por José Enrique García Pascua.
Orgullosa se siente la
promoción 64 de nuestro amigo Kurt, que fabrica aviones, pero debemos reconocer
que no ha sido el primero, sino que otros, dentro y fuera de nuestro país, ya
se dedicaron en tiempos pasados a tareas semejantes, con más o menos éxito. Hoy
me gustaría hablar del primero.
El primero no en fabricar
artilugios que teóricamente volasen, sino el primero en volar efectivamente con
uno de ellos, con un aparato más pesado que el aire capaz de desplazarse a
través de éste. Aunque no es generalmente reconocido, este pionero fue español,
y de tierras burgalesas, para más señas.
Hará dos o tres años que anduve
viajando por las comarcas del Arlanza y del curso medio del Duero y me detuve a
contemplar los restos de la ciudad romana de Clunia (Colonia Clunia Sulpicia),
la antigua capital de convento jurídico cuya importancia en los siglos I y II
atestiguan las excavaciones que se están llevando a cabo. Al pie de la meseta
en que se elevó Clunia hasta el siglo VII, se encuentra el municipio de Coruña
del Conde, de cuyo término forma parte el recinto arqueológico y cuyo nombre,
“Coruña”, no es sino derivación de “Clunia”. Se trata de un asentamiento
medieval a orillas del río Arandilla y coronado por las ruinas de un castillo.
Al acercarme a Coruña, después
de abandonar el yacimiento, lo primero que atrajo mi mirada fue un avión Saeta
del Ejército del Aire español posado en el alcor que domina el pueblo, al pie
mismo de los muros del castillo. Una vez verificado que no se trataba de un
aterrizaje forzoso, me percaté de que constituía una especie de monumento que
alguien había erigido allí y supuse que se trataba del capricho de un rico
vecino que, de este modo, pretendía adornar su propiedad. Sin más
averiguaciones, me dirigí a las afueras de la localidad, en donde se encuentra
la ermita del Santo Cristo de San Sebastián, interesantísimo templo de origen
visigótico, que era el monumento que iba buscando.
El domingo pasado Mariángeles y
yo volvimos a aquellos lugares y de nuevo visitamos Coruña del Conde. Esta vez
pude comprobar que el avión no se encontraba en su sitio, lo que no dejé de
agradecer, pues me parecía un despropósito su presencia apabullante en lo alto
del casco urbano. Tranquilizado por esta constatación paré en la plaza aledaña
a la puerta de la antigua muralla urbana y me topé con una estatua sobre un
pedestal en donde una placa informaba de que el personaje representado era Diego Marín Aguilera, el primer hombre que
voló.
Como se puede ver en la foto
adjunta, este personaje aparece pilotando un artefacto dotado de alas y en
trance de dirigirlo accionando pedales y manivelas. El aparato resulta un poco
más simple que los Airbus 380 que Kurt diseñó y, de hecho, es improbable que,
tal como se nos muestra, eso pueda volar nunca, pero es de suponer que nos
encontramos ante una recreación fantástica de un artista que carece del título
de ingeniero aeronáutico.
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Diego Marín Aguilera en
pleno vuelo |
Lleno de curiosidad, entré en
el bar y allí la encargada me ilustró con gran interés y amabilidad acerca de
quién era el personaje inmortalizado en la plaza, incluso me regaló un folleto
que contenía más información sobre este tema y también sobre otros pormenores
de la historia de la localidad.
De vuelta a mi casa, busqué
algunos datos más sobre Diego Marín, del que pensaba que no merecía la poca
trascendencia que ha tenido su hazaña. En el Diccionario Enciclopédico Espasa
ni se le menciona, así que no es extraño que sea desconocido para los que poseemos
una cultura enciclopédica, si bien no he podido consultar la Enciclopedia
Espasa grande, por lo que tal ignorancia acaso sea sólo culpa de mi desidia. En
cambio, en la enciclopedia on line
que todo el mundo consulta ahora, es decir, Internet, sí encontré algunos
artículos sobre nuestro personaje, aunque pocos y no del todo coincidentes. En
cualquier caso, conseguí descubrir que no era tan desconocido, porque su
iniciativa sí ha recibido algunos reconocimientos. Para empezar, en Burgos hay
un Instituto de Educación Secundaria que lleva su nombre, IES “Diego Marín
Aguilera”, y en el año 1996 se produjo una película, La fabulosa historia de Diego Marín, inspirada en su vida, pero el
mayor reconocimiento provino del mismísimo Ejército del Aire, que en el año
1993, con motivo del bicentenario del vuelo de Diego Marín, se presentó en
Coruña del Conde y realizó un homenaje al héroe local, con exhibiciones
aeronáuticas y de lanzamiento de paracaidistas, tal como me contó la encargada
del bar, culminando el homenaje con la entrega al pueblo del Saeta omnipresente
que hallé en mi anterior visita. También fue la encargada quien me hizo saber
que el avión había sido retirado de su emplazamiento por algún desperfecto que
hacía peligrar su estabilidad. Espero que no lo vuelvan a instalar allí arriba,
por el bien de la panorámica.
