámetros perdidos.
      Me figuro que los inventos del bueno de Ibn Farnás o de Diego Marín no tuvieron en cuenta todo esto y además eran estructuras relativamente rígidas. Tengo entendido que el de Diego Marín tenía cierta flexibilidad o posibilidad de deformación con eso de la estructura de plumas, pero no estaba gobernada. No es de extrañar que se dieran un buen trompazo al final.
      En cuanto a mover las alas a base de músculo, habría que ser Supermán (imaginaos un colibrí batiendo las alas). Por cierto, con los nuevos materiales ultraligeros se han creado unos aeromodelos muy curiosos que a fuerza de batir fuertemente las alas con un motorcito llegan a despegar y todo y hasta se controlan muy bien. Es muy divertido (parecen moscas volantes), pero su aplicación a tamaño humano no la veo.

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    3. Quería añadir esto, pero me pasé de cantidad de texto en lo anterior y lo pongo aquí aparte:

      Para arrancar una sonrisa final, un chiste que viene a cuenta de lo del parapente y los cordelitos:

      “Unas monjitas le regalaron un buen día al Papa un lorito con su mejor intención y se lo dieron personalmente.
      “Santidad – dijo una- tenemos este loro para Vd. que es tan listo que si se le tira de una patita recita el Ave María y si se la tira de la otra, lo hace igual con el Padrenuestro”
      Así lo hizo el Papa y se quedó entusiasmado. Y preguntó a la vez que lo hacía: ¿Y si le tiro de las dos patitas a la vez, qué haría? El loro le arreó un picotazo a la vez que chillaba ¡¡¡Coño, que me caigo!!!

      Pues los parapentes no…

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    4. Estoy encantado con tus explicaciones, que, por un lado, hacen comprender las dificultades a las que se enfrentaban los primeros diseñadores de aparatos volantes y, por otro lado, suscitan la admiración cuando se ve volar esos aviones capaces de transportar a seiscientas personas sustentándose sólo en el aire. Parece claro que construir un avión necesita de mucho estudio aerodinámico, pero sospecho que, para llegar a una solución satisfactoria, fue también necesario que algunos locos probaran prototipos fabricados un tanto a ojo, con el consiguiente riesgo personal. Honor a los pioneros.

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    5. También ahora hay materiales y medios (motores, etc) que entonces no existían, lo que hace que el mérito de los pioneros sea aún mayor, pues tampoco tenían a nadie a quien copiar (como no fuese a los pájaros y ése camino no era precisamente el más adecuado)

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  3. Parece que D. Claudio Sánchez Albornoz, tenía razón

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