Creo que es el momento de
contar en qué consistió la epopeya de Diego Marín Aguilera. Este hombre nació
en Coruña del Conde (provincia de Burgos) en 1757 y se ganó la vida como
pastor. Era, no obstante, persona de aguda inteligencia, que le permitió lleva
a cabo varios inventos prácticos que estuvieron en uso muchos años, como un
mecanismo para mejorar el rendimiento del molino ubicado sobre el río Arandilla
o una sierra para cortar mármoles en la cantera de Espejón, municipio cercano,
pero ya en la provincia de Soria.
No obstante, el sueño de Diego
Marín era volar, por lo que se dedicó a observar a águilas y buitres e incluso
cazó varios ejemplares, para estudiar su anatomía. Fruto de sus investigaciones
fue el diseño y fabricación de un aparato volador más pesado que el aire, es
decir, un aeroplano, que construyó con la ayuda del herrero del pueblo.
No se conserva dicho aparato,
pero podemos encontrar algunos datos al respecto. Leo en un sitio de Internet
que el ingenio tenía la forma de un planeador de unos ocho metros de
envergadura con un cuerpo de más de cuatro metros. Las alas estaba recubiertas
de plumas y disponían de unos alerones que podían controlarse por medio de
manivelas, mientras que unos estribos permitían orientar la cola, sin embargo,
no encuentro en este sitio cita alguna que explique de dónde han salido estos
detalles. Por su parte, la Wikipedia habla
de que las alas se podían agitar, gracias a unas articulaciones de hierro de
forja, que les daban cierto movimiento de abanico, mientras que el folleto Coruña del Conde, editado por el
Ayuntamiento de este municipio (D. L. BU-520/04), dice que se trataba de “un
pájaro mecánico compuesto de una viga armada de madera, dotada de alas que
podían ser batidas por un mecanismo especial constituidas por varillas de
hierro cruzadas de alambres en las cuales [su autor] colocó telas y plumas”.
Mis conocimientos de
aeronáutica son ciertamente escasos, pero me encuentro rodeado –como cualquier
ciudadano del siglo XXI– de aparatos voladores de todo tipo y no me resulta
difícil inferir que, para que un avión mantenga un vuelo a distancia, necesita
de un motor que lo propulse. En las aves el motor es el aleteo, pero, según
creo, ningún posible animal volador puede superar el tamaño y el peso del
cóndor (la mayor ave voladora), ya que sus músculos no podrían realizar
semejante trabajo, así que un ser humano precisaría de un artefacto de gran
complejidad, que multiplicase su fuerza muscular, para mover unas alas acordes
con su peso y tamaño. Seguramente, tan complejo artefacto, puramente mecánico,
sería demasiado voluminoso para incluirlo en una estructura voladora monoplaza.
Todas estas consideraciones me llevan a sospechar que el aparato de Marín Aguilera
nunca habría logrado el objetivo que su creador se había propuesto, llegar de
un vuelo hasta El Burgo de Osma.
Pero, según las crónicas, lo
intentó. El 15 de mayo de 1793, ayudado por su amigo Joaquín Barbero y una
hermana de éste, subió su aeroplano a la peña del castillo y se lanzó al vacío
diciendo a sus acompañantes que se dirigía a El Burgo de Osma. Wikipedia afirma que despegó de noche,
pero me parece que ya era lo suficientemente difícil la empresa como para
efectuarla a oscuras, sin posibilidad de orientarse, así que seguramente saltó
de día y también fue observado por otros vecinos. Wikipedia aporta además el dato de que se elevó unas cinco o seis
varas y tomó el rumbo de El Burgo de Osma.
Según las crónicas, en pleno
vuelo se rompió un perno del ala derecha del artilugio, lo que le hizo
descender poco a poco hasta caer bruscamente a tierra. El folleto Coruña del Conde asegura que, como
consecuencia de la caída, el piloto quedó gravemente herido; ahora bien, desde
el punto de despegue hasta el lugar en que cayó, Diego Marín recorrió con su
aparato una distancia aproximada de 430 varas, cifra recogida en el folleto Coruña del Conde. Una vara castellana
equivale a 0’835905 metros, por lo que la distancia alcanzada por el vuelo de
Diego Marín fue de unos trescientos sesenta metros, marca que le convierte en el primer hombre que voló.
Sus convecinos quedaron
asustados por las consecuencias de la aventura de Diego Marín y destruyeron el
aparato volador, impidiendo a su constructor realizar nuevos intentos. Dice el
folleto Coruña del Conde que esta
circunstancia le acarreó una profunda depresión que ocasionó su muerte
prematura el 11 de octubre de 1800 (Wikipedia
ofrece la fecha de 1799).
La historia universal nos
cuenta que el inicio de la aviación tuvo lugar cuando el 21 de noviembre de
1783 Pilâtre de Rozier y el marqués de Arlande se elevaron en un aeróstato
ideado por los hermanos Montgolfier sobre los jardines de la Muerte, en París.
Hay que ser muy chauviniste para
aceptar que el ascenso en un globo cautivo te convierte en aviador. Nosotros
tenemos el defecto opuesto al de los franceses y nuestra inveterada envidia nos
lleva a ignorar o menospreciar los logros de nuestros compatriotas; sin duda,
por esto Diego Marín Aguilera, el
primero que verdaderamente voló, es casi un desconocido fuera de su pueblo.
Torrecaballeros, 27 de marzo de
2014.